Eugenio, el "herme-nauta"

Antonio Puente

(Una glosa septenaria)

 

"Confió su nombre al fuego juvenil de las imprentas de provincia"

 E. P. Hocus pocus

 

1.  Primi(Eu)genio

 

 

“Niño, en Puerto Cabras...”; subraya en uno de los escasos apuntes autobiográficos que se cuelan en su poesía. Un pasaje remoto y contundente, sutil e insoslayable,  primi(Eu)genio, fundante, cuyas ondas se expanden en el centro de la herradura de su porción de mar atlántico (de aguas playeras, espejeantes, engañosamente sedentarias, que se mueven en círculos, arrastrando los pies...), según la lanza,  todavía de espaldas, con efecto retroactivo, cuando acaba de estrenar su cuarentena, desde un apartamento de París. La gira integral podría llamarse, entonces, a juzgar por esos datos extremos, De París a Fuerteventura, en viaje de vuelta unamuniano; y sus preámbulos son los absortos paseos por bulevares y callejas que, algo más de un siglo atrás, merodeara, silente, un jovencísimo Domingo Rivero, a quien nuestro poeta dedicará luego, tras el retorno, su más titánica y fervorosa labor de investigación. 

Pero el periplo neto se llama el regreso al lugar del que, en rigor, no (se) ha salido nunca, “Las Canteras”, que es como empieza, sin más, su extenso poema-poética Septenario (1984), redactado en aquel apartamento de la rúe de Longchanp, donde residía, con los codos hincados en su escritorio juvenil de la casa familiar de la calle de Albareda,  junto a la primicia de la playa urbana; como si mojara la magdalena de Proust en el tazón de la bahía, se le filtra ahora, en la penumbra de la estancia parisina, “un ligero viento marino -con olor a cuadro recién pintado”. París le ha supuesto una experiencia de mayor arraigo en el origen, una “prueba ubicua para contemplar mejor Canarias”: “Me ha servido de espejo retrovisor de las Islas”, según me confesó en una larga entrevista, en Las Palmas, aquel mismo verano.

 

2.  El cantar de Las Canteras

 

 

Al igual que el aleph borgiano o el tokonoma de Lezama Lima -pero en viaje inverso: en su caso, de vuelta a casa, para recomenzar desde cero la extrañeza de lo doméstico-, una pequeña enredadera del jardincillo interior del apartamento parisino le transporta al santuario de la playa, de nombre tan laborioso e inacabable, Las Canteras... Tan propicio al designio de las antiguas condenas a trabajos forzados, que nuestro poeta quiere domesticar a toda costa, abriendo in situ el estuche con su panoplia de escritorio: el “borrador” marino, su “pisapapeles en la arena”, el “gramófono” de la orilla... y, sobre todo, su “lápiz”, sometido a las mareas del afilador y la goma, cuya mina coincide con su pulso, y que es –dice- “excelente metáfora de la provisionalidad de estas líneas que no avizoran conclusión”... (De hecho, en Hocus pocus (2015), su reciente entrega, continúa abriendo así el estuche: "Un mar hacia el que lija el ser y busca su gemela sustancia con el pelaje de todos sus pinceles").

Al igual que “La piedra que en el anaquel separaba los libros reproducía todos los accidentes de la costa”, el contorno de la playa reproduce todos los accidentes de la página (“Poesía es sustancia desviada por un accidente hacia la Belleza”). Eugénesis de playa y página en una misma placenta; sometidas ambas a idéntico vaivén (“...aletazo vertical que a un tiempo expresa ascensión y caída”); que van urdiendo, en rítmica simbiosis, “El texto “climático”: el texto elaborado por la luz que en la isla resbala de la cumbre a la orilla”.

