Romances acumulativos canarios: un ensayo*

Priscila Farrujia Coello

En torno al siglo XIV, en la Edad Media, comenzaron a germinar las primeras semillas que darían lugar al nacimiento del romancero tradicional en España, siendo Castilla la cuna donde se desarrolló en sus primeros momentos, y constituyéndose como una poesía admirada y querida tanto por el pueblo como por la corte. No obstante, el gusto por lo folclórico, las canciones, la poesía coloquial... ya había comenzado su andadura varios siglos antes, con la aparición y evolución de la lírica popular, que junto al romancero conformaron «dos ramas de un árbol de hondas raíces comunes», según palabras del estudioso Antonio Sánchez Romeralo (Frenk, 2001: 39). Dicha preexistencia de un género anterior al romancero significó una fuente de influencia para este, tanto en los temas, los tonos, las formas y las técnicas constructivas, como en el uso de determinados símbolos que han perdurado en la tradición (Frenk, 2001: 49); aunque también jugó un papel importante el romancero en las elaboraciones líricas posteriores a su creación, llegando a confluir las dos tendencias en cuanto a rasgos compartidos se refiere. Sin embargo, la existencia de diversas diferencias entre la lírica y el romancero, como por ejemplo, la preeminencia de un clima normalmente trágico en los romances, frente al ambiente vital y natural de los cantares líricos; o el mayor conservadurismo de los romances en oposición a la innovación de la canción lírica, determinaron las diferentes historias evolutivas de ambos géneros, quedando hoy en día solo reliquias de la lírica medieval y renacentista (Frenk, 2001: 52), mientras que  el romancero ha llegado a convertirse en el género folclórico más duradero de la cultura española, pues lleva a sus espaldas siete siglos de tradición ininterrumpida (Trapero, 2003: 13). 

En otro orden de cosas, a pesar de la oralidad a la que ha estado unida el romancero y a las adaptaciones que de forma continuada han realizado las diversas comunidades integrantes de la tradición pan-hispánica, según sus necesidades y atendiendo a su realidad particular, ya sea incluyendo temas novedosos, o bien vocablos, resulta de gran interés cómo el romancero ha mantenido su identidad y características propias, al igual que sus rasgos definitorios. Así, Pidal definió al romance en un primer momento como «un poema épico lírico que se canta al son de un instrumento, sea en danzas colectivas, sea en reuniones tenidas para recreo simplemente o para el trabajo en común». Respecto a esta definición reduccionista surgieron diversos detractores afirmando que la realidad del romancero representaba algo de mayor complejidad y envergadura, pues el género del romance englobaba una gran diversidad de textos, con procedencias y orígenes variados y estéticas literarias diferenciadas (Trapero, 1989:17). De esta forma, fueron surgiendo definiciones complementarias que pretendían aclarar progresivamente el concepto y añadir nueva información relevante. Desde una perspectiva más apegada a lo formal, los romances podrían definirse como «poemas narrativos formados frecuentemente por versos octosílabos con rima asonantada en los versos pares, y sin rima en los impares» (Cáceres Lorenzo, 1995: 21). Por su parte, los estudiosos Piñeiro y V. Atero concretaron su significado, tratando al romancero como composiciones en verso con rima asonante, monorrima o diversa que manifestaban «la conciencia colectiva hispana por su elaboración y transmisión tradicional» y que comúnmente solían relatar una historia narrativa. Posteriores investigadores han propuesto, asimismo, sus propias clasificaciones y definiciones, algunas de mayor enjundia que otras, pero todas con la intención de realizar una mayor aproximación hacia una de las manifestaciones tradicionales más interesantes por su calidad de poesía oral narrativa y por el modo habitual de su transmisión, donde quedaba reflejada el alma del pueblo y que, gracias a las variantes que se han ido creando de las composiciones primigenias, la tradición se ha ido rejuveneciendo y renovando (Cáceres Lorenzo, 1995: 22).

