En el lugar abierto

Miguel Pérez Alvarado

«He escrito en alguna parte que, confinada en sus límites, la poesía canaria es un soliloquio que evoca al de Segismundo, el rehén de un injusto dictamen de las estrellas. El pensamiento poético –es decir: no racionalizante- ha cubierto los desempeños de la metafísica; su modernidad no está marcada por la idea de continuidad y progreso, sino por la de una vuelta al origen: porque ha querido desmentir un sentimiento de a-historicidad, esta cultura ha tenido por su cuenta que redescubrir el cuerpo, el lugar de la experiencia existencial y, finalmente, el resto del Universo.» Eugenio Padorno, Trastierra teórica en Paseo antes de la tormenta.

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El cuerpo alzado entre grietas


I. Allí donde la historia y la tradición cultural se prejuzgan breves en el tiempo y subordinadas en el rango respecto a qué centros, el cuerpo y el espacio han funcionado como el motor fundamental de la memoria. Donde la abstracción del discurso trae su propia sanción desde el poder, la experiencia se convierte en apéndice, en lugar común donde la palabra usada se corrobora a sí misma; sin embargo, en los arrabales, las periferias, los trasluces del mundo es la experiencia personal la que se empeña en funcionar, genésicamente, como certeza de una existencia palpitante a pesar del saber quieto traído desde afuera. 

II. En Canarias, ése ha sido el foco que ha hecho germinar una poesía cíclicamente cargada de vahos fundacionales, y por eso el cuerpo y la luzy el paisajecumplen un signo clave y a la vez enigmático en su tradición. Nada de climas o sensualidades subtropicales, nada de embobamiento en la contemplación del terruño o tibio seseo anonadante: palabra que abre en la piel la legitimidad de un latido vital. Esa es, por cierto, la encrucijada en que surge el poema que abre Metamorfosis, poemario que desde hace años figura en el umbral desde el que Eugenio Padorno nos invita a leer su obra toda: «Habitante en luz, / sentir sus embestidas / por los alrededores tibios / de las formas precisas, / sembradas a voleo. Vienen creciendo / hasta mis labios de no sé qué venero. / Miedo me da de alzar los hombros / por no romper su transparencia».


III. La necesidad de «redescubrir el lugar de la experiencia existencial» no sería así sino el instinto expresivo de quien, heredando una tradición que intensificó la visibilidad de sus lugares de partida hasta transmutarlos en transparente universalidad atópica, se ve obligado a desviarla para abrir en ella el hueco a través del que desdoblar, entre resquicios, el penumbroso tamaño del cuerpo propio. Apertura de un espacio que sólo tiene lugar cuando el ojo, más allá de llenar sus cuencas confirmando el paisaje alrededor, se hace en sí mismo mirada que evidencia una visibilidad más acá de la transparencia heredada.

y IV. Memoria y tradición surgidas entre grietas, con los bríos de un berode, y en cuyo entramado el acúmulo de palabras no contribuye al sostén de una arquitectura empezada antaño a la que se suman, siglo a siglo, estructuras adicionales, sino a la superposición de destellos surgidos de una reiterada disposición a escribir desde el origen; escritura que no se quiere continuidad en la dirección del trazo heredado, sino interrupción de un cuerpo que se levanta y abre.


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«Las Canteras, recreada desde la habitación alta de la calle de Albareda, a las tres de la tarde: voces tejidas en la luz de agosto que un ligero viento marino –con olor a cuadro recién pintado- trae hasta la penumbra -¿aún de invierno?- de este jardincillo de la ruede Longchamp. Y el azar de los días -¿conforme a qué?-, como algo que es antes sopesado en la balanza del decir y el callar, ha querido que escriba: ‘Esta es la hora de la resurrección de mis muertos’, porque puedo ver otra cosa que lo que miro y oír otra cosa que este silencio.» Eugenio Padorno, Septenario.


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Desde el origen


I. En cada uno de nosotros, la supuesta experiencia del inicio dada al nacer quedó borrada. No podemos recordarla ni siquiera después de ser dicha desde afuera, afirmada por otros que dan fe del momento en que aparecimos al mundo. Por el contrario, la palabra que se abre desde dentro, en el poema, nos ofrece el cauce para restituir de nuevo ante nosotros la energía que se acumula entre los pliegues de la resurrección, pues «el poema –el poema en su más alto grado de significación: no digo de comprensibilidad- es la prueba fragmentada de un origen, de una permanencia».


II. Ningún origen se da en la coincidencia entre el supuesto acontecimiento de un comienzo y su decibilidad, sino que llega siempre cuando, tras la acometida imprevista de un tajo que rompe el tiempo en sus tantos antes, las resonancias surgidas con el golpe se hacen eco en el cuerpo que prolonga a su vez las vibraciones en los hondones de la boca. Por eso, a diferencia del inicio, cuya realidad se nos impone como exudación inerte del pensamiento lógico, ningún origen se sitúa detrás, sino que exige siempre ser vivido aquí; por eso, a diferencia del comienzo, que sólo tiene sentido en la objetividad quieta de los calendarios, esa exigencia siempre emerge no a pesar, sino gracias a la constitución de un desfase, un desplazamiento, un reboso que nos ensancha en los vaivenes que la respiración impone a la palabra hecha voz.

