Personaje fetasiano en la tierra incógnita

Juan José Delgado

Isaac de Vega (Tenerife, 1920-2014) publicó su primer cuento1 en el año 1950. Se vivía en aquellos momentos una tan dura crisis social, económica y cultural, que el grupo de escritores en quienes repercutía quedaron marcados con la ilustrativa expresión de “Generación del Bache” o “Generación Escachada”. La deprimente situación de posguerra creaba un ámbito de miseria nada propicio a la publicación literaria. Se mira el panorama de entonces y, a la vista, se despliega un amplio desierto que sólo cambiará de fisonomía cuando se rompa el silencio con el explosivo boom de la narrativa canaria, ya en el comienzo de la década del setenta. Entretanto, el marco es desolador: ausencia de novelas y únicamente muestras de cuentos que sólo podían plasmarse en alguna milagrosa revista o en alguna página literaria, como sucedió a partir del año 1954, fecha de la creación de “Gaceta Semanal de las Artes”, del periódico vespertino tinerfeño de La Tarde. Fueron estas unas páginas de arte y literatura, impulsadas por su director, Víctor Zurita, animadas por algunos componentes de la desaparecida revista Gaceta de Arte (Eduardo Westerdhal y Domingo Pérez Minik), atendidas por el profesor universitario José Domingo y por el escritor Julio Tovar y a los que, posteriormente, se sumará el grupo Nuestro Arte. Es toda una convergencia intergeneracional en el que también participó el llamado grupo fetasiano.

El encuentro de Isaac de Vega con los otros escritores que constituirían este grupo (inicialmente con Rafael Arozarena2 y, posteriormente, con Antonio Bermejo y José Antonio Padrón), debió producirse, según cuenta3, en la década del 40. Había en ellos una afinidad de ideas filosóficas y literarias, un pensamiento común que los distinguía y aproximaba: la situación del ser humano ante el mundo actual y ante el desconcertante y enigmático universo. Sentían por igual la necesidad de indagar en el ser humano, un ser efímero y limitado que, ante el gran misterio del cosmos, se siente impulsado a explorar los secretos de su propia existencia. Este interés los acerca a una cierta filosofía existencial y los sitúa en la concepción de una escritura no sujeta a reglas y sí muy interesada en darle expresión a las intuiciones e imágenes que, con fuerte sobrecarga irracional, colindaban con la escritura surrealista.

 

Ser fetasiano significaba para Isaac de Vega sentirse un sujeto sensible, aislado y separado de las situaciones y circunstancias que definían el mundo cotidiano en una sociedad que, en aquellos años duros de la posguerra, sufría una miseria que alcanzaba y atravesaba las esferas social, política, cultural y literaria. Ser un autor fetasiano implicaba hallarse atento a las muchas llamadas que misteriosamente le lanzaba el universo. Significaba escoger: o contentarse con la realidad e integrarse en ella; o bien, encaminar su pensamiento y sus pasos hacia la tierra incognita. Esta opción obligaba a pasar el puente de las realidades comunes y adentrarse en zonas dominadas por lo inexplicable. Significaba el pasar de la mera persona civil a la de un pensador que puede poner en marcha su pensamiento mediante una escritura que narrará las peripecias mentales con las que pretende tocar espacios de trascendencia. Isaac de Vega fue escritor para revelar lo que le supone a un ser humano enfrentarse al gran enigma de vivir. Vivir con el ansia de romper con todo aquello que restringe su individualidad y el auténtico contenido humano. Ser fetasiano significaba estar huyendo de lo mostrenco, de la adaptación al ámbito y al régimen sociocultural del momento. Quedaba obligado a salir y huir de lo conocido si se pretendía encontrase y descubrir lo nuevo. 

Mundo literario

Era la de él una generación con papeles perdidos que procuraba ocupar un espacio activo en medio de aquella desesperante atonía. Isaac de Vega se incorpora a “Gaceta Semanal” en julio de 1955 con el cuento “La pelirroja”, y mantiene su presencia allí, alternando creación (cuentos) y crítica (ensayos y reseñas), hasta 1962. Para esta fecha este autor habrá ya habrá consolidado la peculiar manera de expresar su mundo narrativo.