 

Por otro lado, y aunque, como señalé anteriormente, el origen del romancero tuvo lugar en la zona de Castilla, es en las Islas Canarias donde se ha podido recoger y documentar un mayor y amplio repertorio romancístico, no susceptible de ser encontrado en otros territorios de España, ni siquiera de haberse podido dar en ningún otro lugar. A pesar de que la mayoría de los romances pan-hispánicos presentan recias similitudes y características comunes, ya que provienen todos de un tronco común, el romancero se ha ido adaptando progresivamente a cada lugar de asentamiento, dependiendo del cual adquiría unos rasgos diferenciadores del resto. De esta manera fueron conformándose las diversas ramas procedentes del «árbol» general del romancero tradicional, de entre las que sobresale la rama de Canarias, que comenzó a desarrollarse a partir de la colonización española de las Islas, cuando se iniciaron los viajes entre La Península y el Archipiélago, convirtiéndose en una vía de contacto con el exterior, no solo comercial o económica, sino también de  cultura, sobre todo en una época donde el romancero presentaba su máximo esplendor en  España. Cuando finalmente Canarias fue incorporada a la Corona de Castilla en el siglo XV, dicha influencia de culturas se reforzó y acrecentó, pues se fueron estableciendo en los nuevos territorios conquistados cada vez más españoles procedentes de todas partes de La Península (Andalucía, Extremadura, Castilla, Galicia…) (Trapero, 1989: 9), trayendo consigo numerosos cantos épico-líricos, que aunque no han pervivido de forma escrita –el romance canario en texto no se dio a conocer profundamente hasta inicios del siglo XX–, dado que en esa época nadie realizó labor de recolección alguna a excepción de casos anecdóticos de cronistas, sí que lo han hecho a través de la oralidad. Dicha existencia de un romancero en Canarias desde los primeros años de su colonización contribuyó a su permanencia a pesar del transcurso del tiempo y la convirtió en una de las ramas del romancero pan-hispánico mejor definidas. Asimismo, la localización geográfica de las Islas también influyó en gran medida en la exclusividad de la que gozan los romances canarios en la actualidad, pues al encontrarse en una zona marginal, alejada de La Península, se pueden encontrar versiones más arcaicas y puras que en el resto de España, donde los romances sufrieron una progresiva innovación y reelaboración, quedando obsoletas aquellas formas primigenias del romancero que sí pervivieron en Canarias (Trapero, 1989: 10).  El propio filólogo folclorista Ramón Menéndez Pidal en una de sus declaraciones llegó a ratificar este hecho característico:  «(…) No hay región en España ni América que pueda dar resultados semejantes, pues es sabido que (…) la pureza arcaizante es un privilegio isleño.» (Trapero, 1989: 11). Así, en Canarias es posible oír en nuestros días romances que ya han desaparecido en otras partes, lo que muestra que provienen de una tradición muy arcaica y conservadora. Igualmente, las versiones que se han registrado de los romances presentan muy poca evolución, demostrando su antigüedad.

 

