Cicatuac: la carretera volvía a ser nuestra

Yeray Barroso

Sergio Barreto (1984) no era conocido como narrador hasta hace pocas fechas. Su primera novela, VS, resultó vencedora de la última edición del Premio Benito Pérez Armas. Esta obra, que aunque primera no es de autor primerizo, retoma la senda que en cierta medida inspiró el premio en los años setenta, con tendencia hacia cierto riesgo experimental, y que se recuperó en cierto modo con El hombre que ama a Gene Tierney, de Daniel María, premio de edición en el año 2011, para luego volver a perderse en los premios siguientes. Editada por Salto de Página, Versus transita espacios de marcado carácter simbólico que tienen como puente común una sensación de violencia que cubre todo el marco narrativo.

Barreto recoge la herencia de los territorios literarios como Macondo o Comala y hace de Cicatuac una llanura colmada de mitos de dureza. Toda la toponimia que recorren sus personajes contribuye a la creación de un mundo paralelo: Cuernacabra, Sierra del Toro, Cumelque, Ricoagua, Mesa Cernícalo, Loma Carbón o Cuttlán son algunos de estos espacios que el trayecto o el recuerdo de los personajes hace aparecer en la novela. Cicatuac, paisaje propicio para un western, podría ser una zona del desierto mexicano, aunque su localización exacta no tiene demasiada trascendencia en lo narrativo ni es determinante para el análisis de la historia. Lo que importa es la mitología que a ese espacio recubre, la fuerza de un animal como el coyote para quien ha vivido en la llanura, el conocimiento de los hombres de polvo que en cualquier momento atraviesan el paisaje. Por eso, el narrador en primera persona que protagoniza la historia, junto a tres amigos, da a conocer lo que un espacio como Cicatuac supone a través de su experiencia adolescente y de los consejos de su padre: “Muchacho, decía mi padre, la llanura no te deja escapar. […] Por las raíces. No puedes verlas, tampoco tocarlas. Pero ahí están, entreveradas a tu intestino, cubriendo tu estómago, tus pulmones” (p.85).

 

Y, sin embargo, la historia está protagonizada por cuatro personajes que en apariencia consiguieron escapar de la llanura y del patrón Viejo Araña. Precisamente con la muerte de este comienza la novela, que es hostil en cuanto a la historia desde las primeras líneas: la primera persona imagina la manera en que muere el viejo. No se asiste, por tanto, a la muerte misma, sino a la imaginación de la muerte, el desolado sufrimiento de quien cae en la soledad más absoluta, acompañado nada más que del alcohol. A raíz de esta muerte, Octavio, claro  líder del grupo, regresa al lugar de origen con Mediacara, Marcelo y la primera persona con la intención de desvalijar toda riqueza que se pueda encontrar en la cabaña del antiguo jefe. Nada habrá en ella. “Has venido porque no tienes nada, porque en los últimos siete años has sido incapaz de hacer vida fuera de la llanura. Formas parte de esta cicatriz reseca. Más allá eres un trabajo miserable, insomnio, masturbación vacía y alcohol, mucho alcohol” (p.19), se dice el narrador a sí mismo.

 

Los personajes nada tienen, son parte del fracaso y solo han guardado las correrías de la juventud ya lejana. Ellos recuerdan el símbolo de Cicatuac [“la profundidad prehistórica de Cicatuac, donde todo lo que es siempre ha sido” (p.,157)], pero esta ha cambiado. Ya no es la misma. Si el espacio se sostiene para ellos, lo hace porque queda el eco de sus mitos. Su realidad casi desautoriza el pasado: lo que antes fue habitado por un pueblo y su identidad, ahora está controlado por un sistema corrupto de la mafia armada (los Atzalats) y una compañía capitalista: la Marlow & Company. Antes, la llanura era violenta, esa inmensa cicatriz de la que habla en varias ocasiones el protagonista no llegó después porque siempre había estado. Lo que sí llegó fue la falta de vida en la llanura, que sus mitos y sus símbolos habitados solo quedaran en el recuerdo. Los protagonistas, a través de su memoria, se reconocen en el paisaje. El imaginario personal está en sintonía con lo vivido hasta que se advierte que todo ha cambiado, que por mucho que se quiera recordar, no solo las personas cambian, sino también los paisajes: la llanura ahora únicamente es lugar explotado, casi desierto, espacio de carreteras: no-lugar, ambiente de paso. Aunque los cuatro amigos traten de reencantar en su imaginación el lugar, todo su aire ha sido en cierto modo desencantado. Quedan algunas cabañas, alguna iglesia, una chatarrería, bares de paso, El Cráter, ese lugar de alterne al que deciden ir y el motivo de toda la aventura de la novela.

