Pero, damas y caballeros, la escritura falsea la realidad

Sabas Martín

Fotografía cedida por María Teresa de Vega
Fotografía cedida por María Teresa de Vega

La realidad subvertida en la novelística de Juan José Delgado

 

UNO.- En Canto de verdugos y ajusticiados (Premio Novela Corta Ciudad de La Laguna 1988, Libertarias, Madrid, 1992) Juan José Delgado se adentraba en las múltiples implicaciones, existenciales y literarias, que irradian de la afirmación puesta en boca de uno de los protagonistas de la novela: “La escritura es un desierto, y el escritor un hombre perdido que se deja guiar por los espejismos”.

 

Con una escritura de amalgama o serie de relatos entrelazados, que se contemplan y reflejan, que se complementan y, en ocasiones, se contradicen deliberadamente, el escritor canario puebla ese desierto de la escritura con una parábola irónica de la literatura y su supuesta condición de espejo cierto que retrata la realidad. Su propuesta es una mantenida indagación en la que se cuestiona no solo la labilidad de las fronteras entre lo verdadero y lo verosímil, entre lo experimentado y lo imaginado, entre la imagen y sus espejismos, sino que, aún más allá, a través de un complejo y sabio entramado, el autor se interroga desde la misma escritura y la relación que en ella y con ella establecen sus personajes, sobre el propio proceso de la creación literaria.

 

Todo ello, llevado a cabo con una esencializada concepción del clima, el tiempo y la densidad narrativos, cuya más inmediata exigencia se traduce en un intenso tratamiento del lenguaje. Y con un plano de implicación añadida a la escritura al utilizar la ironía, ya sea caricaturesca, paródica o grotesca, como instrumento de un sistema de valores crítico.

En buena medida, Canto de verdugo y ajusticiados puede entenderse como una declaración estética, como una afirmación programática de intenciones y objetivos literarios que se continúa y desarrolla en las siguientes novelas de Juan José Delgado, con mayor repercusión y liberada de pretensiones fundacionales de la poética de un universo estilístico.

 

DOS.- En La fiesta de los infiernos (El Toro de Barro, Cuenca, 2002) constatamos que la novelística de Juan José Delgado es el resultado de la confrontación de las varias tensiones originadas por la propia disposición de la escritura y por las distintas ensoñaciones a que nos remite su visión del ser humano, del tiempo y el espacio insulares, de los signos que inciden y califican la sociedad y la historia contemporánea, y de la misma literatura.

 

De nuevo, en esta ocasión, en el mismo texto de la novela encontramos en el decir de uno de sus protagonistas una esclarecedora afirmación sobre la concepción literaria del autor: “Pero, damas y caballeros, la escritura, por su propia naturaleza, tiende a falsear la realidad. Todo aquel que escribe queda convertido en un fingidor. La escritura ata al oficiante, lo ata de mente y, a partir de ahí, las manos vuelan como plumas hacia los espejismos. ¿Quién se siente capaz de separar la paja del trigo?

 

Ese convencimiento, expresado con una inquisitiva y desafiante interrogación final, es el que lleva a Juan José Delgado a reclamar del lector un diálogo consigo mismo. El novelista actúa como el oficiante de una incierta ceremonia tendente a incitar a los lectores para que cada uno saque de su interior el argumento que la narración no certifica. El novelista es aquí un medio, una herramienta medidora para reconstruir una realidad que tal vez solo pueda ser aprehendida desde la perspectiva del individuo y en cuya captación también intervienen sus asociaciones e impresiones fragmentarias y, muchas veces, inconexas.

 

Pero no se piense que La fiesta de los infiernos es una novela metaliteraria. No lo es exclusivamente. Tiene otras sugerentes proyecciones. Quizás la más significativa de ellas sea la de convertirse en una reflexión poliédrica en cuyos planos y aristas inciden la violencia y la locura, la identidad y el enmascaramiento.

 

La mascarada carnavalesca que propone el escritor en el relato le sirve igualmente a Juan José Delgado para exorcizar y conjurar la realidad, dando origen a otra en donde los sueños y las visiones prolongan la realidad irreal que viven sus personajes. Vivir se transforma en un grotesco carnaval donde la apariencia se falsea, se oculta, se trastoca. Es en ese ámbito donde las suplantaciones o el asumir la existencia como la interpretación de diferentes papeles llegan a adquirir proyección simbólica. Despojados de la identidad que los afirme o singularice en el tiempo, tal vez sea la impostura lo único que otorga sentido al ocurrir de sus criaturas. A fin de cuentas, ¿qué otra cosa sino una gigantesca impostura es la historia de la humanidad?

