El arte de la broma triste: el ingreso de Max Aub en la Academia Española

Daniel María

El humor de Max Aub es el humor de un hombre tristemente divertido, aunque en ocasiones será más la melancolía que la tristeza la que emponzoñe una carcajada inteligente, audaz y visceral. Tan hondo y preponderante en su existencia, como el azul en los mapamundis, fue el exilio: territorio que habitó por más tiempo y en el que edificó la mayor parte de los cimientos de su producción. Cercano a su muerte, Max Aub regaló la última broma literaria, de la que era asiduo desde los comienzos de su trayectoria artística. Publicó de modo restringido y limitado un discurso de ingreso en la Academia Española. Un texto mordaz y laudatorio, desconsolado y combativo, donde los límites entre realidad y deseo nos ofrece una Academia distinta a la verdadera: múltiple, intergeneracional como nunca y valedora de la convivencia y la tolerancia. Max Aub trazó el contorno de una España que no encontró ni reconoció en sus dos puntuales regresos. Con todo, nos advierte de su enorme conocimiento de la escena española contemporánea y nos sitúa frente a un espejo que refleja, inmisericorde, lo perdido y lo que nunca fue.

La publicación se editó con una tipografía y encuadernación muy similares a las entregas de la RAE y fechada en Madrid, Tipografía de Archivos. Olózaga, I., 1956. Fue repartida entre su círculo más íntimo de México en 1971 y tituló el discurso de ingreso El teatro español sacado a la luz de las tinieblas de nuestro tiempo. Lo leyó en el acto de su recepción acaecido el 12 de diciembre de 1956 y le contestó Juan Chabás y Martí. Max Aub viene a suceder a don Ramón María del Valle Inclán en la silla i. Por supuesto, la Academia en la que ingresa nuestro autor es Española, pero en ningún caso Real. La contienda civil no tuvo lugar, la República celebra veinticinco años de firme vigencia y su Presidente, Fernando de los Ríos, encabeza la fila de autoridades. Desentrañemos la broma.


El 12 de diciembre de 1956 Max Aub se encontraba en México, país del que obtuvo la nacionalidad este mismo año y donde falleció en 1972, por lo que no es baladí el año elegido. Es este el primer guiño biográfico con que juega Aub en su ristra de fechas y acontecimientos. En el ficticio discurso Aub ingresa en la Academia el mismo año en que obtuvo la nacionalidad mexicana, digámoslo de este modo, el año en que se oficializasu exilio. Podríamos rotular aquello que el mismo Aub dijera de sí mismo: que no era un escritor mexicano ni español. Quizás un escritor desterrado, diremos aquí.

El compañero que contesta al recién académico, Juan Chabás y Martí, había fallecido en La Habana en 1954, dos años antes de “celebrarse” este acto. Escritor y crítico, militante de izquierdas, Chabás emprendió el exilio recalando en Francia, República Dominicana y Venezuela hasta afincarse definitivamente en Cuba. Max Aub no solo lo sobrevive, o mejor dicho, lo prolonga en la vida, sino que lo hace académico antes que a sí mismo, por tal motivo puede contestar a su discurso en el acto de recepción. Max Aub acometerá dos importantes desdoblamientos en este juego literario. Por una parte, se desdobla a sí mismo, pues se sitúa en la España republicana de los años 50 al frente del Teatro Nacional, recinto que dirige desde hace veinte años. Además se desdobla en el amigo Juan Chabás, que en su discurso de contestación alude a rasgos biográficos de Max Aub que son una suerte de memorias solapadas del genial bromista, si bien es cierto, como nos advierte Javier Pérez Bazo en su introducción a la edición de este discurso, publicado en 1993 por la Fundación Max Aub, los primeros cinco párrafos del texto atribuido a Chabás “reproducen casi de modo literal” los que dedicara el autor alicantino a Max Aub en su obra de 1952 Literatura española contemporánea (1898-1950). Con este asunto de ajenas incursiones textuales en un discurso que, aun puesto en boca de un tercero, Chabás en este caso, suponíamos en su totalidad autoría de Max Aub, nuestro escritor se reserva una vuelta de tuerca más en su ingeniería de broma literaria. 

El tema del discurso de ingreso no es otra cosa que el gran amor literario de Max Aub y el que menos alegrías le dio fuera del siempre reconfortante estímulo de culminar sus obras. Nos referimos a que muy pocas de las numerosas piezas de Max Aub se representaron en vida del autor, y hasta donde sabemos, en la España republicana solo dos: El desconfiado prodigioso, que subió a escena en catalán en 1933 y Narciso(publicado en 1927), que es adaptada para las misiones pedagógicas de Alejandro Casona con el título Jácara del avaro (1935). El resto de su teatro publicado en España se extiende hasta 1938 y durante la contienda aparecerán pequeñas piezas en publicaciones periódicas, revistas y suplementos. A partir de 1943 su teatro (y el resto de su obra narrativa, ensayística y poética) es publicado fundamentalmente en México. De manera excepcional algunas de sus piezas aparecieron en la revista Primer Acto, incluso una de sus obras, Morir por cerrar los ojos, es reeditada en Barcelona en 1967 precedido de un ensayo de Ricardo Domenech.