 

Versus es una historia de carreteras, se desarrolla en los confines del mundo [“El mundo se había borrado y solo eran visibles los postes telefónicos” (p.139)], donde la identidad se pierde y se siente la necesidad de ir en busca de los lugares concretos. La única pertenencia para los protagonistas en ese entonces es el asfalto: “la carretera volvía a ser nuestra” (p.191), dice el narrador en las últimas páginas de la novela. VS es una historia en marcha, al modo de The Road, de Cormac McCarthy. Aunque en esta ocasión no se asiste al apocalipsis, sí se desarrolla la historia en los márgenes de la existencia, en lugares que no son reales en la mentalidad de las gentes. Cicatuac ya no es lo que fue y los espacios de paso que recorren los personajes, esas carreteras hasta llegar a El Cráter, de nadie son y a la vez son de los que por ellas pasan,  de quienes ya no se identifican con ningún lugar porque el origen ha sido arrebatado por los otros sin previo aviso. Esto se percibe aunque en quienes han nacido allí exista una raíz inextinguible: “en cada llanero y nativo, reside algo que no hemos sido capaces de definir aún, algo profundo y negro y nauseabundo” (p.174).

 

Precisamente lo que sucede por el camino, esto es, en el tránsito interno de la carretera, es la parte central de la novela: la ropa de militar que llevan como en misión especial y que los protagonistas encontraron en la casa de Viejo Araña sirve como motivación para el viaje y cambia el nombre de los protagonistas: Vargas (Octavio), Lagarto (Yo), Polaco (Marcelo) y Sapo (Mediacara); el altercado en la gasolinera, el asesinato violento en la chatarrería, Brigitte, el sexo de Octavio, Marcelo y Mediacara con la adolescente en medio de cualquier no lugar. El asco de Lagarto (Yo), el sentirse fuera de la llanura, lejos de aquello que en algún momento fue su espacio, donde están sus mitos, los hombres de polvo que aparecen cuando menos se los espera. El destino, ese club de alterne que los protagonistas casi no saben dónde se encuentra no es lo importante en Versus. Y no lo es porque ni siquiera llegan a él, puesto que desisten en medio del trayecto y dan la vuelta.

 

Lo que, en definitiva, mueve a los personajes, es la carne. Ávidos de sexo, tras no encontrar la fortuna económica que esperaban, piden lo carnal: “Carne, ese es el secreto de nuestra maldita civilización: comprar y vender carne antes que los gusanos la devoren en sus banquetes subterráneos” (p.178)

 

Esta búsqueda de la carne a través de la carretera se reviste de un elemento característico en la novela desde hace aproximadamente cincuenta años: la presencia del cine [como la referencia a De Niro y Taxi Driver (p.67)] y la influencia de la banda sonora como evocación y definición incluso del paisaje que se habita en la novela. Por medio de una vitrola o de la imaginación del narrador, Barreto introduce en Versus este paisaje musical: The end (The doors), Fly Me  to the Moon (Sinatra), Claro de Luna (Beethoven), Jonny Cash, o “me hubiera gustado que, en ese momento, sonara Folsom Prison Blues, una de las canciones favoritas de mi padre” (p.61), entre otras referencias, sirven para crear un ambiente evocador que va más allá de la novela. No la fuerza única de la palabra y sus sonidos, sino el poder de otros sonidos ya conocidos, refuerzan el viaje por la carretera y lo que en él sucede. Y en silencio continuamente resuenan los ecos de Roadhouse Blues (The Doors), sin necesidad de que se mencione ("mantén los ojos en el camino / tus manos en el volante/ [...] Sí, vamos al club del camino,/ vamos a pasar un buen rato).

 

Versus es parte de ese grupo de novelas de interés que se han escrito en Canarias que están acompañadas por ese halo de banda sonora, desde El don de Vorace (1974), de Félix Francisco Casanova, hasta obras más recientes como Bajo el sol de los muertos (2015), de Roberto a. Cabrera y hace, sin duda, justicia a un premio de recorrido como el Benito Pérez Armas.

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Comentarios: 1
  • #1

    C. G. F. (viernes, 04 noviembre 2016 13:42)

    Estupendo texto, Yeray B. La verdad es que dan ganas de leer la novela.