La sombra y la tortuga

Antonio Arroyo Silva

Sobre La sombra y la tortuga, de Alberto Omar Walls.

 

Hace más de 40 años mi admirado crítico literario Domingo Pérez Minik celebraba la publicación de El canto del morrocoyo1, de Alberto Omar Walls, premio de narrativa Benito Pérez Armas 1971. Decía Minik desde su columna "Diario de un lector"2 del periódico tinerfeño El Día que nuestro escritor se nos había puesto a cantar la canción del morrocoyo, como si tal cosa. El morrocoyo es una pequeña tortuga, un galápago. Un morrocoyo que canta desde el principio de la narrativa de Alberto Omar: he ahí el reto que habían de asumir los lectores ante aquella insólita novela. Tenían que saber –sigo citando a Pérez Minik– adecuar su oído a esa música «con sus palabras reunidas en una partitura que Alberto Omar ofrece con la mayor desfachatez, inocencia y elegiaco humor »: 

 

En lo profundo del mar

suspiraba un morrocoyo.

 

[op cit. p. 113]

Después de tantos años y ya con el peso considerable de toda una vida y una vasta obra multidisciplinar, que comprende la narrativa, la poesía, el cine y el teatro, Alberto nos presenta una novela que no deja de recordarnos, con sus diferencias temáticas y estructurales, ese canto iniciático y simbólico de la obra antes citada. Esa novela es La sombra y la tortuga, publicada por NACE el año pasado. Mi opinión es que dicha obra fue concebida con la misma inocencia; pero con ese elegiaco humor –que decía don Domingo– contenido ya por los días y los años. Ese morrocoyo redivivo ha crecido en volumen y con una otra sabiduría ahora nos canta desde el silencio que simboliza el paso de los siglos. Ya no quiere encarnarse en un personaje como Ezrael Román, pero sí que una sombra de dios creador cuasi unamuniano le cuente historias allá perdidas en la noche de los tiempos. Y también, por supuesto, a nuestra sombra de lectores. En cuanto a desfachatez (siguiendo el hilo del sentido que Minik nos proporciona), el que ahora comenta diría que ese talante lo podemos apreciar en el afán de nuestro autor por crear lo que en principio parece ser una novela histórica, un género tan trillado en los tiempos que corren. Darle la vuelta, he ahí el gran riesgo que corre Alberto Omar y no dudo que algún batacazo se haya dado por tal osadía de no caer en los estereotipos repetidos hasta la saciedad, incluso en lo que a ritmo narrativo se refiere. Eso contribuye a la verosimilitud del conjunto.

Alberto emprende un ejercicio tenaz de recuperación de la memoria que comprende, más allá de lo simplemente anecdótico o  «hollywoodense», la escritura, el habla, la idiosincrasia y la cosmovisión de una época comprendida entre los siglos XVI y XVII del pasado isleño. El libro está contado por un narrador protagonista, Liberto, un esclavo de la familia regentada por don Amberes y doña Ana que resulta que no es tal (dejemos al personaje para más adelante). A través de la memoria de este ser extraordinario, recuperamos la nuestra: esa intrahistoria de la que hablaba Galdós, plasmada en un estilo y una forma de pensar más propio de esos tiempos que de los de ahora. Esta apuesta no solo se refiere a una serie de acontecimientos históricos vistos a través de unos personajes, sino que, además, es capaz de traernos un idiolecto, una memoria literaria y un mestizaje cultural desde sus mismas raíces. Por tal motivo, no me atrevería a clasificar La sombra y la tortuga dentro del género de la novela histórica. Al menos tal cómo la concebimos ahora.  Véase en el mismo testimonio de Liberto en el capítulo que sirve de prólogo:

 

 

No pretendo hacer un recuento científico del pasado, porque aún hoy soy un simple lego en la vida. Ni tan siquiera contaré el pasado tal cual fue, ni cómo sucedió al hilo por pabilo todo lo ocurrido, pues eso habría que dejarlo para los estudiosos, cronistas e historiadores; a lo sumo mostraré aquel lejanísimo pasado, como a mí se me antoja que discurrió ante mis ojos físicos y la imaginación propia, pues es ésta la que ilumina la mirada humana en épocas inciertas. Oscuras y tenebrosas horas de las vidas de seres que se debaten en medio de la contradictoria sociedad. 

