Texturas de un telar atlántico*

Víctor Rodríguez Gago

I

El lugar de Domingo Rivero en la tradición poética canaria me parece doblemente problemático. Primero, por lo controvertido de la noción misma de “tradición poética canaria”. Pensemos en las Endechas a la muerte de Guillén Peraza, nuestra primera manifestación literaria. ¿Son un hecho aparte de la lírica medieval española o representan apenas una variación, un matiz de sentido por la aparición del sentimiento del paisaje insular? Pensemos, por ejemplo, en la primera mitificación de la selva de Doramas en Cairasco. ¿Relato fundacional de la naturaleza insular, o una formulación más del tema clásico del locus amoenus adaptada al paisaje insular canario?

 

Segundo, por la dificultad de inscribirlo en unas coordenadas historicistas. Lejos de identificarse con los signos y las preocupaciones de su época, Domingo Rivero mantuvo con esta una relación crítica. Su condición de escritor tardío y su decisión de no publicar sus propios poemas contradicen lo que se espera de un hombre de letras para la mentalidad finisecular. Domingo Rivero no es un poeta romántico, a pesar de compartir edad con los autores de la Escuela de La Laguna. Tampoco abraza las novedades que agitan la poesía entre los siglos XIX y XX. Nuestro poeta es un crítico del progreso, un crítico de la subjetividad, un crítico de la trascendencia de la poesía. Si Rivero es un poeta moderno, el primero de nuestra tradición, lo es a fuerza de una actitud crítica. Como señala Octavio Paz en La otra voz1 , la crítica es el rasgo distintivo y la señal de nacimiento de lo moderno. “Poeta del repliegue”, llama Antonio Puente a Domingo Rivero en este ensayo. Un repliegue crítico, es decir, radicalmente moderno y radicalmente insular.

 

II

Este ensayo de Antonio Puente revuelve el puzle de la imagen de Domingo Rivero como poeta de la tradición insular. Sin contradecir, en lo esencial, a los lectores que lo han precedido, hace dialogar a Rivero con el pasado y con el futuro en un plano de sincronía, de simultaneidad histórica, de influencias reversibles, hacia adelante y hacia atrás en el tiempo.

 

Domingo Rivero es el picaporte de la puerta a la renovación poética en la tradición insular. Sin el “paso obligado” por su obra –observa Eugenio Padorno– “otro hubiera sido el signo de lo contemporáneo” en las Islas2.

 

Puente asume las cartas que la transmisión crítica de Rivero le ha dado para jugar. Lo acepta como un poeta de la excepción cultural canaria. Acata, aparentemente, la idea que atraviesa la recepción de la poesía escrita en las Islas, desde las tesis de Valbuena Prat hasta las aproximaciones más recientes; la idea de que la geografía insular es un destino y la tarea del poeta, aquí, es explicar lo canario en función del paisaje.

 

En Canarias, en un principio, fue la geografía”, dirá María Rosa Alonso3.

 

Según José Pérez Vidal, la geografía –y no la historia– define lo canario en la poesía4.

 

Preciosas miniaturas de la naturaleza, de su geografía”, define Pérez Minik el hábitat donde se despliega una condición humana única, la del sujeto insular5.

 

Para Valbuena, el “sentimiento del mar” hace que los poetas tiendan aquí al intimismo y a los motivos recurrentes del aislamiento y la soledad6.

 

Hasta Andrés Sánchez Robayna, reacio a todo excepcionalismo, concede que la poesía canaria representa una “luz añadida, un regalo de sentido” a la poesía en lengua española, debido a la presencia de ciertos “mitos y constantes”, entre otros, el paisaje como teatro anímico7.

 

La transmisión crítica de la poesía canaria en los últimos cien años es una historia de la gravedad geográfica. Un esencialismo telúrico originado en el Romanticismo conforma la mirada a la tradición poética canaria. En esto de leer, hemos sido colonizados por el relato de la descolonización, como todo hijo de vecino.

