Lectura de Una temporada en el Centro. Panorama actual de la poesía en Costa Rica (1980 - 2013)

Ernesto Suárez

He de confesarles que mantengo un vínculo ambivalente con las antologías. La común forma que adopta eso que denominamos “antología” impone, tiende a fijar una dirección de lectura. Sí, las antologías detectan y catalogan. Detectan porque ponen a quien las lee sobre la pista de ciertos autores y autoras. Es decir, ese poema que, tras ser leído, impele a identificar a su autor, a su autora, para seguir leyendo más, para conocer. Pero, también, las antologías, de la misma forma que disponen a textos y escritores bajo el foco o no (quién está y no está seleccionado) pueden llevarnos a abandonar, a desechar todo interés inicial, toda curiosidad lectora. Las antologías pueden satisfacernos demasiado pronto, con demasiado poco. 

Hablemos ahora del libro que nos convoca hoy. Aparte las obvias reminiscencias rimbauldianas, resulta interesante detenerse en el título que eligiera Antonio Jiménez Paz para su trabajo. En primer lugar, en la portada del libro se opta por sustraer de nuestro primer plano de atención la condición de antología que lo caracteriza, hasta llevar tal consideración a un espacio menor y entre paréntesis, en una tercera línea y con un cuerpo de letra claramente menor. Aunque evidentemente es una antología, también es cierto que este volumen de más de cuatrocientas páginas quiere ser otra cosa. De hecho, ya en la introducción Jiménez Paz opta por describir el libro, de manera bastante novedosa, como un “ensayo antológico”. Ensayo pues y no antología porque así puede abandonarse todo reclamo de autoridad, reivindicándose expresamente la necesidad de partir y llegar a una lectura personal, parcial, sesgada o condicional de aquello que “es la poesía en Costa Rica”.


Como estrategia para hacer visible y posible esta otra perspectiva de lectura, AJP prefiere presentarse, por un lado, como entrevistador de poetas, esto es, como mero conversador que alienta el decir directo de ocho de los autores seleccionados. Estos ocho reflexionan tanto sobre la propia escritura como sobre sus aledaños literarios o editoriales e, incluso, sobre los quites políticos-sociales de Costa Rica. Obsérvese, sin embargo, que Antonio “escoge” de entre los 22 poetas reunidos sólo a 8 para que sean quienes se dirijan directamente a los lectores de este panorama. De los otros 14, aunque se nos brinda una muestra amplia de poemas, de ellos y ellas únicamente fue solicitado por Antonio que anotaran como frontispicio un lema que actuase a modo de poética efectiva y que habrían de extraer de alguno de sus textos. Por otro lado, haciendo uso particular del término “temporada” para identificar el trabajo realizado, AJP matiza la eventualidad del mismo y encuadra también implícitamente la singularidad que le interesa dar a conocer, es decir, un momento literario concreto. O si lo prefieren, la condición volátil y tornadiza de un ente como puede ser la poesía en Costa Rica y su caracterización o diferencia.


Un segundo ejemplo de ese quiebro procurado por Jiménez Paz frente a la doctrina de la antología y la figura del antólogo (es decir, de él mismo) se halla en el hecho de ubicar la entrevista y los poemas de Osvaldo Sauma como tercera parte o “epílogo” que cierra el volumen. Este hecho resulta más que llamativo, cuando, por edad y poética, Sauma puede ser considerado como antecedente de la condición ante la escritura de la mayoría de los otros 21 poetas seleccionados y, por tanto, también como nexo de unión (eso sí, enlace muy conflictivo) de éstos con las generaciones literarias precedentes.


Demasiados elementos difusos para poder acomodarse ante ellos.


Con la estructura, con el índice y orden de materiales y autores, Antonio insiste en avisarnos que no es de fiar y evidencia un hecho: el prologuista quiere desembarazarse, desde la raíz, de su identificación como antólogo. Sin embargo, de este juego de máscaras, de luces y sombras que impone AJP sobre su condición de figura tutelar proviene, creo, una de las fortalezas del libro. Al desplazarse hacia el flanco, Jiménez Paz obliga a los lectores y lectoras a disponerse en actitud de alerta, a transitar entre autores y poemas, no sólo adheridos a cada texto y sus respectivas seguridades sino, también, rastreando el curso que alcance aquello que “sabemos está detrás” de este libro, de esta literatura, aunque lo desconozcamos. Se busca pues tentativamente una explicación.


Me permito por tanto compartir con ustedes mi rastreo personal en este enigma.


Me ha interesado explorar los mecanismos, las fuerzas que se enzarzan en el cuerpo literario que es la poesía costarricense contemporánea y actual. Me refiero a mecanismos y fuerzas en dos de sus suertes. De un lado, los puntos de anclaje del conflicto, los percutores. De otro, el movimiento y la dirección que se toma. Además, ampliando el foco de atención, el caso de la poesía en Costa Rica aporta capacidad de contraste cuando, desde este lado del Atlántico, pretendemos hablar de la poesía latinoamericana como un conjunto relativamente homogéneo. Sobre la poesía latinoamericana desde la perspectiva de su análisis crítico, sin duda siempre resulta más interesante (y efectivo) identificar las asimetrías en los procesos, además de los movimientos de intercambio que se han dado y darán a lo largo de todo el continente suramericano, Centroamérica y el Caribe.