 

Juan José Delgado funde las fronteras entre la realidad y la ficción, entre certeza e incertidumbre, entre cordura y locura para dar cuerpo a un neoesperpento en el que la ironía, transformada en ocasiones en caricatura o farsa grotesca, se establece como un instrumento literario mayor.

 

TRES.- En La trama del arquitecto (Tropo Editores, Zaragoza, 2011) la ironía que la recorre eleva a una categoría superior ese mundo kafkiano que la identifica. Porque esa ironía actúa como sistema crítico y ético de validez universal a partir de un universo ficcional surgido de una suma de ideas que remiten a una realidad deformada pero reconocible más allá de ese tratamiento tan singular que el escritor da a tiempo y espacio.

 

La trama del arquitecto es una novela que remite a una triple realidad: la que se cumple en el propio texto y las leyes de su coherencia interna; otra realidad que está llena de guiños cómplices y espejos metaliterarios, con sus paráfrasis, parodias y alusiones procedentes del mundo literario-cultural; y otra realidad que responde a planteamientos universales válidos en todo tiempo y lugar. Las reflexiones que ahí se hacen sobre el estado, el poder, la religión, los medios de comunicación, la violencia, etc., son de una vigencia que va más allá de la inmediatez.

 

Y todo ello con el humor, en diferentes grados y matizaciones, que hacen que se cumpla aquello que dijo Cortázar de que “la risa es la más peligrosa de las armas”.

 

Además hay que añadir el despliegue de recursos técnicos, y no solo los meramente expresivos de las modulaciones del lenguaje, sino también el cambio de narrador(es), la mezcla de géneros (teatro, diarios), la fusión de lo vivido con lo soñado o imaginado, los comentarios del propio narrador sobre lo narrado, o la recreación (irónica) de situaciones y frases conocidas, heredadas de la tradición literaria.

 

A partir de un universo de ideas, la novela crea una realidad (reconocible por sobre la transfiguración esperpéntica) de múltiples implicaciones y derivaciones para proponer y provocar la reflexión crítica de un tiempo histórico complejo y en crisis. Nada que ver, pues, con ese realismo chato y simplón al uso. De ahí su mérito y, también, el riesgo de la apuesta. Porque se aparta de lo previsible y lo sabido.

 

FINAL.- La novelística de Juan José Delgado no trata de repetir, sino de recrear la realidad (subvertirla) para que germine otra realidad más verdadera, más rica, más compleja y profunda que la conocida. No es nuevo el empeño. Participa de ciertos ecos del nouveau roman, sobre todo en la renuncia a la causalidad en la acción, en su fragmentarismo o en la minuciosa captación del mundo objetual. Pero antes de Claude Simon, estuvo Faulkner. Y también Kafka y, después, Peter Handke e, incluso, Canetti. A esa estirpe, tan lamentable y empobrecedoramente olvidada por la narrativa española de nuestros días, pertenece el ámbito novelesco de Juan José Delgado.

 

Y pertenece, igualmente, a la relectura de la tradición literaria canaria. El surrealismo, por supuesto, con Agustín Espinosa y su novela Crimen como uno de sus reflejos especulares. Como también lo está el universo original e inclasificable de los fetasianos Rafael Arozarena, Isaac de Vega y José Antonio Padrón.

 

De ese bagaje se nutre el espejo neoesperpéntico ante el que nos coloca Juan José Delgado. Y de entre la niebla que lo empaña y de los perfiles deformados que en él destellan surge la imagen vulnerable de la condición humana, su limitado destino, las imposturas y máscaras bárbaras de la Historia.

 

Juan José Delgado nos recuerda de forma contundente y absoluta que la escritura no es juego o fuego fatuo, sino una actitud vital y necesaria. Una actitud desde la que interpretar o reconstruir los oscuros resquicios por los que se diluye y se cumple el mundo.

 

Aquí, en las novelas de Juan José Delgado, se subvierte la disposición tradicional del discurso narrativo.

 

Aquí, en suma, la literatura proclama que es ella la auténtica realidad.