[p.11]

 

Por otra parte, percibimos atisbos de novela picaresca, morisca, bizantina, crónica, etc; es decir, una tradición literaria que es muy propia del momento en que se habla, visto con los ojos de un protagonista de un lugar de Canarias que Alberto sí quiere recordarnos. Además, arriesgándose un poco a la aventura que emprendió Cervantes con el Quijote, se incluye una novela titulada Mundano deseo o amor encendido. Se trata, como decía antes, de recuperar la memoria; pero, esta vez, fuera del tiempo, fuera del dominio de esa tortuga que de forma simbólica lo representa.

 

El narrador protagonista y autobiográfico, con el mismo tono que un Lazarillo de Tormes o de cualquier narrador del siglo XVII o XVIII, va haciendo un tremendo ejercicio de la memoria, la suya y la de los personajes con los que vivió desde un presente en el que cumple 100 años. Así, Liberto (este es uno de los muchos nombres que le pusieron tras el bautizo) desarrolla a través de más de 500 páginas sus cien años de soledad particulares. Una característica fundamental es que el protagonista no lucha contra su destino de esclavo, aún cuando deja de serlo. Posee la idiosincrasia propia de los dos siglos que le tocó vivir marcados por el Concilio de Trento. Tampoco lo hace cambiar de actitud la gran cantidad de conocimientos acumulados a lo largo de su  vida  centenaria que lo acercan casi al llamado Siglo de Las Luces que en Canarias tuvo un especial desarrollo. Pero, realmente, no es por sometimiento sino por razones que se irán desarrollando a lo largo de la novela.

 

Una de las virtudes que tiene La sombra y la tortuga es la creación de ambientes, sobre todo del lugar  donde se asienta la casa solariega de don Amberes y sus alrededores en La Laguna. Muchos lugares, palacios, plazas que se describen nos resultan muy familiares a los lectores canarios. Es como si hubiera filmado imágenes actuales y le hubiera puesto una moviola hacia atrás en el tiempo. Desde luego, en esas descripciones utiliza  técnicas cinematográficas, no solo simplemente narrativas. El efecto de máquina del tiempo se percibe claramente. El paisaje y el pensamiento del narrador se entrecruzan. El ambiente se rodea con el hálito de Liberto:

 

Cuando me salí de la iglesia, era ya algo más de la seis y, por ser otoño, la tarde se estaba tiñendo de un tono grisáceo oscuro. De San Diego del Monte empezaba a soplar un peligroso viento frío y húmedo. Un nuevo sobresalto se me clavó en la boca del estómago, ¿y si habían dado parte a la justicia por mi tardanza pensando que me había escapado? Aligeré el paso a sabiendas que en menos de media hora estaría entrando por una de las puertas de atrás de la hacienda de los amos, pero en esos momentos tuve tiempo para recordar el sueño que había vivido mientras me dormí delante del Cristo.

[p. 83]

 

Los personajes de La sombra y la tortuga  se deslizan también por la memoria de Liberto que desde el prólogo se traza el perfil propio en una línea ascendente que va desde el nacimiento al estado actual, sus orígenes, sus creencias y sus propósitos para escribir estas  «crónicas» (y que más allá del texto, según nota del autor Alberto Omar permanecieron en el olvido durante 200 años hasta que alguien las descubrió). Se trata de un esclavo perteneciente al señor don Amberes que por razones que iremos descubriendo poco a poco entró en un régimen especial hasta alcanzar el estado de hombre libre. Primero, como mozo de compañía de Hernando pudo acceder a una educación similar a los aristócratas de la época. Sin embargo, Liberto es, según confesión propia, la sombra de toda la familia a la que parece estar sometido, sobre todo de Hernando y de doña Ana, la madre. Y realmente Liberto es una sombra de ellos, no solo porque se somete de buena fe a su destino, sino también porque, como narrador, desde ese presente del acto escritural parece apartarse de sí para dar testimonio de todo lo que narra a continuación. Sabremos cuál es el verdadero lazo que lo une a doña Ana y a don Amberes y por qué el amor con Inés resulta imposible. Hernando, el «amito», es la persona de la que debía cuidar Liberto, desde la infancia hasta la desaparición de aquel de la escena narrativa. Hernando, mal estudiante, pendenciero, espadachín, mujeriego, a veces un don Juan, a veces traficante de esclavos, bucanero o pirata, siempre a la búsqueda de aventuras, responde al tipo de personaje tan desarrollado en la literatura del Barroco español. Don Amberes, llamado así por la ciudad donde nació, se establece en las afueras de La Laguna y hace fortuna con el comercio de exportación e importación del vino y los productos de la época. Metido también en otros negocios más turbios que le llevarán a la muerte. Doña Ana, la esposa, la guardadora de todos los secretos importantes así como del destino feliz del propio Liberto. Li Wu, médico chino y amigo de confianza del Amo, procedente de Macao, le enseñará a Liberto su especial filosofía de la vida. El doctor Wu, además, como personaje es una muestra especial del mestizaje cultural de las Islas Canarias que siempre han sido un punto de confluencias de distintas culturas. Y hay muchísimos personajes más, de todos los gustos y colores.