III. No extraña así que sea en París, uno de los centros modernos de la cultura europea, donde se desencadene la escritura de Septenario, colocado de golpe el escritor ante la exigencia de indagar en los motivos que posibilitaron, «a cambio de la sola promesa del olvido», la creación en Canarias. Tampoco que dicha disposición a acumular materiales con que esclarecer la necesidad, en los supuestos márgenes del mundo, de experimentar la poesía y el arte como origen, surgiera no de las elucubraciones de un discurso -político o moral-, sino a partir del tajo repentino con que el olor y la luz inundan la estancia que habitaba entonces Eugenio Padorno, quien recuerda que por ellos, «como por un violento fruncimiento del tiempo, me ‘hallé’ en Las Palmas, en la habitación alta de la calle de Albareda». Ni tampoco que la densidad de la memoria que surge en ese pliegue intenso de espacios (la playa de Las Canteras dentro de la casa de Albareda a su vez dentro del apartamento de la ruede Longchamp) y de tiempos (el escritor que desea huir de la Isla dentro del que, décadas después, se sabe atado a ella en la distancia parisina), reclame el despliegue que sea capaz de albergar en su cauce «el quehacer de una imprevista e inaplazable ‘reparación’».


y IV. Entregado el escritor al ejercicio de esa inevitable reparación, Septenariose convierte así, durante el genesíaco transcurso de siete días, en un vivo sumidero de sedimentos que portan la «visión “geológica” del fragmento, mientras dura el relámpago», y que por ello mismo conocen desde dentro la grandeza inconmensurable en que se mide su restitución futura, pues el tamaño del origen no se encuentra determinado por la coherencia de la materia rescatada en su apertura; ni tampoco por la extensión del mundo renovado que tras él adviene; mucho menos por la imantante fuerza con que pudiese predicar de sí un imposible carácter definitivo. Será en la superposición de las palabras, no en su coincidencia, donde se constituya el espacio que permita prolongar, reabriéndolo en ecos, su presencia

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«Me acodo sobre la sucesiva laminación del mar // Quisiera retener estos signos que se siguen combinando sin fin // Donde lo que se apresa es sólo la multíplice voz indescifrable.» Eugenio Padorno, Cuaderno de apuntes y esbozos poéticos del destemplado Palinuro Atlántico.


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Quizás sea uno de los enigmas constitutivos de la poesía el tener que recurrir a las palabras para conocer aquello que sólo en virtud de su expresión se sabe indecible. La máxima precisión, la intensa insustituibilidad de la forma abre espacio entonces a la vivencia del fondo oscuro e indeterminable en que palpita la vida.


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«Pues si no se trataba únicamente de apreciar el momento en que se es amado del lenguaje, ¿qué había que saber?» Eugenio Padorno, Cuaderno de apuntes y esbozos poéticos del destemplado Palinuro Atlántico.


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En la sintaxis demorada


I. Lo esencial sólo lo aprehendemos desde dentro de la duración. Contra la evidencia heredada, no es el lenguaje quien nos otorga esa facultad, sino que, casi a la inversa, es en la duracióndonde queda articulada la posibilidad de que el lenguaje acontezca entre nosotros, de que admita la posibilidad de entrañar sentido, y sin que por ello quepa olvidar que, de acuerdo con su naturaleza instrumental, el lenguaje también puede, a menudo, pasar de largo y dejarla intacta.


II. Sólo en el poema el lenguaje se muestra coincidente con la duración, pues sólo allí se encuentra plenamente sostenido en la suspensión del sentido, desplegada su sintaxis, contra la fuerza de gravedad de las palabras, en la reiteración de una inminencia que sólo se agota cuando, hecho excreción, «concluir un poema significa haber descubierto la gramaticalidad que lo gobierna».


III. La poesía de Eugenio Padorno, surgida siempre en el quicio de un desasosiego, se desarrolla luego en el impulso expresivo de una sintaxis demorada, como si en el continuo saberse desasido que acompaña a quien transita una tierra sin arar, sólo fuese dado al poeta avanzar mientras coloca en hileras breves las piedras tomadas del último paso dejado atrás. Cada piedra, cada palabra, no es el añadido de una abstracta consecuencia a previos imperativos lógicos y ajenos, sino la muy concreta prolongación de la tensión que el cuerpo pide en su sostenerse erguido y suyo, pues, colocado en el torrente de la escritura, el poeta «era un volatinero en la tensa línea de lo que escribía, un alambre que paso a paso iba haciendo bajo sus pies, sobre un abismo transparente, // sin que existiera al otro extremo un punto donde enganchar la última palabra». 

y IV. Porque igual que la voz no acontece por la mera sucesión de sonidos discontinuos entre sí, sino en su sostenimiento dentro de una resonancia, la escritura será cuerpo no por la disposición de ideas hilvanadas en la sucesión de los signos gráficos, sino sólo a condición de que en su despliegue se prolongue la duración del pensar, girando en las orillas circulares donde se anuncia sin descanso la inminencia del sentido.