 

 

Allí / Aquí, en Las Canteras (en el triángulo, tal vez, que conforman la Peña de Los Perros, el final de La Barra y los callaos de La Puntilla; como el bañista, cada poeta que la canta tiene también su tramo de playa predilecto) vislumbra, en los móviles, el “Panorama del Prometeo que quiere conocer la largura de la cadena que lo une a su roca; sujeción que es memoria y adivinación”. Advierte, “Atado a mi tema como lo estoy a mi propia caligrafía”, que “Mi condena consiste en escribir aquello que tengo que escribir, por la osadía de tratar de desvelar qué predetermina mi mismeidad poética futura”. Absoluta consciencia, por tanto, del despilfarro creativo; pura compulsión dictada por el “destemplamiento” y el “desasosiego”, como una zambullida inopinada, una margullera con que probarse a sí mismo la capacidad de resistencia bajo el agua, o para contrarrestar los tiempos de la no-escritura acechante, con la respiración pedregosa, momificado bajo la toalla, enterrado en la arena seca... Más bolas de arena mojada lanzadas a la línea discontinua en que termina la franja acuática que es sombra de la orilla. Bryle de la arena con la yema de los dedos (de pies a manos), y de-construcción de las algas, al modo de la “escritura de yerba” de los chinos... 

 

3.  Escribir “por” y no “para”

 

 

Ya tiene constancia irreversible de que “Lo de ahora es (sucesivamente) errar por los laberintos humosos del subsuelo”; y que se trata de un comienzo que es una comezón sin fin, pues “La imposibilidad de dar cumplimiento, en su intensidad y totalidad, a lo encomendado en aquella primera señal, condiciona el resto de nuestra existencia: momento de un conocer súbito al que se engasta el resto de los días”. 

El poeta escribe “por” y no “para”, señala en la entrevista de marras. Como apostilla a su destilado testimonio en Septenario (“Ignoramos la esencia de la poesía aunque seamos la estopa ideal para su llama”) reconoce, asimismo, verbalmente, que “mis poemas están escritos por un yo que no es el mío”. Pues, “El misterio preciso de los poemas, del arte en general, es que pertenecen a un yo colectivo. Comparto esa concepción materialista, impersonal, de que hablaba Mallarmè; en nuestra tradición, ese pasar desapercibidos de seres tan preciosamente anónimos, como ha sido un Domingo Rivero o es [ha sido] un Manuel González Sosa”.

 

Así pues:  Inutilidad de la poesía, anonimato del poeta.  A la edad en que se halla él mismo en el medio del camino de nuestra vida, desde la estancia en penumbra de su apartamento de París, aprovecha para devolverle la visita a Andrè Breton.  Si, con cierto etnocentrismo de misionero continental, éste había detectado, entre los moradores de las Islas, una timidez expresiva, un recurrente “balbuceo criollo”, nuestro poeta le responde in situ con este aldabonazo:

 

 

“Arrasada la conciencia de profesionalidad, el poeta canario parece haber comprendido, entre la indiferencia de los suyos, el insólito designio de su tarea: la construcción de una obra hermosa, trágica e inútil”.

 

4.  Las `cóncavas naves´ de Wenceslao Rodríguez

 

Pero, para llegar a esa conclusión, Eugenio ha recorrido (o descorrido), silla por silla -como en aquel ansioso juego de la infancia que conminaba a tomar asiento al parar la música abruptamente-, el tramo de la estancia que le separa del altillo de la casa familiar de la calle de Albareda. Y, desde ahí, vuelve a sentarse, junto al silente pick-up de la memoria, en dos momentos decisivos de su iniciación a la poesía: 

 

Está apostado en su pupitre de aquel aula del colegio “Viera y Clavijo”, en un recodo de Las Canteras, por cuyo inmenso ventanal observa en bajamar las rocas al descubierto, “que semejan monstruos dormidos”, al tiempo que un compañero pronuncia en voz alta, en un fragmento de La Odisea, la imagen fónica que ilustra su visión: “...cóncavas naves”... Es su primer paladeo sonoro de poeta (tan coincidente, por cierto, con la síntesis del paisaje isleño que avizora el Cairasco inaugural). Y más atrás, se aferra al asiento germinal de aquel “Niño, en Puerto Cabras...”; sobre el musgo seco, hirsuto, seguramente, de alguna peña muy movida (pues era en “un verano de caza y pesca, de tierradentro y marafuera ardientes”... ¿acaso es otra cosa la actividad de la poesía?); fue entonces, nos explica, “cuando vi a Wenceslao Rodríguez blanquear las rocas que tenía delante de su puerta con lo que le quedara de enjalbegar la fachada...”.

