Zumbido en los remansos del desencanto

Venus Mejía

La definición del individuo salvadoreño, bajo una hegemonía identitaria, ha sido llevada a cabo con violencia. Es, según Beatriz Cortez, un proyecto lleno de exclusiones; por tanto, una ficción. La cortina de las ideologías revolucionarias ha caído y con ella toda posibilidad de construir una identidad basada en el nacionalismo. La identidad, nos dice Cortez, es personal, temporal y maleable. No puede construirse el individuo a partir de una visión esencialista de quienes somos.

 

Interpreta Foucault, citado por Cortez, la obsesión por excluir a otros, fundamentada en la razón, como un acto de locura. Ser sujeto tendrá como definición estar sujeto a un proceso normativo que valide la aparición del sujeto. Es por ello que los nuevos proyectos literarios, a partir de la generación de posguerra, pretenderán ser un acto de resistencia, de liberación del verdadero individuo, acaso la reivindicación de la subjetividad.

 

Hay una fuerza psíquica, una especie de alma —según Foucault— que habita al sujeto. Esa alma (que es representación de las ideologías) es una especie de prisión del cuerpo. Esta fuerza psíquica somete al cuerpo bajo una serie de normas a alcanzar. Judith Butler, siguiendo la perspectiva de Foucault, nos dice que es de acuerdo a ese ideal —históricamente específico— que el cuerpo adquiere forma, se cultiva y se materializa. (Butler citada por Cortez, p.195)

Más allá de la subordinación a la que se somete el cuerpo frente a esta ideología impuesta, se requiere un grado de destrucción del cuerpo para que surja el sujeto como tal. El individuo —en este caso, el poeta— es interpelado por la normativa social, esta vez con la forma de las exigencias estéticas o crítica literaria. Esta teoría es desarrollada por Louis Althusser, citado por Cortez, en su concepto de interpelación como constitución del sujeto. Para él, el sujeto se constituye como tal en el momento que es nombrado o requerido por otro. Tras el fracaso de los proyectos revolucionarios, la autoridad es representada en la moral y el canon estético o crítica literaria tradicional de El Salvador.

 

Bajo esta interpelación es que ocurre la destrucción del cuerpo. El poeta, al no cumplir con los preceptos de la estética que se imponen, destruye su cuerpo para que surja una verdadera subjetividad. Esto lo practica con el automarginamiento, el alcohol, las drogas, la promiscuidad sexual y el coqueteo con la muerte a través de la autoflagelación por mencionar algunas formas de destrucción.

 

Noé Lima, militante y testigo del fracaso de estos procesos revolucionarios, sobrevive a la posguerra exiliándose en sí mismo en busca de nuevas formas de definición del ser. Se nutre del ambiente que lo circunda, ese urbanismo lleno de zozobra al que todos evaden con un aplanamiento emocional fundamentado en la enajenación. La muerte, la delincuencia, los disturbios ocasionados por los enfrentamientos entre las maras, la desintegración familiar, la pobreza, son evadidos a través del entretenimiento comercial importado, el alcoholismo socialmente aceptado, el sexo cada vez más desenfrenado, la tecnología y la religión por mencionar algunos.

 

Guiado por su pasión en el poemario Zumbido (2017), Lima busca el origen de su yo en el dolor de su infancia, en la incertidumbre del que sufre, en el génesis de la violencia, creando de esta forma un testimonio de la sociedad de su tiempo:

 

No sé qué puede hacer un poema

para curar heridas.

La mía cuenta las horas con la rabia. (Asalto)

 

La poesía es refugio, evasión, instrumento profiláctico para no morir en medio del caos imperante; pero también es reafirmación de la subjetividad. El sexo es también otro evasor y simboliza su pasión. Sexo y poesía: drogas que dopan la ansiedad cotidiana. Una manera de entender la identidad o retornar al individuo sin morir en el intento:

 

Los versos son campanas cansadas en los parques.

El sexo es una lumbre ajada,

el umbilical forcejeo de nuestros nombres. (Asalto)

 

En el poema «Dislexia» busca la identidad en el dolor del salvadoreño, de la niñez —a partir de su propia experiencia— perseguida por la violencia, la ignorancia y la incertidumbre que provoca el hambre, la enfermedad y la desintegración familiar. Reconoce el origen de la violencia en el maltrato infantil y la neurosis colectiva producto de las injusticias sociales. El niño refleja una sociedad enferma.

 

El niño odia los amaneceres de neón,

las escaleras de las iglesias,

la inercia de los hospitales,

el tartamudo lenguaje de la piel en las multitudes.

