Presentación-EP-2015

Jorge Rodríguez Padrón

PRESENTACIÓN DE DONDE NADA ES TODO LO ASIBLE

 

 

HUBO, EN NUESTRA INFANCIA LITERARIA, un poeta que quiso ser joven, y en ello insistía cada vez que se presentaba en público, por más que años y décadas se fueran sucediendo implacables. Me pregunto qué habrá sido de él; si todavía será joven tal deseaba. No pretendo hacer broma: no soy tan ingenioso. Ni, mucho menos, pasar por cáustico o socarrón... La cosa va en serio. Porque quisiera dejar clara, desde el principio, la diferencia; aun cuando Eugenio Padorno haya declarado que este libro suyo (de título más que elocuente: Donde nada es todo lo asible), "es un libro no risueño, [sino] amargo: nutrido de la savia de su medio". Esa amargura a la cual se refiere el autor tiene que ver con la madurez intelectual (y vital, como es lógico); pero nunca -en ningún momento del mismo- con la mera erosión del tiempo, ese socorrido recurso al que se aferran, incluso los poetas mayores, cuando se hacen mayores: lamento enternecedor, si se quiere; pero evidencia, tan sólo, de su incapacidad como poetas. Cosa bien distinta, quede claro, la afirmación de Eugenio Padorno acerca de la manera de encarar la escritura a estas alturas de la edad: es -dice- un "asunto propio del oficio en el cual se envejece". Ésta, su lección. Pero, cuando añade que "nutrido de la savia de su medio", no debe leerse como simple alusión a una materia local. Si así se hace, nada se entenderá -al menos, de cuanto de verdad importa en estos poemas. No me cabe duda de que se trata de una referencia explícita al total de la memoria que ha hecho al poeta, pero también al hombre, que a ese oficio ha entregado la vida. Pero resulta que nuestro autor ha escrito, precisamente, savia; díganme, entonces, si no se refiere a una energía que nace a borbotones -palabra y vida. O entiendo poco de esto o más joven cosa no puede haber.

Pues -si lo dicho no bastara- este libro que hoy nos reúne aquí comienza con el ímpetu afirmativo de un "canto hablado", fuerza expansiva de una voz que baja y sube, que sale o se recluye dentro (en un juego retador), con absoluta y caprichosa libertad... "Pero -escribe Padorno- que hable si es que vuelve; que no deje de preguntar por la vida y mi vida". Quien en este umbral se detenga (y debe) se verá, apenas piense un poco, asaltado por la misma perplejidad con que el poeta queda ante esa palabra suya, arrebatada de vitalidad. Y todo parece tan natural, tan sencillo; se dijera que es una escritura narrativa, directa. Sin embargo, aquello que la mueve subterráneamente es su agitación existencial que, sin apenas notarlo, nos posee a cada revuelta del poema; y aún más: una hondura negrura a la cual, alguna vez, se refirió el peruano Westphalen, y que es la memoria, esa densa extensión, carga de tiempo que lleva a más que historia; y de ahí que desemboque en una explosión de entusiasmo, en el sentido estricto que su etimología quiere. O qué, si no, el muchacho que, a seguidas, "comienza a soñar"; qué la escritura como lugar de "todo lo movible"; qué -en fin- "el punto donde en verdad se huella el rumor de una nada no dicha". Este límite o frontera -esta orilla- el lugar de la revelación poética. Que es entonces, allí, cuando se suceden las preguntas que acucian; algo tremendo porque se orienta al sumergimiento (y a él debe sumarse el lector),  experiencia que poeta y palabra cumplen a la vez: "seremos lo que son estas palabras, en la sombra visibles para sombras que también preguntaron quiénes fueron, qué dejaron de hacer". Dígaseme si no se trata de un futuro que obliga a pensar. Y mucho.

Mientras escribo estas páginas, leo a Herta Müller. Esto dice: "La elección de las palabras (...) no puede separarse de la reivindicación ética (...) la moral marca el tratamiento de la lengua de una forma tan infalible como el tratamiento de la vida cotidiana en el mundo" (subrayado, mío). Una afirmación contundente donde las haya, ya hasta parece redundar en lo sabido; pero eso que dice sólo puede darse cuando la madurez nos enseña (y no es paradoja) el temblor en que toda existencia se cumple, si es que a la verdad desea encaminarse -que ése es el itinerario de toda poesía que se precie de serlo. La otra, si queremos aceptarla como tal, sólo es mero divertimento que pronto pasa... y se olvida.


