Carlos Rivero. La fisura del cuerpo

Carlos Rivero


Breve comentario crítico de Daniel Bernal Suárez

La serie de trabajos que nos presenta Carlos Rivero (1964) en este número de Fogal aparecen atravesados por una pulsión crepuscular, tanática casi. Cuerpos esbozados con trazos cromáticos cuyas opacidades acompañan a esos seres yacentes. Las tonalidades terrosas, junto a la presencia perenne de otros seres animalescos -visitantes que son signos de perención, que acaso liban en actitud no despojada de cierto tinte macabro-, y una vegetación de ramajes oscuros, mustia y en declive, coadyuvan a generar una impresión de cercanía con lo mortuorio o enfermizo. Las figuras, asimismo, no eluden una latente referencia religiosa.


Profanación y ritual, cada obra se yergue en una ventana abierta a la displicencia del acabamiento, concentración hacia un instante desasosegante o cargado de un simbólico movimiento de dolor, encapsulado en cada cuerpo mostrado. No escapa a ese instante detenido la meditación sobre la temporalidad, pero una temporalidad consciente del existir bajo el prisma de lo traumático. Y, más allá de la consumación, la vegetación misma puede explotar y emerger desde el cuerpo último, como señalizando la pertenencia a un ciclo de complejas sucesiones. La fisura del cuerpo en cuyo centro urden su crecimiento las plantas es acaso la hendidura cambiante del Tao: tiempo que es dador del presente vivísimo de una muerte desleída, muerte receptora de una brizna fugaz de la sensación.

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