Donald Barthelme: la posibilidad narrativa de lo imposible

Daniel Bernal Suárez

Donald Barthleme (1931-1989), autor de las novelas Blancanieves, El padre muerto, Paraíso y El rey, es conocido, sobre todo, por sus compilaciones de relatos: Vuelve, Dr. Caligari; Prácticas indecibles, actos antinaturales; City life; Tristeza o el que vamos a abordar a continuación, Las enseñanzas de Don B. En efecto, Barthelme es uno de los maestros del relato breve entre los narradores postmodernos norteamericanos, en cuya nómina figuraría junto a John Barth o William Gass. Rodrigo Fresán lo encumbró como «el rey de la literatura postmoderna norteamericana» [1] .

 

Javier Aparicio Maydeu [2], comentando la compilación 40 Relatos publicada por la ya extinta editorial Reverso, aseveraba:

 

 «La narrativa ecléctica, experimental e irónica que da razón del sambenito de posmoderno que se le impuso a Barthelme desde buen principio, tiene en realidad su origen remoto en sus provechosas lecturas de un puñado de autores de la vanguardia histórica» 

A propósito de esta ascendencia de aspectos formales (y aun temáticos) del postmodernismo en las vanguardias históricas, es relevante lo apuntado por Mark Bevir en el artículo Una radicalidad particular: el legado vanguardista en la ética postmoderna [3]:

 

«Las vanguardias radicales -dadaísmo, surrealismo y situacionismo- quisieron desbaratar, e incluso, derrocar la sociedad burguesa. Sin embargo, también recalcaron lo difícil que resultaba no caer en sus trampas y la habilidad de esa sociedad para domesticar los gestos radicales, e incluso reformularlos para sus propios fines. Promovieron una gama de espacios y estrategias subversivas con la intención de que resultaran inmunes a tales reformulaciones. Estos ámbitos y estrategias incluían el cuerpo y el deseo, el juego y el exceso, la auto-creación estética y la transgresión estilizada. De forma colectiva constituían una radicalidad particular que más tarde siguió atrayendo no sólo a Baudrillard y Lyotard sino también a posestructuralistas como Roland Barthes y Michel Foucault» .

Reconectemos, pues, la transgresión vanguardista en sus dimensiones política y estética, ya que en ambas se corroborará el elemento vertebrador de la mirada crítica. El postmodernismo, en tanto contexto cultural, devino irrupción de una contracrítica a algunos aspectos de la modernidad; si se prefiere, crítica al cuadrado enfocada en una desmitificación. Ya que, si algo ha caracterizado a la modernidad, ha sido su permanente autocuestionamiento. No obstante, si son cardinales en lo postmoderno determinadas derivas relativizantes, hemos de recalcar lo apuntado en otro sitio a raíz de una aproximación a la obra narrativa de Don DeLillo [4] para encuadrar la terminología problemática que aqueja tanta maleabilidad teórica:

 

«No entraremos a discutir esta etiqueta nebulosa [postmodernista] cuya definición ambigua, por parte de algunos críticos, ha servido como cajón de sastre que todo lo abarca (para empezar, el mismo debate de si supone una ruptura con el modernismo o la continuidad en ciertos aspectos, o también la coexistencia de un postmodernismo crítico y conflictivo con uno acrítico y superficial). La imprecisión llega al punto de considerar como postmodernismo tanto una narrativa caracterizada por ciertos factores estéticos concretos (la metaficción, oposición al realismo, relevancia de la ironía y lo paródico como marcas presentes en el pastiche, etc.), como por aludir al entorno extratextual que se define como postmoderno, o, incluso, a utilizar como categoría historiográfica la postmodernidad, en la que se desarrollaría la obra de ciertos autores, entre ellos DeLillo».  

Centrándose en las características del postmodernismo literario, Ihab Hassan [5] ha resaltado estas once propiedades: indeterminación, fragmentación, descanonización, ausencia del yo/ausencia de profundidad, lo impresentable/lo irrepresentable, ironía, hibridación, performance/participación, construccionismo, inmanencia y carnavalización. Aunque admite que el postmodernismo «sigue siendo, en el mejor de los casos, un concepto equívoco, una categoría disyuntiva, doblemente modificada por el ímpetu del fenómeno mismo y por las percepciones cambiantes de sus críticos». Finalicemos estas consideraciones retomando tres planteamientos que comenta Matei Călinescu en Cinco caras de la modernidad [6]: el primero, la posibilidad de incurrir en la ilusión realista por la que «una mera construcción de la mente o modelo del entendimiento es percibida como una inflexible realidad»; el segundo, que tomado como categoría literaria, el postmodernismo vendría a sustituir la ferocidad anti-tradición de las vanguardias por una visión frente a la historia literaria (revisitación) que sustituyese aquel furor ingenuo por una descarnada pérdida de ingenuidad respecto del pasado (de lo que resultarían todos los experimentos intertextuales, paródicos, etc.); y, tercero, la idea de Fokkema según la cual los narradores modernistas se caracterizarían por la hipótesis, en tanto los postmodernos opondrían a ello «un penetrante sentido de  incertidumbre radical insuperable, un tipo de nihilismo epistemológico».