 

La novedad de este ensayo es que Antonio Puente se aproxima a Domingo Rivero por un desvío. Juega la carta geográfica, el esclarecimiento canario, de un modo perturbador. Deconstruye el tapiz textual de la tradición y vuelve a Domingo Rivero un contemporáneo, al mismo tiempo, de Cairasco y de Manuel Padorno. El “cuerpo” del famoso soneto de Rivero8 se transfigura en la isla-templo de Cairasco. La “atlántica serenidad del día” de la que habla Rivero se confunde en las páginas de este ensayo con la celebración del mar en la poesía de Manuel Padorno.

 

De repente, la tradición se vuelve un solo texto, palabra que viene de “tejido”, como nos recuerda Severo Sarduy. Una forma de leer y de hacer crítica literaria en la que “todo lo escrito y por escribir” es “un solo y único texto simultáneo”9.

 

Texto que se repite” –apunta Sarduy– “que se cita sin límites, que se plagia a sí mismo; tapiz que se desteje para hilar otros signos, estroma que varía al infinito sus motivos y cuyo único sentido es ese entrecruzammiento, esa trama que el lenguaje urde. La literatura sin fronteras históricas ni lingüísticas: sistema de vasos comunicantes. Hablar de la influencia del Castillo en el Quijote, de la Muerte de Narciso en las Soledades”10.

 

Hablar de la influencia de Rivero en Cairasco, o superponer el sujeto escindido de nuestro poeta con el mito de Cástor y Pólux de Nietzsche, como si todo fuera el mismo texto. No recuerdo que esta forma de leer se haya intentado antes con los signos de la tradición poética insular. Esta forma de leer la tradición como un texto único me parece una de las principales aportaciones del ensayo de Antonio Puente a la transmisión crítica de la poesía de Domingo Rivero.

 

 

III

Debemos la transmisión de Domingo Rivero a Jorge Rodríguez Padrón, y a los hermanos Eugenio y Manuel Padorno –además de, por supuesto, a la fidelidad con que la familia, y muy especialmente su nieto, el periodista José Rivero Gómez, conservó el archivo del poeta. Rodríguez Padrón da el primer aviso, ya en 1967, con una antología y estudio crítico titulada Domingo Rivero, poeta del cuerpo, que incluye el famoso soneto “Yo, a mi cuerpo”, así como un prólogo de Dámaso Alonso11.

 

Eugenio Padorno fija el corpus textual: una obra breve, de unos 70 poemas, escrita entre 1899, cuando Rivero tenía 47 años, y 1929, el año en que falleció. Su edición de la Poesía completa, publicada en 1994 por la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, es la fuente indispensable de la obra de Rivero y la referencia de su apreciación crítica12.

 

Manuel Padorno contribuye, creando el mito poético de Domingo Rivero. Lo divulga intensivamente en sus artículos periodísticos, dialoga con él desde su propia poesía y su pintura.

 

Otros hitos de la entrada de nuestro poeta en el canon literario insular son la antología de la poesía canaria editada en 1983 por Andrés Sánchez Robayna bajo el título de Museo atlántico,13 que incluye “Yo, a mi cuerpo”, y la selección de poemas de Rivero para la Biblioteca Básica Canaria, en 1991, al cuidado de Eugenio Padorno14.

 

 

IV

La “escición” a la que se refiere el título de este ensayo merece un breve comentario aparte. Designa, de entrada, el sujeto distintivo de la poesía de Domingo Rivero: esa voz reconocible que se desdobla en conciencia y cuerpo, poeta y filósofo, ideal y destino, ser y muerte.

 

Esta apreciación goza, en principio, del acuerdo de la crítica. Una vez más, hay que recurrir a Eugenio Padorno, que nos informa de que Rivero es el poeta-filósofo que “se interroga sobre el espíritu escindido del hombre atlántico a través del diálogo socrático con las cosas”15. Antonio Puente añade un sentido más. Rivero profetiza una escisión de la sensibilidad en la tradición poética canaria a lo largo del siglo XX. Hay que leer el ensayo para llegar al final de esta idea, que es una de las más originales del libro, a mi juicio.

 

Me interesa apuntar aquí la importancia del símbolo de la escisión en la poesía de Antonio Puente. En este sentido, el diálogo con Domingo Rivero refleja su propio sistema poético y lo ubica en la perspectiva de la tradición. Su programa crítico tiene algo de manifiesto, en un sentido parecido al de los ensayos de El bosque sagrado de T.S. Eliot explicando Prufock y anunciando La tierra baldía.