Poetas hay, ahora mismo, y son "tantos que quitan el sol, y todos piensan que son famosos" (si lo sabría Cervantes, ya entonces), que se han dejado vencer -verdaderos conversos, los veo- por el discurso correcto; aseguran -día sí y día también- que sólo joven se podrá ser; aunque, eso sí, contando con que le dejen espacio superficial y llano (se lo dan, quienes pueden; y esto es lo grave del caso) donde no tengan mucho que pensar ni -esto, menos aun- entrar en demasiadas complejidades... Se limitan a repetir meras naderías de ludoteca, al tiempo que miran con desdén el mundo (el suyo, por cierto) apenas se les hace evidente que es memoria o nada. Lo saben. Pero, indiferentes o cínicos, siguen en lo mismo sin tener presente que nada ha empezado anteayer; y que la poesía exige madurez, un determinado saber; no es cosa -como creen- que se improvisa. Y lo peor del caso: que no sucede así sólo con estos recién llegados a la poesía; también con muchos otros advenedizos cuyas credenciales no los acreditan, precisamente, para manejar asuntos públicos. Lo único que todos ellos buscan con afán -y no se toman tiempo siquiera para pensar- es tener visibilidad: el término que hoy utilizan. Para lograrlo, siguen disciplinados el pie de esa letra correcta que, como es notorio, ha acabado con la vida de la palabra, con la vitalidad mayor de la lengua: con su libertad. 

Esto escribe Rilke: "Querían florecer, y florecer es ser bellos;/ pero nosotros queremos madurar,/ y eso significa ser oscuros y esforzarse". Entonces. Con más razón, sus palabras, ahora; cuando quienes se aprestan a florecer se afirman en la declaración de principios más insensata que darse pueda, aunque los medios la consagren en grandes titulares: presuponen que el objetivo que los mueve es ser niños para siempre y negarse a crecer, pues en eso cifran su libertad; libertad, también en lo que al pensar y al crear se refiere. Pero lo que en realidad desean es no tener nunca responsabilidad alguna, hagan lo que hagan, piensen lo que piensen, digan lo que digan. 

¿Puede uno imaginarse, en esos libros que proliferan con tanta alegría, algo siquiera parecido a la pulsión y vibración que Eugenio Padorno imprime a sus poemas; esa energía (savia, no se olvide) que los abre y los desprende de sí. ¿No es, acaso, vida? Ahí, lo grande y lo serio de una experiencia como ésta. Domingo Rivero nos mira, a ver si nos comportamos. Invito a la lectura del poema que comienza "No en la cocina y cerca de la lámpara...". Sobrecogedor. Y cuando nos preguntamos por qué (una de esas preguntas que no se hacen), el ritmo viene a ser la única respuesta. Digo la manera en que Eugenio Padorno -ya desde sus mismos años de formación- ha buceado en la entraña de la poesía (que lo es de la lengua) y ha puesto todo a vivir, dejando en evidencia la vejez del compás, en donde la poesía española -tan terca- se ha refugiado siempre.

El poema y el verso, aquí, en constante disgregación, como se observa en el canto inicial ya referido. Tampoco vienen al encuentro del lector, provocan el salto de éste al otro lado, y ya no podrá volver atrás: una comunión en esa demasía; debe, por fuerza, entrar (y ser) en ella. Sin esta clave, le será imposible leerlos como es debido. No es extraño que hayamos de respirar al unísono con esta palabra: su urgencia y agobio crecientes; su apaciguamiento, cuando el ritmo lo requiere; así que -y lo dice el poeta- "sin esas/ Vueltas y revueltas del laberinto/ De un orfebre", no tendrá el poema -la experiencia que todo poema es- razón de ser. Alguno podrá pensar -y hasta musitará con disimulo, con la torpeza de quien desprecia cuanto ignora- que todo esto le parece muy revesado. ¿Es capaz -quien así procede- de oír y ver el lapsus que Eugenio Padorno abre en todos sus poemas para que se perciba el calado que tienen? Su palabra sonda siempre los fondos, y da fe de hasta dónde podemos llegar en el margullo: "...permanece no cuanto fuera nunca borrado por los días, ni lo blanco, como dice el poeta, sino lo que, bajo las borraduras, espera ser escrito". No sé a ustedes; pero a mí -les confieso- me llega, con esas palabras, "un no sé qué que queda balbuciendo", una densidad que cómo abordarla si no nos paramos a ver que "el pensamiento de lo antiguo/ Me encamina a una tierra/ De augurio". Y por eso descubrimos que no hay ya nuevas oportunidades, ni nunca -a partir de este momento- podremos ya esperar fuera a que el poema nos sea dado: "La mente debe atesorar pocas cosas inútiles, pues entre la causa ya olvidada y su efecto imprevisto, el ser, aun más inerme, asomado de otro modo al vacío, vuelve a guindar, mientras escucha al viento que, esparcidor de las palabras, entra y sale en el sótano de la casa del cuerpo".