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«Pues estaba asistiendo sobre todo al suceso de los instantes de una sobrevida que se sustenta en vilo; me refiero a momentos en que (sobre lo oído y lo olido, lo gustado y lo tocado) se condensa en su forma legible un todo ver sin ver, el siempre en el silencio insospechado ¡había!, impulso y movimiento brotados de la pura quietud. Y con la interrupción en el cuaderno de los dones del ritmo, entre el no ser y el ser, la recaída del mirar cegajoso en los espumarajos del mar opreso entre las rocas. De nuevo, el solo ver del ver.» Eugenio Padorno, Entre el lugar y más allá.


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¿Acaso es habitual que pensemos con los ojos cerrados, vacía la boca, la piel en reposo? ¿Por qué admitir entonces con tanta facilidad que el pensamiento es aquella parte de nosotros capaz de abstraerse y dejarse llevar por las causalidades que aisladamente enhebra la razón, en lugar de reconocer que ni entonces dejamos de movernos por los latidos en que se zarandea el cuerpo?


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«Sólo he de añadir que lo que en mí, recuerda, piensa y siente, guarda con el cuerpo la relación que éste a su vez sostiene con la piel segunda del lugar, soporte al que anima, da vida; probablemente, coinciden en Las Canteras seno terrenal y materno, nación y estado.» Eugenio Padorno, Entre el lugar y más allá. 

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En el lugar abierto


I. La resistencia es el fenómeno a través del cual, vibrando, el cuerpo y sus alrededores se saben uno dentro del otro. Y una vibración qué es sino un movimiento hecho de las reminiscencias mutuas que los objetos se dejan al chocar. Una forma, en fin, de desparramarse en el espacio sin abandonar la propia forma original.


II. La poética del lugar padorniano no es la justificación de un entramado verbal dirigido a la apropiación del espacio que rodea al escritor; menos aún la certificación de un paisaje dado y reconocible desde fuera. El poema no acota el perfil del Istmo, ni nos entrega el dibujo de la playa de Las Canteras; tampoco se limita a desenterrar y exponer a la vista, en la extensión de sus bajamares, las supuestas marcas de sentido que una cultura imprimió a sus derredores como herencia contra el tiempo que transcurre y consume. Gracias a su apertura poética, el lugar ya no será nunca simplemente aquél desde el que habla el poeta, ni siquiera aquel otro en que espera su despliegue el poema; tampoco será exclusivamente para el contexto geográfico y cultural en que tuvo origen la necesidad de su despliegue.


III. Así se explica también la pasión académica del escritor, que no se debe separar del quehacer del poeta sin mermar la razón de su existencia, ya que la labor de investigación de Eugenio Padorno, guiada desde hace años por el rigor con que trae a la cultura canaria hallazgos ocultos y apuestas interpretativas de su tradición literaria, no consiste meramente en el inventario y catalogación de un corpus de obras y textos, tampoco en la iluminación de las razones históricas en que acontece su producción, sino que se configura como la restitución y volcado de añadido material con que hacer más denso el lugar que pide ser desplegado en el poema.


y IV. El lugar que abrió el poema es, a partir de ahora, espacio en que el cuerpo encuentra la resistencia necesaria para vibrar y saberse durando.

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«¿Qué escribimos cuando escribimos? Escribimos que sólo desde el lugar de la creación, ésta –feliz o atormentada- supone una victoria –puro espejismo acaso- del habla mejor de nuestras hablas, por la que el mundo es contemplado desde la más alta condición humana. Pero el lugar de la creación es un espacio abierto hacia las pérdidas irremediables de ese imaginario que a ratos –por fortuna- frecuentamos.» Eugenio Padorno, Memoria poética.


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Y sólo entonces, desde dentro de la intensa experiencia que supone levantar el cuerpo propio en cada poema, saberse al fin dado entero al pairo:


«El Paseo desplegado en el medio de ninguna parte de la juntura cósmica.»

Eugenio Padorno, Paseo antes de la tormenta.


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Las Palmas de Gran Canaria

20 de septiembre de 2015

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Comentarios: 2
  • #1

    Iván Cabrera (martes, 17 noviembre 2015 20:54)

    Muchas gracias a Miguel Pérez Alvarado por este ensayo sobre Eugenio Padorno y los elementos que definen su poética y cómo interpreta el espacio o la tradición cultural recibida. Extraordinario.

  • #2

    Antonio Arroyo (martes, 17 noviembre 2015 23:09)

    Bravo, amigo Miguel Pérez Alvarado, una crítica que se sumerge en el quid de la cuestión y en la madre del cordero, desvelando algunas de las claves de la poesía de Eugenio Padorno, no de forma estáticamente académica sino con el mismo dinamismo con que fueron concebidas.
    Mi enhorabuena.
    Antonio Arroyo.