Rosendo Cid. Pulsión imaginativa

Rosendo Cid


Breve comentario crítico de Daniel Bernal Suárez

Rosendo Cid (Ourense, 1974) es Licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Vigo. Su obra constituye una pulsión imaginativa que emerge de la cotidianidad: la mirada creativa del artista como generador de brechas o fugas en la realidad inmediata. De ahí, por ejemplo, sus esculturas de pequeñas dimensiones compuestas por el engarce de objetos encontrados (ensamblados): su visión remite al momento inaugural de lo inconcebible, de lo seminal también. A menudo este trabajo tridimensional queda plasmado fotográficamente, dando lugar así a otra forma de contemplación mediatizada por el propio artista. La serie Las esculturas de un minuto nos lleva a la referencia literaria, también bajo la órbita minimalista, de Los cuentos de un minuto de Istvan Örkëny. No es ajeno a su trabajo este diálogo con la literatura: desde sus 365 maneras de estar en el mundo, donde la ilustración aparece en irónico maridaje con el texto, o en alusiones -veladas o manifiestas- en otras de sus series como Yo que tantas pinturas he intentado ser y otros collages, de evidente ascensión borgiana y que incide en la idea del reciclaje al componerse cada pieza con fragmentos provenientes de obras artísticas de distintos periodos y tendencias.

 

Reciclaje, recombinación: no de otro modo opera el material genético para engendrar nuevos seres vivos. En los collages de Rosendo Cid solemos hallar no una amalgama caótica e irrefrenable, sino una vinculación secreta, un hilo conductor que permite la contigüidad. A menudo, un pequeño gesto, una entidad reiterada, es utilizada por el artista para que los segmentos de cuerpos visuales diversos encajen en esa nueva realidad, recodificando un significado mediante la contigüidad semántica. La serie de collages titulada Las líneas paralelas nunca se encuentran muestra una superposición de rostros, en cambio, que más que con el concepto de complementariedad, trabaja con la noción de interferencia. Los rostros se funden pero no configuran un rostro completo, sino una rara conexión que no deja de percibirse en su fragmentariedad. Hay, por tanto, en el núcleo de la obra una fuga, encarnación de lo ausente. No la condición visual de plenitud sino su opuesto: la condición de incompleto, la esquirla oscura, la astilla incendiada. Estos conceptos también forman parte de los collages que publicamos en el presente número de Fogal. Junto al principio analógico contenido (reorganización en vez de caos), la vindicación de la imposibilidad, la complementariedad  y cierto laconismo en la ejecución.

 

En su trabajo objetual se percibe el influjo del surrealismo y se inserta en la tradición del objet trouvé que, prolongándose desde el dadaísmo, llega a nuestros días pasando por figuras como Man Ray, Marcel Duchamp, el multiforme poeta Joan Brossa o Wolf Vostell. Objetualidad basada en el contraste, en una suerte de sublimación del estatus de las cosas cotidianas y vulgares. Redescubrimiento de la magia que subyace en lo trivial. 

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