Esto y lo otro

Nilo Palenzuela

Aves de buen agüero

 

 

Existen animales del espíritu que necesitan para su nacimiento un largo periodo de gestación y que un rincón del alma les dé cabida y en ello se dilaten durante siglos. Lo que llamamos avión, que ya tiene hijuelos diversos que peinan los cielos y aun extintos nietos como el ilustrado Concorde, nació según conviene a lo viviente de un prolongado deseo de imitar el vuelo de las aves. La incubación de tremendos artilugios, sin embargo, solo pudo producirse después de echar de la naturaleza el misterio y de ponerse, por fin, a pensar en serio. No fue fácil llegar al umbral de la vida nueva, pero fue de gran ayuda la existencia de varias generaciones atadas al banco de la reflexión para extraer varias fórmulas casi silogísticas: si el aire es el elemento que permite la vida y el cielo está repleto de aire; si aire es lo que respiramos en cada instante y lo que permite ir de un lado a otro, entonces resulta que el aire es el elemento más fiable para transitar por la vida. Segunda: si el hombre se puso en marcha gracias a un soplo divino, entonces el cielo será el espacio donde debe moverse este animalejo largamente concebido. Las cuestiones técnicas corrieron parejas a las ideas, pues solo necesitaban de la observación y del vínculo de las palabras en pensamientos cerrados para echar a volar excitadas por la pura lógica. Como ya sabemos, un caballo sub-uno se convirtió en caballo sub-dos y en caballo sub-tres y así de forma sucesiva, con idas y venidas al origen de la cerie C1; y los recuentos V0V2 ..., etcétera, dieron con el peso y la propulsión. De oca en oca se va también lejos, aunque no por ello fue fácil poner el pesado acero en el aire.

 

Esta es la cuestión palpitante que no supieron ver los antiguos: con un motor y unas buenas alas se cortan los cielos como si tal cosa.

 

Hay aquí algo milagroso y que contó en célebre artículo un observador de estos portentosos animales, Gabriel García Márquez. Los aviones pueden ir de Madrid a Tokio sin que se oculte el sol en un solo momento. Son como salamandras que pueden resistir las embestidas del fuego. Están al mismo tiempo cerca del amanecer y del sol que declina. No se les derriten las alas. Es verdad que algunos de estos animales caen a veces por soberbia y ambición. Pero ante esto únicamente es posible el rezo o la maldición.

 

El animal impuro se desplaza de un lugar a otro y se alimenta de seres como tú o como yo, que se cuelan en su interior, y son abandonados y, cabría decir, evacuados nada más tomar tierra. Hay en estos animales una sensibilidad que los excita, en esta suerte de desembarcos, al hallar a congéneres que caminan imperturbables.

  

Hoy en día el animal que llamamos avión, como cosa de aparente quietud, constituye el verdadero poder del mundo, pues en torno a él surgen siervos, adoradores, mediadores y recolectores de impuestos, ministros y aun policías e ingenieros que lo examinan por si algún virus terrorífico pudiera atentar contra su celeste viaje.

 

Este animal se ha alejado mucho de su origen. Yo creo que en el fondo de su alma se confundieron las palabras y, muy olvidadizo, ha terminado por creerse un dios. Ich bin Gott, je suis Dieu, yo el supremo, todo eso se dice mientras aterriza y descarga sus semillas con estruendo diabólico.


La estética de la levedad


Después de varias generaciones de pesados animales que gimen por los aires sin contemplaciones con gaviotas, aguiluchos y otras especies de naturaleza primera, llega el momento de la melancolía y recuerdan los trallazos de Leonardo y sus contemporáneos allá por el Renacimiento. Sueñan con la naturaleza frágil de los primeros artilugios. Es la hora de la levedad. Surgen así, por generación espontánea aunque con clara conciencia de que llegan después del progreso moderno, lo que aquí llamamos parapente, cosa en movimiento de difícil descripción.

 

Estos son animales que se han multiplicado sin cesar y que los puedes encontrar en cualquier sitio, en las altas montañas, junto a los acantilados, sobre los batientes de las olas. Necesitan las corrientes de aire del atardecer para elevarse y dibujar círculos al modo de cernícalos y halcones. Son monoplazas por lo general y se alimentan de peregrinos jóvenes con ganas de integrarse en la naturaleza elemental, en mitad del aire y de la luz.

 

El parapente es el animal del espíritu de una época claramente posmoderna, que no implora grandes travesías y se contenta con tener algunas cosas al alcance de la mano. Amantes del gregarismo e imitadores de las bandadas de patos y de palomas mensajeras, no cuentan ya con la fascinación de un Leonardo ante el porvenir ni con la pasión de los amantes que estaban dispuestos a dejar el pellejo por el aire.

 

Los parapentes tienen pasado oscuro. Son imposibles de imaginar sin la existencia contemporánea de los paracaídas que se descolgaban por millares durante la Segunda Guerra Mundial en los campos de Francia. Nacen en tiempos de opulencia y de cierta flojera espiritual, por lo que se les relaciona con el ocio. Como son animales pragmáticos, además de manejables, se adaptan enseguida a cualquier variación; tienen los más bellos colores de una mariposa o de un pez-loro. Se han adaptado, como gaviotas, a la vida fácil mientras reciben la mirada indiferente de los turistas. El parapente es un animal de última generación.


             Taladradoras y buldózer


La revuelta contra los dioses siempre ha estado presente, sobre todo si se habla de gigantes. Tifeo se rebeló contra Júpiter y acabó enterrado bajo el Etna. A imagen y semejanza de sus progenitores, que no son gigantes pero que se trepan a sus hombros cada vez que pueden, los animales de acero han desarrollado con sutileza diversas maneras de cortar el cordón umbilical que les convierte en entes domésticos, de forma que han heredado y llevado más lejos la capacidad de olvido de sus artífices, y se han puesto a crear en cadena otros seres de voraz apetito e igual condición. De lo uno a lo otro, como de piedra en piedra, se va muy lejos, y hoy las familias de estos sujetos se han diversificado, escarban a toda prisa, agujerean aquí y allá, y dioses y hombres se han convertido en siervos que los veneran pues, al fin, estos se han librado de la incertidumbre de preguntar por el sentido de la existencia. Los gigantes buldózer, a espera de algún castigo, se alimentan a grandes bocados con el vacío. Acaso son los primeros seres que han hollado la tierra y anudado el origen y el fin sin pararse a preguntar demasiado. Estos animales son de verdad dignos de sentarse a la mesa de los grandes dioses. El futuro es suyo.

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