 

La infancia se mutila en un ambiente de zozobra y maltrato. Ese niño que se reproduce en la urbanidad de un país del tercer mundo solo puede terminar engrosando las listas de los futuros alcohólicos, delincuentes, suicidas, prostitutas y otras formas de destrucción humana. El niño que ahora es un adulto recuerda con tristeza que su destino no estaba en sus manos. Su futuro siempre estuvo condicionado a estas formas oscuras que se vuelven la infancia de los niños pobres.

 

lo que más odia

es no poder atrapar al sol

en la página en blanco con sus crayolas.

 

En el poema «Ruido de fondo» se pintan los testimonios cotidianos de la violencia urbana: «Al llover / los muertos tienen otro aroma». El poeta quiere hablar de lo que todos callamos, de esa violencia que vuelve al silencio cómplice. La lluvia despierta el recuerdo de los muertos. Huele a muerte, a pólvora, en la costumbre de las calles, de los domingos en el vecindario. El poeta está atado a esas evocaciones, por más que intenta escapar de ellas. Aunque, acostumbrado ya a esas emanaciones mortuorias, los balazos siguen asustándolo, sorprendiéndolo a pesar de la frecuencia de los mismos.

 

Siempre me causaron sorpresa los balazos,

ese suavísimo plumaje del fuego,

bocina tuerta

en el intermitente bostezo de la epidermis.

 

En el poema «Good Day Sunshine» las calles delatan, la gente se ha vuelto herida y arma que lastima. La verdad es incierta. Los testigos andan en constante fuga, huyen (aves migratorias). La esperanza sigue condicionada en un lugar donde la justicia no existe: «Nadie busca la cicatriz exacta del sol, / solo el paradero de las huellas». La enajenación es tal que nadie clama ya por un mañana mejor sino por un sentido de existencia. El cansancio de las tormentas alude a una tranquilidad que no necesariamente tiene que interpretarse como paz sino conformismo. Lo intuimos por los versos que siguen. El parpadeo de tumbas y luego la ironía de su sonrisa con el paso del tiempo es la inevitable sensación de complicidad que sienten los espectadores o ciudadanos mientras se sepultan en el silencio y la obligada indiferencia para sobrevivir a este ambiente infrahumano, a esa paranoia producto de la zozobra social.

 

En el poema «Insomnio» se percibe esa pérdida de identidad nacionalista que se ha querido imponer a través de las ideologías. La evasión y la amnesia son indispensables para seguir viviendo y soportando la realidad. Ya no es el conflicto social el que desvela al poeta, al menos no como antes:

 

No me desvela

el balazo que se pegó en la cara el barrendero,

el beso de escayola de todos los mares,

el viejo grabado de tu padre hemipléjico,

ese incendio de las flores

cuando el sol roe a la soledad

o la luna ronca en la esquina de mi cama.

 

Afirma un desencanto generalizado en la creación artística: «El desvelo / a oscuras barre cuanto poema se le pone enfrente; / los arrincona, / los pudre como al miedo (…)» La poesía para Noé Lima ha entrado en una fase de decadencia. Hay un tedio por lo cotidiano de la poesía y de la realidad. El desvelo es momento de desilusión, de incertidumbre. Hay sed poética. Está el reproche por el hastío. Mientras tanto, la zozobra mediática y la indiferencia social siguen sepultando la esperanza del país.

 

El poema termina con la evasión característica de la poesía actual: el amor, el deseo. El refugio perfecto ante la impotencia generalizada. ¿Acaso busca plasmar el poeta una crítica implícita al quehacer poético de nuestro tiempo, acaso se implican en esos versos sus pasiones más profundas?:

 

De vez en cuando saco a pasear mi desvelo.

Lo ato fuerte a tu sexo,

a trescientos metros sobre el nivel del mar…

 

Vemos en el poemario Zumbido (2017) la ironía que hace el poeta sobre las ideologías vueltas decadencia en el siglo XXI: La militancia es una puta alfabetizada. En su poema «Militancias» usa un libro de Marx como imagen irónica de su falta de fe en las ideologías de izquierda. Además, critica las conveniencias de militar en las filas de la izquierda para ganar prestigio literario, condición característica del canon salvadoreño:

 

Lo llevo atrás del corazón

por si mis latidos meridianos abrazan la noche.

 

Esa lectura la mantiene alejada ya de sus emociones, para no verse enredado en sus asechanzas. Por último, denuncia el fracaso del ideal frente a una realidad ineludible: Mientras leo la vida pasar muerta frente a mis ojos.