A ese lado, sólo llega la poesía. No me refiero al género literario así denominado; digo la experiencia que Eugenio Padorno nos revela, porque es la suya, en ese "espacio/ De promisión [que es] la tierra/ Cambiante del poema". Cambiante porque se siembran en ella vértigo e iluminaciones sucesivas; porque avanza siempre hacia la incertidumbre mayor que en esa prolongación que decía, propia del conocimiento poético, se manifiesta "con la garra de una pregunta detrás de otra pregunta"; porque los finales de poema se reviran y sugieren un nuevo comienzo; porque se corre el riesgo de una adjetivación copiosa, pero que nunca mata; por lo precisa, desde luego, pero no menos por la cantidad de sugerencia que siempre aporta. Un sólo ejemplo: "...y enseguida, cumplido a tiempo el cálculo del lastre, era izado lo oscuro a la luz estudiosa". Y, en fin, por el léxico y por un imaginario (aventura mayor) que no queda en metáfora, simple equilibrio de un como que nada aporta; aquí la imagen abre siempre la vida tras mucho pensar: la "irreconocible última playa,/ El temible pantano de una abstracción sin transparencia". Valdrá la pena subrayar cómo, con este tránsito de playa a pantano, el escritor no se limita a encarar esos dos lados de la realidad, que requieren su atención; es que -una vez puestos el uno frente al otro-  el vigor de la mirada poética sigue actuando, traspasa ese límite y nos encara -dramáticamente- con el otro lado de la imagen: abstracción que se ofrece, además, como una nueva dificultad que habremos de superar también, si nos sentimos con fuerzas para llegar hasta donde el escritor desea conducirnos.

La última parte del libro es fundamental. El propio Eugenio Padorno insinúa -en nota al margen- que su título, "Tal vez una frase incompleta", acogerá -en su momento-"la posible reunión de mis cuadernos poéticos"; de los cuales, por cierto, este libro del que hablamos hoy, supone una de sus parciales entregas. Pero fundamental, también, porque en sus ocho poemas se aquilata la visión del conjunto, y porque se da a la inquietud que los mueve un protagonismo mayor. El lector que se aventura por ellos (ha sido mi experiencia, como se deduce de lo que vengo diciendo) pasa por una prueba decisiva: atraviesa un ámbito vertiginoso que se abre ante él y solicita su connivencia para conocer qué hay a ese otro lado. Pero sin tregua ya, sin concesiones a la rutina de una escritura sabida. Y también sin que, en ningún momento, se produzca el menor deslizamiento hacia un fácil patetismo, tal suele ser habitual en los poetas que llegan a tales extremos. Insisto: no hay posibilidad de volver atrás; nada de complacencias aquí. Lo hemos ido viendo, en otros momentos del libro, donde se manifiestan atrevimientos similares. "Tan femenina el alma, en el centro de la corola de la isla, aún pregunta otra vez" (el subrayado, mío). No es, lo adelanté ya, la isla el lugar (el paisaje, añado ahora entre paréntesis, es asunto capital en este libro y necesita por ello una detenida dilucidación); no el lugar -decía- sino ese borde en donde poeta y palabra quedan suspendidos, en su precipitación "hacia el mundo"; puesto que "en esta tarea de pesar los vocablos (...) Ningún discernimiento iba a esperar de las palabras porque ellas también ignoran lo que dicen". Un reconocimiento, de hasta dónde ha valido la pena la experiencia; que es también de la carencia constitutiva del ser.

En las líneas anteriores, he dejado hablar al poeta; cualquier cosa que pretenda añadir de mío, no hará sino estropearlo todo. Sí que quisiera dejar constancia, no obstante, de cómo se justifica entonces la cita de Dante, que abre el libro todo y habla de l'esperienza/ Di retro al Sol, del mondo sanza gente; y de que no de otro modo podrá verse esta última parte, si no es como ajuste de cuentas con ese interior, almendra del oficio al cual Eugenio Padorno ha entregado su vida. Tremenda, por sobrecogedora, la evidencia; tremendo el ejercicio mismo de la escritura, su necesidad. Ése, el  compromiso mayor y verdadero; no la ridiculez que era, y en la que siguen tantos que allí quedaron, no sólo escritores, creyentes todos de esa verdad de pacotilla que se les dicta, y que repiten maquinalmente. Y como todo culmina en la razón de ser de la poesía, y en la razón del ser que la poesía ilumina, transcribo los versos que cierran este libro mayor, cuya lectura -me atrevo a decir- es de obligado cumplimiento. Estos son:

Por ti he salvado este cuaderno casi en blanco. Lo dicho y por decir caben en la semilla de un haiku,

 

Pero con tu silencio en el Silencio sabrás leer lo que deseas y falta.  

No tendré que advertir entonces (¿o tal vez sí?) que la experiencia a la cual me he referido a lo largo de estas páginas -a la vista está- es después de todo, pero no en último término, una experiencia de amor. Porque "el amor no está al margen de los tiempos y de los hechos [y porque] el amor, como ninguna otra cosa en el mundo, está abocado a dar cuenta de todo aquello que la razón intuye y sabe" (Inge Müller). 

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Comentarios: 1
  • #1

    Iván Cabrera (miércoles, 18 noviembre 2015 17:53)

    Un texto magnífico y certero de Jorge. Estoy muy contento con el alto nivel crítico con el que da comienzo la publicación de los contenidos de este número.