 

 

Acabáramos: Adulto en París ve -por un jardín interior- al muchacho que está viendo en Las Canteras rocas que ve enjalbegar niño en Puerto Cabras... “Cóncavas naves” (fundacionales: de la Isla de Homero, del Templo marítimo de Cairasco) que, en realidad, son rocas ociosamente apostadas sobre la orilla playera y ociosamente enjalbegadas con pintura sobrante... Tal es el (sin)sentido de la función poética: ornamentar la roca de Sísifo, o –como dice también en este texto- recrear sin descanso los “Ready-mades de Robinson”. Pero lo más punzante, en ese testimonio de iniciación, no es el símil de la evidente inutilidad creativa de pintar las piedras, sino la elipsis sobre la suerte de anonimato que, en el mejor de los casos, aguarda a quien acomete esa ruinosa empresa de loco extravagante; “entre la indiferencia de los suyos”, cabe inferir, todos los poetas canarios se llaman Wenceslao Rodríguez...

 

 

5.  El gramófono del mar

 

Esa fatalidad sobre la “perfecta prescindibilidad” e “inutilidad histórica” de la escritura forma parte esencial de la poética eugeniana. Como advierte en el poema “Borrador”, recreado en Septenario, “...en vano hemos movido / grandes bloques de silencio y vacío sobre el mar...”. Un pesimismo `antropoético´ que (a la estela de Espinosa o Quesada; y en las antípodas, pongo por caso, de la luminosidad de su hermano Manuel, con quien comparte, sin embargo, curiosamente, por veredas opuestas, ciertas reconocibles ascendencias: Cairasco, Rivero, Lezama...) le lleva a inocular en su poesía un emblemático repertorio de tiznadas metáforas. Alternar, mejor dicho, sutiles transparencias, en las cuentas nuevas, con borrones aseverativos, garabateados sobre la condición (del paisaje) insular (“...el aire maldito de las islas / de todas las edades, con su sabor / nunca extinguido a alcohol de cáñamo”); y que, obviamente, se ceban, sobre todo, aun con conmiseración, sobre el fatídico mar insomne: “...su seminal espuma siempre triste; su soledad tan parecida a la del hombre”; o “...el mar hablando a gritos en la noche, como un borracho dentro de la taberna que el sueño poco a poco levantaba”,  o bien, esa eugenésica imagen, paradigmática, de “El mar, como un disco trabado en el viejo gramófono...”,  que se reitera en su poesía, y que alcanza su síntesis fantasmal (elefantiásica, cartográfica, antropomórfica) en una de sus más recientes entregas: “Recorría los negros círculos / De la placa / Del mar”.

 

La casa familiar de la calle de Albareda devendrá con el tiempo en su panóptico-taller; vuelve a recobrarla como casa propia en la madurez, pero no como la Ítaca de aquel héroe homérico que le hiciera alucinar cuando muchacho, con sus escuadrones de “cóncavas naves”.  A sabiendas de que, bajo el decorado de cartón-piedra de la playa, y su apariencia de “monstruos dormidos”, aquellas son sólo rocas y más rocas por enjalbegar,  el anónimo descendiente de Wenceslao no debe darse por vencido.

 

 

Es un hermoso y dramático asunto: en la región atlántica, Ulises sí consigue salvar la distancia del origen y reinstalarse en Ítaca, pero a condición de perder el nombre (“Callará quien conoce”, “...desconocemos parte de nuestro rostro”, “Cambiado por silencio”... ) y de asumir que la isla recién ganada está cimentada sobre arenales movedizos (tan propicios, por otra parte, a los tejemanejes y secular “indiferencia” de los Pretendientes). 