Eduardo Milán, en el prólogo a otra antología, Pulir huesos. Veintitrés poetas latinoamericanos (1950-1965), escribe: “Antipoesía (…) es eso: señalamiento de escritura en un espacio que no queda fuera del lenguaje del mundo y del pensamiento. Lenguaje, entonces, mundano y pensable (…). En ese ahí fechado que cuenta con la conciencia de no ser poético se pone en juego el poema, como si el poema se moviera en un espacio no poético y, aún más, como si la palabra que sostuviera el poema fuera no poética pero que el poema siguiera siéndolo. ¿No son estas contradicciones las que se perciben en la nueva -no última- poesía?”. “Secularización de la poesía asociada al ejercicio del habla cotidiana como habla no específica”, sigue señalando Milán. Y, también en el poema, “visión no-exclusiva del lenguaje”. Sería esta una de esas direcciones por las que opta buena parte de los autores de una Temporada en el Centro. En particular, los más jóvenes.


A la hora de identificar el factor detonador de esta fuerza, AJP nos permite visualizar con su libro la distancia ganada por la nueva poesía tica, sobre todo a partir de la década de los 90, respecto al programa estético dominante durante casi tres decenios en el país. Me refiero al trascendentalismo que, de la mano de autores como Laureano Albán, actúa como paradigma poético excluyente; así se atreve a catalogarlo el propio Jiménez Paz. No obstante, lo interesante del trascendentalismo (y la reacción contra él de los poetas actuales) en tanto que fuerza constitutiva de la poesía en Costa Rica es que ejemplifica cómo una retórica esencialista, a pesar de arrogarse la identidad de única herencia posible o verdadera, en realidad lo que produce es el desalojo de su nicho de toda una tradición literaria, enquistándola y paralizando así cualquier corriente de renovación y diálogo fecundante.


Con todo, el esencialismo tampoco puede ser considerado como una rareza costarricense, explicable sólo por su aislamiento “insular”, configurada a la contra del resto continental. Recuerden en este sentido que durante gran parte del siglo XX Costa Rica fue tipificada simbólicamente como la “Suiza americana”, anomalía regional de paradójica estabilidad sociopolítica. No, el esencialismo (y el mito de los poderes espiritualmente excepcionales vinculados a la expresión poética que lo designa) no es un endemismo de Costa Rica, todo lo contrario. Al menos esto es lo que plantea Gustavo Guerrero en otra antología de poesía hispanoamericana contemporánea, Cuerpo plural. De hecho, el poeta y crítico venezolano no duda en incorporar a este utopismo excepcionalista también las formas conversacionales de la poesía latinoamericana de los años sesenta y setenta, irradiadas en paralelo desde el mito político (hoy enterrado y descompuesto) de la revolución cubana, y desde ciertos ámbitos de la poesía estadounidense y británica. Guerrero lo describe, incluso, como un “sistema” que llega activo a la encrucijada de su desmitificación continental a partir de los años 80 y 90 del XX. Es decir, justo cuando empiezan a publicar los y las poetas Mía Gallegos, Ana Istarú, José María Zonta, Carlos Cortés, Guillermo Fernández, Mauricio Molina y Luís Chaves, aquellos siete a los que AJP entrevista para Una temporada en el Centro.


Las poéticas de la desmitificación de la excepcionalidad del poeta y del poema son antipoéticas. De igual forma, las poéticas de la desmitificación del conversacionalismo y la utopía comunitaria hacen uso del habla cotidiana y de la acción colectivista. No es un juego de palabras o sí lo es. Quiero decir que en este momento de encrucijada estética, surgen (deseables y deseadas) estrategias en el poema que buscan y atienden a la diversidad desde ese espacio de lo externo, el afuera del lenguaje poético y su normalización (parafraseando a Eduardo Milán). Diríase que nos hallamos en un bucle de la espiral por el cual cierta poesía hispanoamericana actualiza herramientas de las estéticas de la experimentación y la vanguardia pero, sobre todo, que sabe las reutiliza y recicla. Esto es, actúa a sabiendas de que está apropiándose de residuos, materiales de desecho. ¿Cuál es el foco de este movimiento en espiral? Déjenme apuntar hacia el cono sur, hacia el neobarroco de Néstor Perlongher o hacia Héctor Viel Temperley. Seguro hay otros.


Por último y atendiendo a lo dicho hasta aquí, les haré ahora una propuesta de lectura de los poetas y de los poemas de Una temporada en el Centro, ya sea someramente. Empiecen por los más jóvenes. Quizás por Jeymer Gamboa, por Esteban Ureña, por Silvia Piranesi, por G.A. Chaves ¿Y qué poemas? Por ejemplo, “No alcanza la plata para el viaje astral”, “Expuestos”, “Mi amigo John Claudio…” o “Por el río sinuoso”. Creo que no defraudará.

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