La pasión de Max Aub por el teatro nunca decayó y a la escena española, desde el exilio, prestó atención de manera infatigable, muestra de ellos son algunos de los artículos y estudios que publicó a lo largo de su vida sobre diversos aspectos del teatro español de su tiempo. Max Aub siempre se mostró muy consciente de la naturaleza de su teatro y de la imposibilidad de su representación. Ya en el prólogo de Narcisoparecía presagiar el largo insomnio de su obra dramática cuando advertía que “hecha para la escena, viene a ahogarse en el libro”. Al publicar, también en 1971, un año antes de morir, su pieza Los muertos, Aub hace balance: “Mi teatro no ha tenido suerte. En España, al principio, era demasiado de vanguardia. Luego, el de mayor envergadura no interesó en México porque, en general, necesitaba muchos actores; sin contar que yo no era ni nacional ni extranjero (…)”.

Dividiremos el teatro del que habla Max Aub en su discurso en dos planos: el teatro imaginado, y al que el lector presta su complicidad para integrarlo en la realidad totalizadora, y el teatro acontecido, el que verdaderamente forma parte de la historiografía del teatro español. Del primero, el imaginado, sobresalen dos potentes alusiones, las de Lorca y Miguel Hernández, dos autores de la República que encontraron la muerte a causa de la guerra civil. En el discurso, Max Aub no solo los tiene por vivos sino que forman parte de la Academia en la que ingresa, están presentes en el momento de la lectura y sus teatros han avanzado ostensiblemente. Así, descubrimos que Lorca, tras estrenar La casa de Bernarda Alba, Así que pasen cinco años y El público(recordemos que la primera fue estrenada, ya muerto su autor, en Buenos Aires en 1945; la segunda en París en 1958 y la tercera no encontró representación hasta que fue montada por vez primera en 1977 en la Universidad de Murcia), el granadino ha dado a conocer hasta siete nuevas piezas entre tragedias y comedias.

Por su parte, Miguel Hernández ha logrado representar su auto sacramental, Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras, además de sus exitosas El desdén agradecido, El murciano valerosoo La villana de Orihuela, entre otros títulos inventados que Max Aub atribuye al, por siempre, joven poeta. Nos advierte también de que en el extranjero no ha logrado la aceptación que merecería, excepto en Alemania.


Al teatro acontecido le da presencia Max Aub en su discurso a través de los jóvenes dramaturgos y es aquí donde el autor ofrece muestras de su vivo interés y conocimiento de la escena española. Advierte la fuerza y el vigor de Buero Vallejo, Sastre, Gala, Olmo y Arrabal, entre otros, a quienes considera merecedores de ocupar futuras sillas. De todos ellos tan solo Antonio Buero Vallejo ocupó la suya en 1971, aunque aún podrían sentarse Alfonso Sastre, Antonio Gala o Fernando Arrabal. El ya centenario José Ricardo Morales, también aludido, ocupa su correspondiente silla en la Academia Chilena de la Lengua.

No obstante, también hay lugar para la crítica y Max Aub brinda su particular valoración del teatro que defienden Muñoz Seca, Jardiel Poncela, Luca de Tena, Edgar Neville o José López Rubio y por el que nuestro autor no siente entusiasmo, aunque aprecia su contribución. Diferencia, eso sí, entre un teatro que da “placer y contento” y los grandes humoristas, señalando como baluarte a Miguel Mihura (casualmente el gran comediógrafo fue elegido miembro de la RAE en 1976, pero nunca ingresó oficialmente porque falleció a los pocos meses de anunciarse su elección) y a Tono.


Cabe apuntar ahora que el aludido José López Rubio, al ingresar en la Real Academia Española en 1983, pronuncia un discurso titulado La otra generación del 27donde señala a sus compañeros Jardiel Poncela, Mihura, Tono, Neville, y a él mismo, como representantes del ramillete cómico (en la escena y en el cine) que debiera integrarse a la nómina del canon veintisietista. Desde que López Rubio diera la voz de alarma se sucedieron las ediciones críticas, tesis doctorales y artículos de largo aliento sobre el humor literario, ya en libretos, guiones, novelas y crónicas de la España de posguerra. Sería conveniente ahora analizar la risa del exilio y atender el humor de quienes, a lo lejos, reían en español y en el destierro: Max Aub, José Bergamín, Gómez de la Serna, Ramón J. Sender… y también una parte de la producción de Alejandro Casona.


Podríamos asimilar el discurso de Aub como una verdadera pieza teatral en el que la energía de su autor se apodera de todo lo existente como si dirigiera un montaje del que también es apuntador y espectador. Reparte papeles entre los académicos y logra con ello varios exhortos de resurrección (Miguel Hernández, García Lorca, Pedro Salinas) y anhelados caprichos de compaña (Claudio de la Torre, Gómez de la Serna, José Bergamín, Manuel Altolaguirre…) que en su conjunto dibujan un plantel de vigorosa salud literaria donde únicamente echamos en falta, en esta hora desde la que leemos, la presencia de compañeras ilustres: María Zambrano, María Teresa León, Zenobia Camprubí, Federica Montseny o Rosa Chacel (traídas del exilio) o las residentes en España Carmen Conde (lo que hubiera sido un feliz adelanto), Concha Espina (fallecida un año antes del discurso que nos ocupa) y María Moliner.

