La utilidad de lo inútil

Ramiro Rosón Mesa

En La utilidad de lo inútil, el ensayista italiano Nuccio Ordine, profesor de literatura italiana en la Universidad de Calabria, sostiene un apasionado alegato en defensa de las humanidades, en un momento histórico como el actual, en que la obsesión por la utilidad práctica del conocimiento ha terminado arrinconando los saberes humanísticos a un segundo plano, bajo la creencia de que resultan inútiles e incapaces de generar beneficios económicos.

El primer capítulo de este ensayo, La útil inutilidad de la literatura, repasa la historia de la literatura y el pensamiento occidentales, con alguna referencia a la filosofía oriental, desde la Antigüedad hasta el siglo XX. En este capítulo, Ordine pasa revista a las obras de autores tan diversos como Platón, Aristóteles, Dante, Petrarca, Cervantes, Baudelaire o Italo Calvino, entre muchos otros a los que cita. Dentro de este elenco de autores, destacan pasajes como el dedicado a Giacomo Leopardi, que en su juventud concibió la ocurrencia de crear un periódico que tratara sólo sobre temas inútiles, como un intento de luchar contra la obsesión por lo práctico y lo rentable que definía la mentalidad de la burguesía del siglo XIX (y que todavía sigue dominando, en los tiempos del capitalismo postindustrial); las invectivas de Téophile Gautier contra la burguesía francesa de su tiempo, interesada solo por las cuestiones relacionadas con la industria y el comercio, y que llevará al poeta francés a exclamar, a modo de provocación, que la parte más útil de una casa son las letrinas; o la visión que Ordine presenta de don Quijote como un héroe de la inutilidad, que nada más caer en la locura abraza los ideales del caballero andante con una sed oculta de justicia.

 

Pero quizá las reflexiones más importantes que se analizan en este capítulo sean las de Eugène Ionesco, de las que este ensayo toma su título. En una conferencia dictada en febrero de 1961, Ionesco afirma que el hombre moderno, universal, es el hombre apurado, no tiene tiempo, es prisionero de la necesidad, no comprende que algo pueda no ser útil; no comprende tampoco que, en el fondo, lo útil puede ser un peso inútil, agobiante. Si no se comprende la utilidad de lo inútil, la inutilidad de lo útil, no se comprende el arte. Y un país en donde no se comprende el arte es un país de esclavos o de robots, un país de gente desdichada, de gente que no ríe ni sonríe, un país sin espíritu; donde no hay humorismo, donde no hay risa, hay cólera y odio. Con estas palabras, Ionesco describe a la perfección la visión utilitaria con que el hombre moderno se enfrenta a la realidad, confundiendo el valor de las cosas con su utilidad práctica. Esta visión utilitaria le impide entusiasmarse y disfrutar del milagro de la belleza artística. Pero, además, este hombre moderno que ha aceptado la utilidad como guía de todas sus acciones corre el peligro de adherirse a cualquier ideología totalitaria o fanatismo religioso, pues la obsesión por la utilidad le ha robado el tiempo libre que necesita para reflexionar y, por lo tanto, lo convierte en un sujeto fácilmente manipulable por dictadores y líderes autoritarios de toda clase. Así lo explica Ionesco en su conferencia:

 

Porque esta gente atareada, ansiosa, que corre hacia una meta que no es humana o que no es más que un espejismo puede, súbitamente, al sonido de cualquier clarín, al llamado de cualquier loco o demonio, dejarse arrastrar por un fanatismo delirante, una rabia colectiva cualquiera, una histeria popular. Las rinocerontitis más diversas, de derecha y de izquierda, constituyen las amenazas que pesan sobre la humanidad que no tiene tiempo de reflexionar, de recuperar su serenidad o su lucidez […].

 

El segundo capítulo del libro, La Universidad–empresa y los estudiantes–clientes, denuncia la mercantilización de las enseñanzas superiores y la gestión cultural basada en criterios puramente comerciales. En los últimos decenios, desde finales del siglo XX hasta la actualidad, la educación universitaria tiende a gestionarse cada vez más como un negocio cuyo objetivo ya no es tanto la transmisión del saber como la rentabilidad. Este cambio genera dos fenómenos igualmente perniciosos para el sistema universitario. Por un lado, el estudiante se transforma en un cliente que realiza una inversión al pagar su matrícula universitaria y que espera rentabilizarla lo antes posible, consiguiendo un empleo bien remunerado en el mercado laboral. Por otro lado, el profesor, en lugar de dedicarse por entero a investigar y a preparar sus lecciones, consume la mayoría de su tiempo de trabajo en redactar informes estadísticos, rellenar cuestionarios, asistir a reuniones de organización y demás tareas administrativas. En este contexto empresarial y burocrático, resulta imposible que los estudiantes desarrollen su curiosidad intelectual, que debería conducirlos a investigar libremente sobre los temas que atraigan su interés.