 

La obra narrativa de Donald Barthelme es generadora permanente de asombros y disrupciones.  Las enseñanzas de Don B. [7] contiene 31 cuentos caracterizados por el signo de la escritura anticonvencional de nuestro autor. Escritura, podríamos decir, descentrada, de la ruptura. Aderezado todo con un humor ora hiperbólico, ora sutil.

 

La realidad que dimana de sus textos se ofrece fluctuante y desarticulada en sus aspectos más esenciales. En este universo narrativo la anomalía es la norma. La extrañeza deviene como consecuencia de anomalías que afectan a la articulación de las situaciones. En el primer relato del volumen, «La señorita Mandible y yo», se constituye como normal (en virtud de la estructuración de la voz del narrador) el deseo sexual y las consiguientes insinuaciones de una profesora por un niño de primaria.  Se produce también un curioso fenómeno de simultaneidad: el protagonista es, a un tiempo, un adulto de más de treinta años y un niño. Las pasmosas equivalencias, serían, pues:

 

1.      Relación alumno-profesora mediada por la atracción sexual.

2.      Adulto que es alumno de primaria: desproporción entre su comportamiento acorde a la situación escolar en tanto su mente sigue funcionando con las pautas de un adulto.

3.      Extraña relación causa-efecto: el protagonista parece que ha sido castigado a acudir a la escuela por infringir las normas de la compañía aseguradora donde trabaja.

 

En otro sentido cabría citar el relato «El globo»: un objeto inaudito y desmesurado ingresa  en la realidad cotidiana de una ciudad. Los habitantes terminan reaccionando frente a esta inmersión de lo imposible de un modo natural, aceptándolo. Finalmente adivinamos que la aparición del objeto fantástico obedece a motivaciones de lo más triviales. La anomalía objetual, su desajuste de corte fantástico, es asumida como creadora de una situación normalizada y he allí, precisamente, la distorsión. Vemos en estos dos ejemplos una suerte de inadecuación respecto de  cualquier marco cognitivo estándar que supone la legitimación de lo anormal como normal. Los dispositivos de extrañamiento, además, se establecen, en muchos casos, ya desde la primera oración del relato, generando con ello un impacto que difícilmente se puede soslayar. Así procede en el mentado «La señorita Mandible y yo», o en otros textos permeados por la ironía. Veamos algunos ejemplos (el primero perteneciente a «La señorita Mandible y yo», y el segundo a «Algunos llevábamos mucho tiempo amenazando a nuestro amigo Colby»):

 

«La señorita Mandible quiere hacerme el amor, pero duda porque soy oficialmente un niño; yo tengo, según los documentos, según el cuaderno de evaluación de su escritorio, según las fichas de la oficina del director, once años. Existe aquí un malentendido, algo que aún no he sido capaz de aclarar. En realidad, tengo treinta y cinco años, he estado en el Ejército, mido un metro y ochenta y cinco centímetros, tengo vello en los lugares apropiados, mi voz es de barítono, sé muy bien qué hacer con la señorita Mandible si alguna vez se decide.

 

«Algunos llevábamos mucho tiempo amenazando a nuestro amigo Colby por el modo en el que se estaba comportando. Terminó por pasarse de la raya, así que decidimos ahorcarlo. Colby argumentaba que solo porque se hubiera pasado de la raya (no negaba que se había pasado de la raya), eso no significaba que tuviera que ser sometido a la horca. Pasarse de la raya, decía, es algo que todo el mundo hace a veces. No prestamos mucha atención a su defensa. Le preguntamos qué tipo de música le gustaría que sonara en el ajusticiamiento. Él respondió que lo pensaría, pero que le llevaría un tiempo decidirlo. Yo le indiqué que teníamos que saberlo pronto porque Howard, que es director de orquesta, tendría que contratar a los músicos y ensayar, y no podría empezar hasta que supiera qué música era la elegida. Colby dijo que siempre le había gustado la Cuarta Sinfonía de Charles Ives. Howard se enojó, eso era una “táctica dilatoria”, todo el mundo sabía que Ives era prácticamente imposible de interpretar y que requeriría semanas de ensayos, a lo que se sumaba que el tamaño de la orquesta y el coro se situaría muy por encima del presupuesto para música. “Sé razonable”, le pidió. Colby respondió que trataría de pensar en algo menos exigente.»

Algunos finales de los relatos son abiertos, ahondando de esta manera en la impresión de indeterminación, por utilizar el primero de los vocablos de Ihab Hassan referidos con anterioridad.