 

6. El dique de Palinuro

 

Su mirador de Albareda será ahora, más bien, por eso mismo, el dique en el que repostar y extraer las provisiones para la larga noche del remero Palinuro, el virgiliano timonel insomne, que (en la saga, por no decir la zaga, de Prometeo, Sísifo, Wenceslao Rodríguez), inaugura la verdadera (eu)genealogía atlántica; representa, a su juicio, el más cabal ancestro del monje San Brandán, que da pie a la órfica isla de San Borondón. (Y remite también, en cierto modo -agregaríamos, retrotrayendo a nuestro poeta en su madurez al jardincillo interior de la rúe de Longchamp- a El barco ebrio de Rimbaud, cuyo mascarón de proa adquiere, alucinógena, horripilantemente, las propiedades orgánicas del timonel).

 

Golpe de timón poético –sobre sus siempre elaboradas, lentas, metamorfosis-, que lo lleva a reivindicar, en la madurez, su Palinuro atlántico, autárquico, desnudo y noctívago, necesariamente marginal, “ultraperiférico”, sin otra odisea ni redención posibles que el movimiento perpetuo de sus remos, rumbo a la inminencia de la isla sucesivamente situada en el horizonte. Desde “un rincón del africano / Infierno atlántico”, concretará, sin embargo, en La echazón (2010); desde “el punto final del sumidero atlántico”, insistirá en Donde nada es todo lo asible (2015).

 

Frente al Ulises medi-terráneo que le encandiló tras las vidrieras de su pubertad, la emergencia del Palinuro medi-oceánico. Quien ha de despertar –sabe ahora- no son los quiméricos “monstruos dormidos” que semejaban las “cóncavas naves” de las rocas apostadas en la orilla, según el sermón colegial, sino el propio poeta-Palinuro, conminado a echarse al agua, en su órfico cayuco, y remar sin descanso, solívago, giróvago, alumbrado tan sólo por su propia embarcación, en la intemperie de la noche atlántica.

 

(Eneida, Palinuro –de donde está extraído el mito- coinciden curiosamente con las iniciales del poeta, E. P.)

 

Con suma ironía –reivindicativa-, titula así de extenso su volumen: Cuaderno de apuntes y esbozos poéticos del destemplado Palinuro Atlántico, en son de subrayar la precariedad y la orfandad del alter-ego del poeta (el suyo propio, pero también el de todos los Wenceslao Rodríguez que componen la nómina de la tradición lírica canaria). EP se hace aquí una falsa pregunta, en clave retórica, como una añagaza más de nuestra proverbial condición silente (“El silencio de la literatura insular ha sido nuestra secular estrategia como respuesta frente a la marginación”, señaló en la entrevista de marras), y que, en realidad, es otra de sus rotundas aseveraciones:

 

“¿En verdad querría ser sólo / La llama de un espíritu / Que vaga entre otras llamas / En el haz de las aguas / De la sigilante noche atlántica?”.

 

Parece una síntesis evolucionada y cabal de un barrunto de Quesada formulado con la sonoridad de ciertas cáscaras de Morales. Parece una pregunta de Cairasco preocupado por el destino de Domingo Rivero... Parece que aparecen, todos ellos y los demás Wenceslao Rodríguez, retratados con los mismos desfigurados signos de interrogación, entre desdibujadas lenguas de fuego, de “la orfandad auténtica” de los soportes, útiles, trazados, “de algunas pinturas de Juan ismael”.