 

La selección de los libros que reseña, así como las reflexiones y valoraciones que tales obras le sugieren, apuntan que Isaac de Vega se muestra propicio a una forma de concepción literaria fuera de la senda del realismo que imperaba en aquellos tiempos. Declara su disconformidad con una literatura de compromiso a la que califica de estéril, por cuanto renuncia a ser expresión de la condición humana para someterse a un dirigismo social, atento sólo a la realidad de la superficie. No es que Isaac de Vega se sitúe en contra de una determinada postura ideológica, sino que mantiene la convicción de que, en un arte impuesto, el objetivo extraliterario revierte negativamente en el resultado de la obra. Este autor aceptaría el realismo —diría— siempre y cuando se atuviera a un objetivo puramente literario y vital.

 

En los textos críticos y ensayísticos, en los cuentos y las novelas de Isaac de Vega, se conforman las dos caras de una moneda: vida y literatura. Lo expresará en el año 2001 en su discurso de ingreso en la Academia Canaria de la Lengua, al que titula Literatura y vivencia. Y, en efecto, en el curso de su universo narrativo irá mostrando cómo se desenvuelve la realidad vital del autor de acuerdo con la realidad de la ficción en la que se está recreando. El autor se adentra imaginativamente en marcos y experiencias vitales que no se rigen por las leyes cotidianas de lo real. Él abstrae elementos reales del mundo para, de ese modo, configurar una realidad nueva y muy distinta.

 

El expresionismo literario se ha mostrado en momentos en que se cernían inquietudes de preguerra o dominaban estados deprimentes de posguerra. Desde esta perspectiva, Isaac de Vega no anula una visión crítica de la historia en la que se halla inmersa la crisis personal del escritor, pero, sin que ello suponga esquivar la realidad circundante, su evidente expresionismo se define como un marcadísimo repliegue hacia la subjetividad.

 

Isaac de Vega es autor de un mundo narrativo amplio y compacto en el que se hallan contenidos aquellos primeros cuentos de “Gaceta Semanal”4, Cuatro relatos (1968) y las novelas Fetasa (1957) y Antes de amanecer (1965). Se ha puesto una pausa porque, a partir de su siguiente novela, Parhelios, de 1977, este escritor impone la firme voluntad de mostrar una más cuidadosa elaboración expresiva y formal en su escritura. Y, con este nuevo sello, prosigue ininterrumpidamente su obra, añadiendo los libros de cuentos Conjuro en Ijuana(1981), Viento (1991), Cuando tenemos que huir y otras historias (1997), Gehena y otras historias (1999), además de las novelas: Pulsatila (1988), Tassili (1992), Carpanel (1996) y El cafetín (2002).

Homo viator en terra incognita

Isaac de Vega, para urdir su complejo universo narrativo, necesita de una libre espontaneidad en la escritura. Y así, huérfano de reglas, reconstituye una especie de estado precultural. No valen las normas de la civilización ni los espacios sociales y trillados que hacen del ser humano un ser gregario y de rebaño, un sujeto conducido y de existencia inauténtica. De ahí que saque a su inadaptado protagonista fetasiano hacia caminos que llevan a espacios y mundos presentidos. Y ese personaje excéntrico se dejará llevar por las sensaciones y emociones que le proporciona una inhabitual posición en el mundo.

 

Para un escritor que busque la revelación del “alma de las cosas” no vale únicamente la lógica común. Ha de contar también con lo procedente de un mundo caótico y primigenio. El escritor conduce un carro movido por dos caballos. Y ha de conjugar esos dos mundos aparentemente enfrentados. Isaac de Vega entiende que esos dos planos no son opuestos; cuenta con una realidad visible y conforme con todos; pero también cuenta con una realidad que sólo puede acceder a ella individualmente; es una realidad de pertenencia propia, íntima, que tendrá que ser procesada para que cobre sentido en la conciencia abierta del autor. Y esta es una realidad que solo puede entreverse, intuirse, presentirse. Es una realidad altamente emocional y preñada de deseos y de temores, de anhelos siempre vagos y de miedos difusos. Y es así porque el autor ha situado a su personaje, huérfano y efímero, ante el vasto, potente y caótico universo.

 

Por ese motivo el personaje fetasiano tiene que salir del protegido mundo habitual. El mundo de las experiencias cotidianas es un reducto que aprisiona, aprieta y determina conciencias y actitudes conformes con las creencias y normas establecidas por una comunidad. El personaje fetasiano es un homo viator que parte de un mundo normalizado para incorporarse a territorios desconocidos. La salida en muchos casos es evasión del claustro protector, la huida es como una muestra de disconformidad con la cultura homogénea y dominante; también supone el anhelo por descubrir, desde una conciencia propia, los misterios humanos. El viaje será el rito de paso con el que obtener la gracia de convertirse en un ser nuevo. Todo ello ha de pasar por nuevas experiencias, por separarse y romper con la ruta familiar, con la rutina.