 

Dentro de este capítulo, Ordine denuncia los recortes del gasto público en cultura llevados a cabo en los últimos años por los gobiernos de varios países europeos en nombre de las políticas de austeridad presupuestaria, pues estos recortes obligan al cierre de instituciones culturales (museos, teatros, bibliotecas, archivos históricos, etc.) que prestan un servicio indispensable a la sociedad. Para apoyar su postura, Ordine cita un discurso que Víctor Hugo pronunció en la Asamblea Constituyente de París en 1848, y en el que se opone a una propuesta de los ministros franceses para reducir el presupuesto estatal dedicado a la cultura. Las palabras de Víctor Hugo tejen una ardiente defensa de la importancia del artista para la sociedad:

 

Un artista, un poeta, un escritor célebre trabaja toda la vida, trabaja sin pensar en enriquecerse, muere y deja a su país mucha gloria con la sola condición de que se proporcione a su viuda e hijos un poco de pan.

 

Por esta razón, Víctor Hugo aboga no solo por que las autoridades francesas no rebajen el presupuesto dedicado a la cultura, sino también por la creación de nuevas instituciones culturales, con la convicción de que mejorarán la formación intelectual y ética del pueblo:

 

Habría que multiplicar las escuelas, las cátedras, las bibliotecas, los museos, los teatros, las librerías. Habría que multiplicar las casas de estudio para los niños, las salas de lectura para los hombres, todos los establecimientos, todos los refugios donde se medita, donde se instruye, donde uno se recoge, donde uno aprende alguna cosa, donde uno se hace mejor; en una palabra, habría que hacer que penetre por todos lados la luz en el espíritu del pueblo, pues son las tinieblas lo que lo pierden.

 

Otra cuestión tratada en este capítulo es lo que Ordine denomina la desaparición programada de los clásicos, dentro de los planes de estudios de institutos y universidades. La obsesión por la utilidad que caracteriza al capitalismo postindustrial disuade a los estudiantes de matricularse en las carreras de filología clásica y lenguas antiguas. Ello ha reducido de forma alarmante el número de alumnos matriculados en estas carreras y ha impulsado ya a algunas universidades a cerrar sus departamentos dedicados a estas disciplinas. La falta de profesionales de estos saberes (filología, arqueología, paleografía, etc.) podría conducir, dentro de algunas décadas, al cierre de bibliotecas y museos e incluso al abandono de prácticas como las excavaciones arqueológicas y la reconstrucción de textos y documentos. A la postre, esta situación podría sumir a la humanidad en un auténtico estado de barbarie; en este sentido, Ordine vaticina que tendremos una humanidad desmemoriada que perderá por entero el sentido de la propia identidad y la propia historia.

 

Esta desaparición programada de los clásicos conlleva que sus textos íntegros se lean cada vez menos en institutos y universidades; en su lugar, se prefiere el uso de antologías, manuales y resúmenes. Ello, a su vez, ha provocado que los editores dejen de publicar prestigiosas colecciones de literatura clásica (por ejemplo, así ha ocurrido en Italia con la colección Gli scrittori d’Italia, publicada por la Editorial Laterza), y que las colecciones que aún permanecen en el mercado editorial se vean obligadas a subsistir con grandes esfuerzos, tanto para financiarse como para conseguir expertos que realicen ediciones críticas de calidad de los autores clásicos (tal es el caso de la editorial francesa Les Belles Lettres y de la inglesa Loeb Classical Library). Pero los efectos nocivos de la obsesión por la utilidad no se quedan ahí, sino que también amenazan la continuidad de instituciones culturales de alto nivel. Así sucede con la biblioteca del Warburg Institute de Londres, que alberga una de las más importantes colecciones de bibliografía sobre el Renacimiento, y por cuyas salas han pasado los mayores estudiosos de la literatura, el pensamiento y el arte renacentistas. Asimismo, esta situación causa grandes perjuicios a las librerías históricas: antiguas librerías situadas en el centro histórico de las grandes capitales de Europa y en las que se pueden encontrar en cualquier momento los clásicos de la literatura y el pensamiento. En la actualidad, estas librerías tienden a ser reemplazadas por cadenas de tiendas dedicadas principalmente a la venta de best–sellers y libros comerciales.