 

 

En la poética eugeniana, ni siquiera es necesario que se haga de noche para que sea la noche. “La sigilante noche atlántica” es también, para Palinuro, el activo mediodía radiante, enjalbegado, de “Niño, en Puerto Cabras...”; lo es las tres de la tarde del agosto luminoso que llega hasta Albareda en un abril de la ruè de Longchamp; lo es durante el tedio vespertino del colegio en que fondean las “cóncavas naves”... Hasta “en la mañana inédita del mundo”; o en “un sol de atardecida sobre el mar (...) ametrallados de desgana”, o “bajo la luz teórica de este domingo, que, en verdad, yo no he querido para nada”...  se expande, atemporal y ubicuo, por todas partes y a todas horas, el fluido de “la sigilante noche atlántica”. (“Bajo un gran Sol en el Paseo nocturno”, se señalará con irónica reversibilidad en Hocus pocus). En el concéntrico vagaje de Palinuro, reaparece sin término –como se nos recuerda en Cuaderno de apuntes...-, “Iluminada hasta el hartazgo, la vacía eternidad de un instante”. Las manillas de sus remos marcan, sincronizadamente, “la caída infinita hacia adentro”. Y en el aguaje de su espiral singladura, que va silueteando porciones de tierra que lo son también de mar, Palinuro se ilumina, sólo y solo, de su precaria antorcha todo el tiempo, alertado ante “El inminente apagón general del universo”...

 

Y 7.  `El poeta es un destemplado´

 

Queda, sin embargo, ante semejante horizonte de oscuridad suprema, la creación en absoluta libertad. (‘Hermosa, trágica, inútil’) “Escritura en grado cero de su audiencia”, proclama el autor de Septenario, para dar cuenta de su exclusivo e irreversible solaz: “Me place el hecho de vivir en disponible, para pensar y escribir, y no al revés...”.

 

Para el marketing del mar de este Palinuro eugenial, propongamos un eslogan: “El poeta es un destemplado”. Alguien de veras insignificante, anónimo y febril; que rema, en aras de su poesía, contra sí mismo, como en una inmolación, a la búsqueda incesante de rodear (“en vano”) un `Vacío’, una ‘Holgura’, una `Oquedad’... Recurrente panoplia de sinónimos que nuestro poeta emplea y que recuerda al voraz `Agujero’ (paradójico, por comestible e insaciante, como el centro de un donuts) decretado por Lacan como médula del Deseo. “La poesía es la boda taciturna entre la vida vacía y el objeto indescifrable”, define también el sicoanalista, en términos que le vienen como anillo al dedo al claroscuro de esta poética palinuro-padorniana en perpetua (eu)génesis; al desposamiento que sucede, bajo la marcha nupcial del mar rayado, en la estancia en penumbra (rúe de Longchamp = Altillo de Albareda = Aula colegial junto al crepúsculo playero = Noche atlántica), allí donde ebulle el tul de espumas que rodea al timón de Palinuro; y por todo ajuar y ornamento (una obra p’adorno), las rocas enjalbegadas por Wenceslao Rodríguez, que es quien oficia esta ceremonia radiante y taciturna, ante el asombro renovado del “Niño, en Puerto Cabras” por único testigo.

 

Sobre los cimientos ruinosos del Templo del canónigo Bartolomé Cairasco de Figueroa, la larga intemperie de la “noche atlántica”, que es donde oficia Eugenio el hermenauta, con su asumida consigna de un `destemplamiento militante´...

 

 

Estancia en penumbra, sin otras paredes que la absoluta libertad escritural, sin concesión alguna;  desde donde proclama, a sus anchas, su más radical pregunta aseverativa: “¿Y para quién íbamos a volver claras / oscuras pruebas de lenguaje?”... El resto es silencio –tras la irrupción cotidiana, en la misma alcoba desvelada de Albareda, de “la voz de mi madre: ‘Es muy tarde... Apaga; duerme ya’”.

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Comentarios: 1
  • #1

    Iván Cabrera (martes, 12 enero 2016 21:56)

    Muchas gracias a Antonio Puente por este texto ambicioso y global, enjundioso y lleno de analogíass y hallazgos que tantos motivos, libros y textos recorre de la obra, rica y personalísima, de Eugenio.