 

Barthelme maneja una gran amplitud de registros, dando lugar a unas narraciones con un marcado carácter innovador. Las referencias a alta y baja cultura se mezclan de tal modo que podemos leer piezas que aluden a recetas de sopas comerciales y otros platos gastronómicos («Las selectas sopas caseras de Donald Barhtelme», verbigracia) o una entrevista en la que se abordan disquisiciones teológicas, reportajes sobre las experiencias de sobrevivir a la caída de un rayo o la pérdida -patológica- de la condición de conejita playboy. También podemos encontrar un repertorio de anacronismos alrededor de la figura de un avaricioso Washington en «Una duda a orillas del Delaware» (recordemos que su novela El rey [8] es un artilugio confeccionado con  transposiciones temporales entre los personajes legendarios del ciclo artúrico y la Segunda Guerra Mundial). Esta manipulación lúdica convierte a algunos relatos en parodias de marcado acento crítico, como en «Informe», sátira sobre una guerra en la que la inverosímil concepción de las armas de posible uso culmina con la idea de un sentido moral codificado en tarjetas perforadas. O la reprobación al proyecto de defensa estadounidense durante el mandato de Ronald Reagan a través de las palabras de una entrevista al emperador Ming, supervillano enemigo de Flash Gordon. La deformación hiperbólica como burla de lo real. El humor, la ironía y el sinsentido se infiltran, como ya hemos dicho, con frecuencia. De hecho, algunos cuentos se muestran como un encadenamiento continuo de secuencias incongruentes.

 

Otras características dignas de mención son la minuciosidad detallista aplicada a enumeraciones caóticas; el uso de las yuxtaposiciones, el fragmentarismo y el collage narrativo (en una entrevista para el New York Times Magazine había apuntado el autor que el collage era el principio rector de las artes en el siglo XX [9]); los recursos de repetición para crear  atmósferas específicas (utilizados en «El juego» para evidenciar la paranoia de unos personajes sometidos a la tensión y el hastío); o la relación entre lenguaje y materia narrativa, de modo que los juegos con el primero mediatizan el devenir del propio texto como ocurre en «Rebeca».

 

La propuesta estética de Donald Barthelme parece llevarnos, mediante el cuestionamiento de las convenciones normativas, a rasgar el velo de la realidad ordinaria y cohabitar con el acontecimiento y el absurdo o la ausencia de significado. En «El globo», el narrador nos comenta:

 

«Hubo un cierto nivel de discusiones iniciales sobre el “significado” del globo; estas fueron amainando, puesto que hemos aprendido a no insistir en los significados y en rara ocasión se tienen en consideración en la actualidad, excepto en casos protagonizados por los fenómenos más sencillos y seguros. Se acordó que, puesto que el significado del globo no podría ser nunca conocido con absoluta certeza, no tenía sentido prolongar el debate, o al menos era menos productivo que las actividades de aquellos que, por ejemplo, colgaron en las calles faroles de papel azules y verdes de la cálida y gris sección inferior del globo o aprovecharon la ocasión para escribir mensajes en la superficie, anunciando su disponibilidad para realizar actos antinaturales o la posibilidad de establecer nuevas relaciones.»

El fragmento anterior puede leerse como un guiño metaliterario y, quizás, como una crítica epistemológica frente a la visión compacta de la noción de verdad y la univocidad y transparencia del significado (imposibilidad de una certeza final).

 

Al ingresar en los cuentos de Barthelme el lector acaso arguya que su realidad se reduce, como conjeturan los personajes de «El juego», a un despiste o un experimento. Sobre los trazos horizontales de la página se desvanecen las convicciones más arraigadas y accedemos a una percepción que afantasma la solidez aprehendida previamente. Escritura-sumidero que licúa las  categorías del pensamiento para dar cuenta de la posibilidad narrativa de lo imposible.


Notas

[1] FRESÁN, Rodrigo: Estar de vuelta. Flying to America: 45 More Stories. Página 12, 6 de enero de 2008.

[2] APARICIO MAYDEU, Javier: 40 relatos, de Donald Barthelme. Letras Libres, mayo 2006.

[3] BEVIR, Mark: Una radicalidad particular: el legado vanguardista en la ética postmoderna, Foro interno: anuario de teoría política, nº 9, 2009.

[4] BERNAL SUÁREZ, Daniel: Don DeLillo y la trama inconclusa de América, Culturamas, 2013.

[5] HASSAN, Ihab: El pluralismo en una perspectiva postmoderna, Criterios, nº 29, enero-junio 1991.

[6]  CĂLINESCU, Matei: Cinco caras de la modernidad, Tecnos, 1991.

[7] BARTHELME, Donald: Las enseñanzas de don B., Automática editorial, 2013.

[8] BARTHELME, Donald: El rey, Círculo de lectores, 1996.

[9] GÓMEZ REUS, Teresa: El uso del collage y del ensamblaje en los cuentos de Donald Barthelme, Revista alicantina de estudios ingleses, nº 1, 1988.


Escribir comentario

Comentarios: 1
  • #1

    Escritura creativa (domingo, 25 junio 2017 14:22)

    Barthelme tiene una escritura que no te deja indiferente. Sus cuentos dejan en el aire muchos interrogantes, una extraña sensación como de que te falta algo. Pese a ello, muy recomendables.