Melchor López. Tres poemas

Melchor López

LUGAR DEL BASILISCO

                                                             Para Sergio Barreto           

Se petrificó el curso

señalado del sol.

 

El mefítico aliento   

resquebrajó las piedras.                            

 

Los arbustos malditos se desploman

en las raíces yermas.

 

En la penumbra fósil del aljibe,

se vislumbran las mondas osamentas

de onagros y pastores,

entre un nimbo de polvo subterráneo.


No debes probar nunca de esa agua,

de ese líquido infecto

que el mismo sol desdeña.

 

Protégete del fuego con un velo,

guárdate del ojo que fulmina

la entraña con su rayo.

 

El caballero de la armadura de espejos

se extravió en los desiertos

dilatados de Libia.                             

 

Cada mañana,

con menguada esperanza,                                                     

a la sombra lacónica

de los muros de toba,

aguardamos el canto del gallo de leyenda

que aniquile a la bestia.


                                     MÉDANO

                                                             Para Néstor y José Miguel Cuenca

 

¿Resurgirá aquel médano,

aquel inconcebible monstruo

de arena y ululante viento,

 

tragaldabas voraz

que sepultara

poblados y cisternas,

 

impelido por qué ira

de la tierra emanada

 

 -¡cómo aullaban los perros,

cómo, abandonados,

gemían los tullidos

en sus pobres jergones!- ,                           

 

aquel médano,

azuzado por una turba de Berbería,

emanación malévola

del desierto

que engullera la ermita de Mozaga

y las inermes tallas de los santos?

 

¿Resurgirá aquel médano,

aquella duna

que avanzara implacable

como una fiera                            

de fauces espumosas,

acosando las sombras

repudiadas de las rameras?

 

¿Será acaso ese médano  

la inusitada fuerza, el ávido señor

que, de una orilla a otra,

devastándolo todo, -escorias y castillos-

de todo al fin se adueñe,

el médano de médanos?


 

ELEGÍA EN ÓRZOLA

                                                              

                                                                    En la muerte de mi tío Fernando

 

Al norte, en el muelle de Órzola, resguardado en el automóvil, escuchas la obsesiva coda de la lluvia; una fúnebre melodía que pareciera sonar adentro de la mente o al contrario, allá, muy lejos, en una cripta de reconocibles sombras; una persistente música interpretada por músicos ciegos que acudiera desde un pabellón remoto, las desconsoladoras notas de un aciago día de duelo.

 

(¿Reposa ya tu espíritu en los fértiles campos presentidos, en la infinita viña? ¿El roce de un dedo en la boca ha despertado en ti un hálito nuevo?)

 

En el interior del automóvil, a través de la ventanilla, vislumbras cómo las funestas aves se retiran, ahuyentadas, tierra adentro, cómo, contra las erizadas rocas, se astilla el inútil madero y cómo, en mitad del canal, zozobra la barquichuela.

 

Pocos recuerdan un invierno más riguroso. No contabas con añadir aún más frío al frío de este febrero.

 

En el muelle de Órzola, al norte, - qué soledad sin centro - la lluvia arrecia hostigada por el viento más acerbo y tú ya no cuentas, para aliviar tu dolor, con más palabras ni más lágrimas verdaderas.

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Comentarios: 4
  • #1

    Iván Cabrera (martes, 05 mayo 2015 16:32)

    Unos poemas extraordinarios de un grandísimo poeta.

  • #2

    Mario Domínguez Parra (martes, 05 mayo 2015 20:27)

    Gran poeta, bellos poemas.

  • #3

    C. G. F. (miércoles, 13 mayo 2015 19:21)

    Muy buenos.

  • #4

    Sergillo (sábado, 10 octubre 2015 15:10)

    En la voz del desierto está el poema.