 

Si todos los personajes de la novela viven y piensan de acuerdo a los cánones ideológicos –aceptación o rechazo– de su tiempo, no pasa lo mismo con Inés. Si bien, al principio, su decisión de apartarse a la vida monacal parece propia de una Sor Juana Inés de La Cruz (a quien ella admira), más tarde ella misma le revela a Liberto que la razón de su decisión está en la marginación de la mujer en la sociedad patriarcal que le toca –y nos toca– vivir. Inés es la encarnación del amor para Liberto y, según afirma, una adelantada de su tiempo (como hoy se llega a afirmar de Juana de la Cruz). Un amor correspondido pero imposible por razones que los lectores tendrán que descubrir. Una mujer que ni siquiera está sometida a la memoria del narrador. Así se añade casi al final un testimonio de Inés en forma de novela sentimental titulada «Mundano deseo o amor encendido» en la que no queremos ahondar ahora; pero sí decir que el amor verdadero es algo que la sociedad castiga con todas sus armas, la de esa época y la de esta. Es un peligro y los mecanismos de defensa tenían que erradicarlo. Y algo más...

 

La sombra y la tortuga también intenta indagar en la cultura aborigen, su modo de pervivencia,  a pesar del ojo avizor de la Inquisición. Como Juan Manuel García Ramos en su novela El guanche en Venecia, Alberto Omar Walls, a través de un personaje llamado Amaro Bencomo, describe la formación de sociedades secretas entre ciertas capas de la aristocracia tinerfeñas creadas a tal fin, aunque Alberto lo hace de manera que parece recogerlo de unas crónicas y no de la imaginación. También está presente el pueblo llano en su mayoría sometido –y trasunto verdadero de aquel pueblo guanche conquistado– a un estado de servilismo y esclavitud en una época en que esos estados eran considerados un mandato divino que favorecía a los aristócratas y buscadores de fortuna que arribaron a Canarias tras la conquista. Un status quo que pervivió hasta cierto punto entrado el siglo XX y volvió a rebrotar con la llegada del franquismo.

 

En cuanto al tratamiento del tiempo narrativo, hay que aclarar que, por regla general, el desarrollo no es lineal y se sabe jugar tanto al flash back como la prolepsis o flashfoward (que a fin de cuentas son técnicas cinematográficas). Y esto mantiene el suspense; pero, además, depende de los lapsus de la memoria del narrador que, a veces, actúa más por los sentidos del tacto y el gusto que por medio del recuerdo fiel de los hechos. Esto ocurre cuando Liberto se para en digresiones que explican las lecciones del doctor Wu o las comidas que hacía su madre adoptiva, por ejemplo. El léxico muchas veces es la carta de presentación de ese personaje del siglo XVII, pero el autor lo expresa con claridad sin caer en el retórica habitual de dicho periodo histórico. Si el narrador Víctor Ramírez se inventó un léxico del Risco de Las Palmas, ahora Alberto Omar hace lo propio con la forma de decir del Barroco, concretamente de Canarias sin caer nunca en el retorcimiento, sino más bien tendiendo a lo clásico.

 

 

Y ahora que todos nosotros, tras la lectura de esta novela, nos hemos convertido en una sombra, algún día vendrá, cuando menos lo esperemos, una tortuga gigantesca a escuchar nuestro silencio. Cuando nos despertemos, la tortuga seguirá ahí3.

Bibliografía

1 Primera edición, mayo 1972, de La canción del morrocoyo, de Alberto Ornar, Premio de Edición del premio de novela "Benito Pérez Armas", patrocinado por la Caja General de Ahorros de Santa Cruz de Tenerife.

Domingo Pérez Minik, El Día, “Diario de un lector”, 22/10/1972.

3Monterroso, Augusto: Cuando me desperté, el dinosaurio seguía ahí.

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