 

Al contrario de lo que pueda imaginarse, la lógica del beneficio no afecta solo a las humanidades, sino también a la investigación científica. Frente a la obsesión por rentabilizar el trabajo de los científicos, Ordine recuerda que muchos de los grandes descubrimientos científicos de la historia se llevaron a cabo sin buscar ninguna rentabilidad: así sucedió con las investigaciones sobre las ondas electromagnéticas que desarrollaron James Clerk Maxwell y Heinrich Rudolf Hertz, y que permitirían a Guglielmo Marconi inventar la radio. En este sentido, el profesor italiano cita un ensayo del matemático francés Henri Poincaré, en el que éste contrapone los prácticos intransigentes (aquellos científicos que solo pretenden investigar con fines lucrativos) a los que se dedican a la ciencia por la pasión de conocer la armonía subyacente en el universo y admirar su belleza.

 

El tercer capítulo del libro, Poseer mata: “dignitas hominis”, amor, verdad, analiza diversos clásicos de la literatura y la filosofía que han mostrado en sus obras cómo el ansia desenfrenada de poseer bienes materiales ejerce consecuencias devastadoras sobre el saber y las relaciones humanas, y cómo, por el contrario, estos autores han resaltado siempre el valor de tres conceptos indispensables para la vida de los hombres: la dignidad humana, el amor y la verdad. En esta sección del libro, Ordine acude a la tradición para realizar una crítica de tres pasiones humanas que desembocan a menudo en trágicas consecuencias: la codicia, el amor posesivo y la ilusión de poseer la verdad absoluta.

 

En su crítica de la codicia, el autor italiano destaca un episodio que Hipócrates refiere en sus Cartas: en cierta ocasión, el filósofo Demócrito se había subido a la cumbre de un monte situado en los alrededores de Abdera, su ciudad natal, desde el que no paraba de reírse; y los abderitas, creyendo que padecía alguna enfermedad, llamaron a Hipócrates para que lo curase. Sin embargo, cuando el médico griego sube a la cima del monte y habla con Demócrito, descubre que en realidad se está riendo de las miserias humanas, especialmente de la codicia, que mueve al hombre a introducirse en el subsuelo para extraer el oro de las minas, arriesgando su propia vida y acabando con la de sus semejantes.

 

En su crítica del amor posesivo, Ordine se apoya básicamente en dos pasajes literarios: el episodio de Rinaldo y el vaso de oro, que pertenece al Orlando furioso de Ariosto, y la novela de Cervantes El curioso impertinente. En el poema de Ariosto, cuando el caballero Rinaldo se dirige de Mantua a Ferrara, la noche le sorprende en el camino y decide hospedarse en un castillo. Cena con el señor del castillo y, al final de la cena, éste lo invita a someterse a la prueba del vaso de oro. Rinaldo tiene que beber el vino contenido en una copa de oro hechizada: si el vino no se derrama por su pecho mientras bebe, ello significará que su esposa es fiel. Rinaldo toma la copa, pero, cuando está a punto de llevársela a los labios, vuelve a ponerla sobre la mesa, pues entiende, como dice Ordine, que la pretensión de conocer la pura verdad en las cosas del amor sólo puede generar venenosas sospechas y obsesiones funestas, por lo que debe limitarse a confiar en su esposa. Entonces, el señor del castillo rompe a llorar y confiesa a Rinaldo que destruyó el amor que sentía hacia su esposa por culpa de los celos, sometiéndola a una serie de pruebas para confirmar su fidelidad. En un primer momento, la esposa no sucumbía a las trampas y tentaciones que se le presentaban, pero, cuando una maga transforma a su marido en un joven pretendiente y éste ofrece a la mujer unas gemas de gran valor, ella se muestra dispuesta a pasar una noche con el joven a cambio de sus regalos. El mismo tema (el afán de probar la fidelidad de la esposa, que termina desencadenando la ruptura del matrimonio) se desarrolla en El curioso impertinente. En esta novela cervantina, Anselmo, el protagonista, se casa con la joven Camila. Obsesionado con la idea de que su esposa pueda serle infiel, pide a su amigo Lotario que la someta a toda serie de pruebas, ideadas por el propio Anselmo, para verificar su fidelidad. Pero esta situación produce unas consecuencias imprevistas: Camila y Lotario se enamoran y Anselmo termina muriendo de pena. No obstante, poco antes de morir, el marido perdona a su esposa por su infidelidad en una carta que le dirige a ella, considerando que él mismo se convirtió en el artífice de su propia desgracia.

