De la necesidad que tenemos de Orfeo

Antonio Arroyo Silva

Antes que nada, me llama la atención el título, Necesidad de Orfeo, de María Teresa de Vega, pues este incita a los lectores (al menos al que comenta) a una serie de preguntas (como ¿quién tiene necesidad de Orfeo en los tiempos que corren?) que quizás no necesiten respuestas, pues la poesía es, de por sí,  la gran pregunta sobre el misterio de la vida y su transcendencia o inmanencia. Puedo añadir que nuestra poeta en cuanto a la expresión y al contenido no tiene necesidad de Orfeo. Pero sí el mundo en el que vive, tan perdido en el Hades. Un mundo que ha de ser rescatado por Orfeo a pesar de su fracaso de salvar de la muerte a su amada ninfa Eurídice. María Teresa de Vega paga sus óbolos, afina la lira y asume el riesgo de —en esta nueva catábasis— mirar atrás aún cuando el mundo no esté  bañado por la luz del sol y, entonces,  se evapore—como Eurídice— para siempre. No obstante, el eterno femenino, la germinación de las maguadas, su iniciática desnudez.

 

Es pérdida inevitable, pájaro de huella leve,

ni Orfeo recupera a su amada a pesar de su canto,

ni el árbol su hoja, ni lo que brilla al sol un instante

conserva su claridad, sino que se doblega a lo oscuro.

 

"Respuesta" [p. 20]

 

Daniel Bernal Suárez, bajo mi punto de vista, supo situar sabiamente la poética de María Teresa de Vega al afirmar que la visión y la intención que impregna Necesidad de Orfeo parte una memoria de lo sublime y a ello tiende. Lo sublime es un concepto que supone una elevación del pensamiento, hasta el punto que este se queda en un hilo entre el rapid eye movement de la ensoñación —que decía Jung— y las posibles realidades que puede abarcar el instante que, a veces, son infinitas. Lo sublime es esa línea minúscula, casi invisible, que está en la frontera entre la luz y la sombra, decía Walter Benjamin.

 

Dice Cristóbal Reyes Urzúa en su artículo sobre Rilke de la revista Perspectiva, de 1987, que

 

«identificado por la seducción de la pura e inequívoca individualidad, parcialidad, mesura y certidumbre en su lenguaje y por la cualidad intensamente peculiar e idiomática de su cantar, logra  filtrar su doctrina filosófica y teológica de la vida y de la muerte, subyacente al contexto estético de su obra»

 

Y de ahí llegar a lo sublime. Este modo de abordar la realidad lo encontramos en Necesidad de Orfeo desde el principio, cuando se nos dice que «lo bello y lo Bueno repetido como canon, / como lluvia que todos los inviernos nos empapa». Por ahí empieza la religión de esa necesidad, ese hueco que ocupa la Realidad (la ignorancia de Orfeo y, por tanto, de esa necesidad reivindicada por María Teresa). Religión que es atadura y relectura, más que teología. Y, en cuanto a pensamiento filosófico, más que sabiduría asertiva, sus versos nos traen la incertidumbre de la physis de los instantes. Inmanencia spinoziana, nietzscheana o, poéticamente hablando, con palabras de Rilke, del decir. También en cuanto a que todo camina hacia la meta, y nuestro último objetivo es desaparecer. Entonces, ante el temor, la melodía pacificadora de la aceptación liberadora del ser humano. Y en el polo opuesto estaría la desmesura de lo inconsciente, de la ceguera.

 

 «...nos iremos de la vida tras echar un enorme escupitajo contra la vida y contra los que neciamente se apegan a ella...»

Lucrecio, De rerum natura.

 

Y no solo Rainer María Rilke. Como vemos, nuestra poeta bebe directamente de las fuentes clásicas, concretamente del Lucrecio de De Rerum natura, sobre todo por su propuesta de radical rebeldía, que supone huir del antropocentrismo y fundirse o refundarse como parte de la naturaleza. Y, cómo no, por el trasiego entre el mito y el logo como excusa para mostrar una visión singular. Creía Lucrecio que saltar por encima del hombre y sus ilusiones, verlo como parte del todo, requiere de una inmensa modestia, como si el sabernos de la misma substancia del mundo nos volviera insustanciales. Un materialismo adaptado al dolor del narcisismo del ser aislado y ciego. Lucrecio, además, tiene una explicación sobre el continuo afanarse de los hombres en procura de riqueza y honores: codicia, ambición y envidia no son más que expedientes para hurtarle en vano sus derechos a la muerte.

 

María Teresa de Vega se propone, como el maestro Lucrecio, poetizar la perplejidad que experimenta la mente humana cuando asiste al plan extraño y fecundo de la naturaleza y proclama que debajo de todo ese orden aparente no haya ningún propósito. Y de esta aceptación viene la vida misma y la muerte como una etapa más de la anterior fundida en el decir que Rilke anunciaría siglos más tarde. Sin embargo, «(...) yo quiero crear mi noche/ donde un sortilegio apaga los gritos»  y, además:

 

Quiero crear mi luz. En la oscuridad

ver los árboles que planté, y es asombroso

que yo les diera plena vida. Yo nací sus hojas inmensurables,

acosté su verde tierno en las azoteas del viento (...)

 

"Mujer creadora I y II" son dos puntos de anclaje de Necesidad de Orfeo y expresan justo lo que quieren expresar, sin andarse por las ramas, sin timidez: la mujer, naturaleza, Gaia, Cibeles y su conciencia absoluta de la creación junto al misterio que alberga y contra el tabú que una sociedad de pensamiento antropocéntrico y patriarcal ha impuesto. Misterio necesario, como en toda la poesía, por la memoria atávica que se remonta al principio de los tiempos, al origen, al palimpsesto. Y desde ese primer albor, como María Zambrano, María Teresa de Vega se propone crear.

 

Como dijo nuestro poeta y crítico Eugenio Padorno en la presentación del poemario Isla y vuelta de Aquiles García Brito, no es cuestión de hacer una descripción externa, sino de hacer un análisis crítico del alma del libro, entiéndase como tal la respiración del mismo, los achaques y cojeras que pudiera tener más que una glosa o un análisis externo. Y este cuerpo que les presento tiene cabeza, tronco y extremidades. También arterias, corazón y, sobre todo pulmones. Y más cosas que no quiero nombrar porque me comió la lengua el gato.

 

Los versos se alargan o se encogen según necesidades del decir, sin imposiciones métricas y sin superficialidades calcadas de una vanguardia trasnochada. El tono de los versos es elevado buscando ese estado subliminar—con voz propia—, afín al pensamiento rilkiano, pero no cae en lo celeste y, a pesar de su tendencia a la abstracción, posee un anclaje firme a la tierra que pisa y al instante que vive. Por ahí late el sentido femenino del poemar—que decía Gelman— sin ansia alguna, como mujer, de auto segregación dentro de la poesía, sino con ese ímpetu de madre creadora que Lucrecio atribuía a la diosa Cibeles. Del fracaso de Orfeo parte un diálogo incesante de la poeta contra la banalidad del mundo y su falta de conciencia que lo aleja de su lugar en la creación.

 

Si bien Lot y Orfeo fracasaron por mirar atrás, no obstante, ahí está esa música que susurra y nos salva. No ya la de Orfeo, sino la de María Teresa de Vega.

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