Por otro lado, bien es cierto que aunque la rama canaria forma una unidad en sí misma, pueden encontrarse variantes y diferencias en cada isla en particular, teniendo en cuenta que debido a sus condiciones orográficas, las ideologías predominantes en ellas o la historia antecesora, cada isla ha conformado una cultura popular distintiva, particular, a pesar de poseer unas coordenadas culturales comunes regionales (geográficamente africanas y atlánticas pero histórica y culturalmente europeas y españolas) (Trapero, 1989: 12). Así, y aunque cabría realizar una mención especial a las dos islas que mantienen de manera más viva y activa la tradición romancística isleña, La Gomera –donde pervive el romancero tradicional más importante de todos los territorios de habla hispana– y La Palma, debido a la brevedad de este ensayo, no es posible ahondar en sus características individuales. De todas maneras, resulta imperativo mencionar que en la Gomera todos los romances se cantan, o son susceptibles de ser cantados y de hecho, el denominado «baile del tambor» consiste en un género de danza muy típico y tradicional en esta isla, casi el último baile romancesco de España, y el postrer testimonio del romancero como género festivo de toda una colectividad (Trapero, 1989: 16), y que al acompañar al recitado de romances establece una danza romancesca con función primordialmente festiva. No obstante, este carácter musical del romancero gomero es compartido, asimismo, por prácticamente las otras seis islas, a pesar de su mayor o menor tradición. En cuanto al resto de ellas, a pesar de que durante largo tiempo se mantuvieron inexploradas romancísticamente, sobre todo Lanzarote y Fuerteventura, hoy en día sí que se han llevado a cabo estudios y labores recolectoras que contribuyen a su conservación y conocimiento, permaneciendo aún vestigios de romances en muchas zonas, sobre todo en aquellas más rurales. Sin embargo, sí que se ha perdido en gran medida en estas islas la función originaria de los romances, pues con la modernización de los tiempos, las labores tradicionales, como la costura, que servía de momento de reunión de mujeres que cantaban romances para entretenerse, han ido desapareciendo, y con ellas las costumbres vinculadas, algo que no ha tenido lugar, por ejemplo, en La Gomera, donde gracias al baile del tambor, la tradición continúa hoy vigente.

 

Por otra parte, y dentro de la variedad temática de los romances canarios, en mi trabajo me centré en analizar por extenso tres tipos de romances determinados, característicos por su temática peculiar y común en las Islas Canarias. Este es el caso de los romances encadenados, de disparates y los mandamientos de amor, en los que profundicé a lo largo del estudio. Así, la investigación estuvo primordialmente destinada a la descripción, análisis y comparación de este género de romances, pretendiendo con ello, aparte de llevar a cabo una labor concreta de visualización y reconocimiento de estos romances, desmentir el carácter narrativo que de forma generalizada siempre se le ha achacado a este género literario, algo que ya citamos anteriormente, cuando nos referíamos a la definición del romance: «poemas narrativos formados frecuentemente por versos octosílabos con rima asonantada en los versos pares, y sin rima en los impares» (Cáceres Lorenzo, 1995: 21), por lo que una descripción más acertada sería considerarlos «poemas casi siempre narrativos».

 

Tras la investigación de todas las variantes del corpus que seleccioné, pude comprobar las semejanzas y divergencias que poseen las versiones canarias de cada romance, además de extraer una serie de características peculiares propias de esta producción. Además, no cabe duda de que el romancero traspasa el tiempo y el espacio modificándose y recreándose, aunque el pueblo lo vaya desterrando irremediablemente de su conciencia colectiva. En un mundo tan informatizado y mecanizado como el de hoy pocos son los interesados en acercarse a este género literario, y aquella minoría que mostrase curiosidad solo podría conformarse con leer los romances en algún ejemplar de las escasas recopilaciones existentes, sin las cuales el romancero ya hubiera desaparecido, pues su carácter oral se hallaba ligado a las tareas cotidianas y labores agrícolas que también han ido sucumbiendo a la era de la tecnología.

 

No obstante, y a pesar de estos poco favorables augurios, el romancero permanece aún vigente en algunas celebraciones de la isla de La Gomera, en la intimidad de algunos hogares donde aún se conserva el recitado de romances de padres a hijos, y a través de aquellos investigadores que aún continúan apostando por la recuperación de este género literario.


*El presente ensayo se trata de una síntesis de la investigación que desarrollo por extenso en mi trabajo de final de grado: “Romances acumulativos canarios: un estudio”.


Bibliografía

Frenk, Margit (2001): «El romancero y la antigua lírica popular», in Pedro M. Piñero Ramírez, La eterna agonía del romancero. Homenaje a Paul Bénichou. Andalucía, Fundación Machado. De viva voz 3.

Trapero, Maximiano (1989): Romancero Tradicional Canario. Madrid: Biblioteca Básica Canaria.

Cáceres Lorenzo, Mª Teresa (1995). Estudio del lenguaje tradicional del romancero isleño. Canarias, Cuba y Puerto Rico, Valencia: Cabildo Insular de Gran Canaria.


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