 

Leer la teoría de la escisión de Antonio Puente y contrastarla con los desdoblamientos y sincronías que se trazan en sus propios poemas es una aproximación productiva y recomendable a este libro. Toda la poesía de Puente, desde Contrazul16 su primera colección, de 1994–, hasta los haikus que forman su último libro, Ojos de garza17, de 2015, puede leerse como un tenso debate entre el sentir y el pensar, las dos alas de la sensibilidad escindida contemporánea.

 

Imposible no tener presente el concepto de “sensibilidad disociada”18 (18) de Eliot. Su teoría es que, en el tránsito de los siglos XVI al XVII, la sensibilidad europea se escinde y la unidad de sentimiento y razón se deshace para siempre. Entre John Donne, Richard Crashaw y demás poetas metafísicos ingleses, por un lado, y Tennyson y Milton, por otro, Eliot ve abrirse la insidiosa fractura en que la poesía pierde las nociones de comunidad, trascendencia y universalidad, y se precipita hacia la sentimentalidad caótica del romanticismo. La sensibilidad no se ha repuesto de la escisión, sostiene Eliot. Es significativo que el libro de Antonio Puente consista, ante todo, en entablar un diálogo inédito entre Cairasco y Rivero, los dos momentos cardinales de la unidad sensible en la tradición poética canaria. Aún más significativa, me parece la luz que esa nostalgia de unidad proyecta sobre la poesía de Antonio Puente.

 

V

El diálogo de la imagen poética de Domingo Rivero y la de Bartolomé Cairasco de Figueroa es otra de las aportaciones significativas del ensayo de Antonio Puente, si lo he leído bien. Ya hemos comentado lo que Antonio hace con la tradición: leerla como un texto único, tejido de sincronías que se traman en infinitas combinaciones. El diálogo Rivero-Cairasco no es una excepción en esta estrategia. Para Antonio, ambos poetas sostienen el arco de la tradición poética insular. Representan el despliegue y el repliegue que definen el movimiento del símbolo poético canario a lo largo del tiempo.

En el ensayo de Antonio Puente, la poesía de Rivero representa un momento de repliegue hacia la unidad del sentir y el pensar. Tal vez el último, antes de las múltiples escisiones estéticas de la poesía nueva en el siglo XX. La imagen del templo en la poesía de Cairasco y la del cuerpo en la de Domingo Rivero bien pueden designar lo mismo en el texto-tejido de la tradición: la isla como lugar de una condición humana singular.

 

El hecho es que Antonio abre un camino lleno de sugerencias para leer de nuevo a Rivero en función de Cairasco, y a Cairasco en función de Rivero. Preparando estas notas, he caído en la cuenta en la variedad de manifestaciones de la correspondencia que se formula en este libro.

 

En ambos –Cairasco y Rivero– es fundamental la preocupación realista. Ambos se interesan por lo popular. Cairasco es un maestro en el subgénero de la “matraca”, o diálogo de injurias entre dos personajes; en sus poemas y sus comedias no faltan los refranes y los giros del habla coloquial. El verso de Rivero, por su parte, tiende a expresar las ideas más matizadas y complejas con la sencillez y la elocuencia del proverbio. El humor –un humor que fustiga las costumbres: anti-solemne, desmitificador de la condición humana del insular–, también los hace contemporáneos el uno del otro. Ambos comparten una relación ambigua con la novedad, a la que el insular parece genéticamente predispuesto. La observan y a la vez recelan de ella. La abrazan y denuncian su vanidad al mismo tiempo. En fin, Antonio inicia un diálogo que parece no querer agotarse.

 

Ya es coincidencia –o designio, según se mire– que Domingo Rivero viniera a nacer, precisamente, en el año 1852, justo cuando se extinguen los últimos ejemplares del bosque de Doramas como consecuencia de la tala masiva, según ha documentado Alejandro Cioranescu19.

 

Las Palmas de Gran Canaria, 10 de enero de 2017.