En la España donde se sitúa la Academia en la que Aub ingresa, su teatro no solo ha disfrutado de la definitiva condición de su naturaleza: ser representado; también la escena ha sido el espacio de su trayectoria laboral. Como hemos dicho, Max Aub se sitúa al frente del Teatro Nacional desde 1936 y bajo su dirección son muchos los aciertos logrados y mucha la gloria de que ha disfrutado el público. Juan Chabás lo refiere en su discurso de contestación y pormenoriza la actividad que pudiera resumirse en los mejores estrenos del teatro español, así como las representaciones y estrenos simultáneos del mejor teatro europeo (traducido expresamente para el Teatro Nacional Español) y del continente americano del momento.


En el discurso de contestación atribuido a su amigo Juan Chabás, Aub incluye dos guiños interesantes. El primero corresponde con un hecho real que ahora Aub incorpora a la ficción para reforzar la credibilidad de lo soñado. Chabás nos hace saber que el 12 de mayo de 1936 Aub publicó en varios medios un Proyecto de estructura para un Teatro Nacional y Escuela Nacional de Baile, que no es otra cosa que una carta enviada A su excelencia el Presidente de la República don Manuel Azaña y Díaz, escritor. La misiva, efectivamente, fue escrita y se acompañó de un dossier que detallaba la propuesta, pero no apareció en prensa alguna, pues como nos ha hecho saber María Paz Sanz en su tesis La narrativa breve de Max Aub, la carta iba a ver la luz en Cruz y Raya, aunque finalmente desistieron de la publicación. Aub no deja caer en saco roto aquel esfuerzo del 36 y lo recupera ahora. 

Si bien este hecho surge de la realidad para integrarse y concluirse en la ficción, el segundo guiño de Max Aub es una veloz pero tremebunda incisión que el autor encaja entre las fatídicas fechas de la guerra civil. Chabás nos recuerda que el 18 de julio de 1936 Aub fue nombrado “para estudiar el establecimiento de un teatro nacional”, institución que finalmente fue inaugurada “en lo que fue Teatro Real, el 1º de abril de 1939”. ¿Nos está diciendo Max Aub que la contienda fue el germen de una gran mascarada?, ¿que lo que vino después fue, léase con prudencia, puro teatro?, ¿que desde esta última fecha se descorre el telón de un montaje grotesco?


La última socarronería de Max Aub es incorporar, como cierre, la Lista de los señores académicos de número en 1º de enero de 1957. Encontraremos a quienes nunca lo fueron (Lorca, Gómez de la Serna, Juan Ramón Jiménez, Luis Cernuda, Miguel Hernández, Claudio de la Torre o Blas de Otero) junto a quienes sí fueron invitados a ingresar en la institución: Camilo José Cela, Delibes o Francisco Ayala. El 16 de junio de 1996 Antonio Muñoz Molina ingresa, verdaderamente, en la Real Academia Española y lee un discurso titulado Destierro y destiempo de Max Aub. El escritor jiennense parte de lo imaginado por Aub para hablar de literatura, de académicos, de escritura y de coherencia. Así lo culmina: “yo no creo que la cultura española pueda lograr su verdadera plenitud si no recobra la tradición abolida en 1939, la herencia intelectual y cívica que representan con tal exactitud los escritores que compartieron la misma edad que Max Aub y un destino semejante al suyo”.

Un texto sin guerra, sin exilio, sin dictadura y sin ausencias, sin muertes (salvo las naturales y por desgastada vejez), sin crímenes, sin censuras, sin tormentos, marianelas ni tristanas, sin incongruencias ni incongruentes, un texto sin tristeza y solo con teatro, está impregnado, no obstante o precisamente, de una guerra, un exilio, una dictadura, muchas ausencias, muertes, crímenes, censuras, tormentos, marianelas y tristanas, incongruencias e incongruentes. En definitiva, mucha tristeza. Y un teatro sumido en las tinieblas de un tiempo que fue nuestro.


Si, con todo, Max Aub aprovechó este juguete para quitarse la espinita de dirigir un Teatro Nacional en España y exponer cuál hubiera sido su modelo de gestión, aunque en México fue secretario de la Comisión Nacional de Cinematografía, bienvenido sea también este propósito. Más profunda y dolorosa era la espina de acabar con la dictadura franquista y nos regaló uno de los mejores cuentos y de las mejores parodias jamás escritas sobre un dictador: La verdadera historia de la muerte del General Franco. Triste, hemos dicho, pero humor incuestionable, Max Aub persiguió la carcajada y desdeñó a la pinche muerte que, como escribió Alonso Quesada: “todo nos quitará menos la risa / petrificada en nuestra calavera”.


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