 

El personaje fetasiano busca y va por otra ruta. Realiza un viaje por un camino metafísico que requiere una indagación en la Naturaleza de fuera, siempre sorprendente, y un estar atento al propio mundo interior, no menos extraordinario. En esa exhaustiva exploración, cuento tras cuento, y capítulo tras capítulo, los seres fetasianos van acumulando una experiencia errante que tiene como resultado una literatura que recose el adentro con el afuera, el viaje interior con el deambular humano sin prever ningún punto de arribada. Y a ese antihéroe no se le premia, generalmente, con un desenlace feliz que compense la ingrata y perdurable fatiga. Las estadías del personaje son provisionales. Surgen para realizar un brevísimo descanso y un intensísimo ejercicio de reflexión.

 

El viaje lo es todo porque viajar significa avanzar en el conocimiento vital. El argumento de muchas de sus narraciones quiere relatar el deseo de la evasión definitiva. Si la temporalidad del protagonista (un ser efímero en el tiempo) no lo permite, el autor emplaza a su criatura en la infinitud intemporal que le concede el mito, en donde no hay ley alguna que marque el tiempo de la existencia. La inserción de sus relatos en el discurso mítico requiere ceremonias y ritos peculiares. Y así, el personaje veguiano se sumerge totalmente en una topología imaginaria que no responde a metros convencionales como tampoco el tiempo responderá al cronometraje cotidiano. Es como si el personaje naciera en este universo y tuviese que ir descubriendo el nuevo entorno y sus cosas, o, incluso, cruzar por extraños parajes, confiando en su intuición o en un abandono sonámbulo o extático. Pero siempre en guardia ante las cosas que se le cruzan; las cosas que, a su paso, recientes y enigmáticas ante su mirada, se vuelven imágenes que quieren comunicarles su secreto sentido.

 

De ahí que no resulte sorprendente que el relato se deslice hacia lo fantástico. El autor, en boca del protagonista de la novela Fetasa, ha expresado que lo real y lo fantástico se presentan con la misma categoría. Las peripecias extraordinarias de Ramón en su viaje por el mundo subterráneo tienen más consistencia que la del mundo superficial.

 

El itinerario del protagonista pasa por la entrada a un mundo mítico y primordial en el que las cosas pueden ser miradas con aprensión en algunas secuencias, mientras en otras son vistas con pasmosa naturalidad. Parece que, en trechos, cayera bajo la influencia de un libro de viajes si no fuera porque mantiene siempre una sobrecarga dramática que alimenta el relato. De ese modo el personaje se muestra como un héroe trágico sobre el que se va tejiendo una serie de acontecimientos extraños a punta de tensiones en dirección a la nada.

 

Isaac de Vega centra a sus personajes de modo que las cosas, las situaciones y los estímulos del entorno le afecten de modo espontáneo, inmediato. El protagonista es un ser problemático que ni domina ni puede conocer la naturaleza exterior; tampoco logra asentarse en su propia interioridad. No va saltando por los cursos laberínticos del texto como un caminante sentimental que sale al encuentro de emociones en la aventura emprendida. Es, al contrario, un viajero metafísico, perdido en el mundo y que busca la orientación más allá de las realidades y detalles concretos. No son personajes válidos para una travesía épica; su indigente caracterización de antihéroe le impide entrar en horizontes y gestas con los que soñar una mínima odisea. Son seres que han sido generados y arrojados al fatídico mundo: se mueven y responden a una voluntad inexorable e inescrutable. Su inicio desde cero marca en su itinerario un complejo proceso hacia la gnosis.


Notas

1 “El alma de las cosas”, en Tenerife gráfico, nº 21, febrero-marzo, 1950.

2 Los dos obtienen en 1988 el Premio Canarias de Literatura.

3“Seis respuestas: Isaac de Vega”, entrevista de Manuel Hernández Perera, El Día, Tagoror, 30 de enero de 1985.

4 Recopilados, junto con otros, en 1983 en el libro Siemprevivas. Su Obra completa ( 5tomos) se edita en 2005.

 

 

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