 

El poeta interpela a la autoridad para constituirse como sujeto. Su autoridad ya no es una ideología marxista decadente, sino su pasión por la poesía y, de manera inherente, el lector o lectora que aprobará su vigencia como escritor. Pero se encuentra con un canon anquilosado que lo margina, invalida a este poeta underground. Comprobamos esta afirmación con los intentos fallidos por ser editado en diversas editoriales de su país. Solamente fuera de sus fronteras ha sido acogida su palabra para ser publicada. Este tropiezo en la construcción del sujeto que se quiere afirmar como poeta, lo lleva al auto marginamiento y a la destrucción de su cuerpo. Algunas de sus conductas autodestructivas las vemos en las visitas frecuentes al bar como un grito de auxilio frente a un futuro incierto como escritor:

 

 

En el bar

la carne es una plegaria despeinada

por las voces de la rockola

cuando la aurora aprieta los dientes.

 

En esa interpelación de la autoridad que representa el lector o la lectora, el alcohol obliga al ser a la emancipación de su cuerpo por medio de la destrucción. El alcohol representa una búsqueda fallida de sentido humano y de piedad frente al destino: «Desde siempre quise aprender / cómo encadenar arcángeles, / tengo cuarenta y dos años deseándolo». Los arcángeles nos hacen evocar a la moral y a la religión, por ende a la aceptación como el auxilio divino que representan. Pero los arcángeles son eso, símbolos de una cultura decadente, tan solo una palabra sin peso semántico para él:

 

nunca supe cómo meterlos en una botella,

solamente en esa palabra

que la saliva inquieta convierte en zumo

 

En el poema «Canción inflamable para un burdel» vemos a los burdeles participar en esta destrucción del cuerpo: la noche es solo una excusa para suicidarse. El cuerpo se aniquila en su visión como objeto de placer, frente a la imposibilidad de consolidación del amor y, por ende, de crecimiento espiritual: Una crisálida puede convertirse en un revólver. No obstante, son al mismo tiempo una búsqueda enferma de inspiración poética e ilusión por la vida. El poeta caracteriza la voz de las prostitutas y de los inertes existenciales que las visitan:

 

Del burdel pueden volar mariposas,

ese caído humo,

melena del aire.

 

A pesar de la interpelación que el poeta hace a la autoridad que son los lectores, el sujeto lucha por su liberación de esta subalternidad. En el poema «Placentofagia» vemos la afirmación de un escritor que se nutre de sus pasiones, aquellas incluso que no son aceptadas por la autoridad. Sus pasiones se ven condensadas en esos poemas que nadie lee:

 

Me he comido esos poemas que nadie lee,

solo yo.

Los planté incluso donde se pierde el sol,

ese sitio donde se dejan olvidados los condones;

ese almanaque lleno de amores,

el espejo cosido por la geografía del sueño […]

 

Me alimenté de ellos durante mi vida,

los hundí más bien en un vitral de carne seca.

 

Allí vemos al poeta urbano, el underground, mostrando el cinismo que lo caracteriza. Logra esquivar su propia vulnerabilidad y resiste al peso de la identidad por medio de la desubjetivación crítica o voluntad de no ser. Son esos poemas proscritos los que lo sustentan como individuo; a pesar de la marginación a la que será confinado, a pesar del dolor que la sociedad le infringirá en su negación. Lo definen esos poemas justamente por estar intrínsecamente relacionados con su pasión, pasión alegorizada en el sexo:

 

Los sembré como ese imán sobre tu sexo,

por los minerales del mar

y el arrebato

de querer ensayar mi muerte en cada orgasmo.

 

Muerte y orgasmo se encuentran aquí en estrecha relación. El orgasmo simboliza el éxtasis poético, el regocijo en la pasión. La muerte simboliza la plenitud anhelada, la liberación final del cuerpo. Es por ello que encontramos constantemente ese coqueteo con la muerte en la poética de Noé Lima. Solo la muerte emancipará al poeta. Por eso, en el poema «Retrato habitual de las ciudades», Noé Lima afirma: «Déjame morir nuevamente a tu lado».

 

Noé Lima es una de las voces representativas de la poesía urbana salvadoreña, colmada de la sensibilidad de posguerra, la que Beatriz Cortez llama «Estética del cinismo». Vemos a un poeta que se refugia en sus pasiones para sobrellevar el problema social que lo circunda. Construye su identidad a partir de la subjetividad de sus vivencias y observaciones de la realidad, sin seguir una ideología de turno. Es a través de la propuesta poética de Noé Lima, en particular de su libro Zumbido (2017), que vemos un aporte importante en la construcción de la identidad salvadoreña.