Notas de lectura sobre el ensayo ‘De una poética de la escisión. Domingo Rivero en la oficina del mar’, de Antonio Puente

 

Notas

1 Octavio Paz, La otra voz. Poesía y fin de siglo. Barcelona, Seix Barral, 1990. Página 32

2 Eugenio Padorno, “La poesía existencial de Domingo Rivero”, en Varia lección sobre el 98. El modernismo en Canarias. Homenaje a Domingo Rivero, edición de E. Padorno y G. Santana Henríquez, Ayuntamiento de Arucas y Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 1999: 231.

3 María Rosa Alonso, “La literatura en Canarias (del siglo XVI al siglo XIX”, en Historia General de las Islas Canarias, de Agustín Millares Torres, volumen IV, Las Palmas de Gran Canaria, Edirca, 1977–1979: 282–295.

4 José Pérez Vidal, “Influencia geográfica en la poesía tradicional canaria”, en Poesía Tradicional canaria, Las Palmas de Gran Canaria, Cabildo Insular de Gran Canaria, 1968: 141.

5 Domingo Pérez Minik, “La condición humana del insular”, en Isla y literatura, Santa Cruz de Tenerife, Caja General de Ahorros de Canarias, 1988: 16.

6 Ángel Valbuena Prat, Algunos aspectos de la moderna poesía canaria, Santa Cruz de Tenerife, 1926.

7 Andrés Sánchez Robayna, Museo atlántico. Antología de la poesía canaria, Santa Cruz de Tenerife, Interinsular Canaria, 1983: 10.

8 Domingo Rivero, “Yo, a mi cuerpo”, en Poesías, prólogo y selección de Eugenio Padorno. Biblioteca Básica Canaria, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1991.

 

YO, A MI CUERPO

¿Por qué no te he de amar, cuerpo en que vivo?

¿Por qué con humildad no he de quererte,

si en ti fui niño y joven, y en ti arribo,

viejo, a las tristes playas de la muerte?

 

Tu pecho ha sollozado compasivo

por mí, en los rudos golpes de mi suerte,

ha jadeado con mi sed y altivo

con mi ambición latió cuando era fuerte.

 

Y hoy te rindes al fin, pobre materia,

extenuada de angustia y de miseria.

¿Por qué no te he de amar? ¿Qué seré el día

 

que tú dejes de ser? ¡Profundo arcano!

Sólo sé que es tu hombros hice mía

mi cruz, mi parte en el dolor humano.

(1922)

9 Severo Sarduy, “Dispersión. Falsas notas / Homenaje a Lezama”, en Escrito sobre un cuerpo, incluido en el volumen Ensayos generales sobre el barroco, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 1987: 281.

 

10 Severo Sarduy, Op. cit.: 281.

11 Jorge Rodríguez Padrón (ed.), Domingo Rivero, poeta del cuerpo. Prólogo de Dámaso Alonso. Editorial Prensa Española, Madrid, 1967.

12 Domingo Rivero, Poesía completa. Edición y estudio crítico de Eugenio Padorno. Servicio de Publicaciones de la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, 1994.

13 Andrés Sánchez Robayna, Op. Cit.

14 Domingo Rivero, Poesías. Prólogo y selección de Eugenio Padorno. Biblioteca Básica Canaria, Viceconsejería de Cultura y Deportes del Gobierno de Canarias, 1994.

15 Eugenio Padorno, “La poesía existencial de Domingo Rivero”: 231.

16 Antonio Puente, Contrazul o El mar liquida su comercio, Accésit del Premio Internacional de Poesía Ciudad de Las Palmas de Gran Canaria. Edición del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, 1994.

17 Antonio Puente, Ojos de garza, Madrid, Mercurio editorial, 2015.

18 T.S. Eliot, “Los poetas metafísicos”, en La aventura sin fin. Ensayos. Selección, prólogo y notas de Andreu Jaume. Traducción de Juan Antonio Montiel Rodríguez. Barcelona, Random House Mondadori, 2011: 79.

19 Alejandro Cioranescu, “El teatro de Cairasco”, en Estudios de literatura española y comparada, Tenerife, Universidad de La Laguna, 1954: 67–90.