 

El autor italiano también critica la ilusión de poseer la verdad absoluta, que genera consecuencias devastadoras en todos los ámbitos de la vida, especialmente en la política y la religión, donde ha sido y sigue siendo fuente de innumerables conflictos. Para rebatir esta ilusión, Ordine acude principalmente a dos autores, Bocaccio y Lessing, recordando una historia utilizada por ambos: la fábula de los tres anillos. En uno de los cuentos del Decamerón de Bocaccio, el sultán Saladino llama a su corte al judío Melquisedec para preguntarle cuál de las tres religiones del Libro (la cristiana, la judía y la musulmana) es la verdadera. Melquisedec comprende enseguida que el sultán le ha formulado una pregunta capciosa y decide responderla contando una narración. Según la historia, un padre deja en herencia, de forma secreta, un anillo de oro para designar a su sucesor predilecto. Esta costumbre se sigue de generación en generación en la familia, hasta que un padre se ve en apuros, pues ha criado tres hijos obedientes a los que ama por igual. Para premiar a los tres, encarga en secreto a un orfebre dos copias secretas del original y, cuando está a punto de morir, entrega un anillo a cada hijo. De este modo, Melquisedec demuestra a Saladino que los hombres no pueden resolver una cuestión que solo estaría al alcance de la divinidad y, al mismo tiempo, realiza una ingeniosa apología de la libertad de culto y la convivencia de religiones. En el siglo XVIII, Lessing retomará esta fábula en su poema dramático Natán el sabio, uno de los textos fundamentales de la Ilustración en los que se aborda la cuestión de la tolerancia religiosa. Finalmente, el ensayo acaba citando un hermoso fragmento de un escrito filosófico de Lessing, Una dúplica, en que el ilustrado alemán declara preferir la búsqueda incesante de la verdad a su posesión:

 

La valía del ser humano no reside en la verdad que uno posee o cree poseer, sino en el sincero esfuerzo que realiza para alcanzarla. Porque las fuerzas que incrementan su perfección sólo se amplían mediante la búsqueda de la verdad, no mediante su posesión. La posesión aquieta, vuelve perezoso y soberbio. Si Dios tuviera en la mano derecha la verdad completa y en la mano izquierda nada más que el continuo impulso hacia ella, aun con la condición de equivocarse siempre y eternamente, y me dijera: “¡Elige!”, yo me inclinaría con humildad hacia su izquierda y diría: “Dame esto, Padre; la verdad pura solo te corresponde a ti”.

 

El libro se completa con el ensayo La utilidad de los conocimientos inútiles, de Abraham Flexner, famoso pedagogo estadounidense que participó en la creación del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton y fue su director entre 1930 y 1939. En este breve ensayo, Flexner elogia la labor de todos aquellos investigadores que, sin buscar otro objetivo que ampliar nuestro conocimiento del mundo, han generado de forma indirecta enormes beneficios para la sociedad. Tal es el caso, por ejemplo, de las investigaciones de James Clerk Maxwell y Heinrich Hertz sobre las ondas electromagnéticas, que luego serían aprovechadas por Guglielmo Marconi para inventar la radio; de los descubrimientos sobre la electricidad de Michael Faraday, que permitirían la creación de numerosos aparatos eléctricos; o de los experimentos de Paul Ehrlich con cultivos de bacterias que coloreaba con diversos tintes, gracias a los cuales se pudo inventar un método para distinguir los glóbulos rojos y blancos de la sangre humana. Flexner también recuerda la importancia de las libertades de pensamiento, de cátedra y de investigación, pues cuando éstas se restringen o se prohíben la tarea de los intelectuales y los científicos resulta imposible. Por último, describe la metodología de trabajo del Instituto de Estudios Avanzados de Princeton, del que él mismo fue director. En este instituto, la organización administrativa y las tareas burocráticas se habían reducido a su mínima expresión; y los investigadores, que en muchos casos llegaron a Princeton desde Europa, gozaban de absoluta independencia y amplios márgenes de tiempo para sus trabajos. Ello generaba un ambiente donde la investigación científica alcanzó niveles difícilmente superables, y donde existía un continuo intercambio de ideas entre los residentes del instituto.

 

 

En definitiva, este libro constituye una lectura interesante y sin duda recomendable, pues nos demuestra que en la tradición literaria y filosófica podemos encontrar una fuente de sabiduría inagotable y de perenne actualidad, que no solo nos permite comprender la vida y las ideas de quienes nos precedieron, sino que también nos ayuda a encontrar respuestas a los problemas del presente. La gran cantidad de autores citados, que podría haber caído con facilidad en lo farragoso, se ha estructurado de forma clara y ordenada, pues todas las citas se han elegido de manera pertinente y oportuna para la exposición del autor, evitando los alardes de erudición pedante y convirtiendo este libro en una obra amena y atractiva, que además puede emplearse como guía de lectura de los clásicos de la literatura y el pensamiento.

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Comentarios: 2
  • #1

    Carlos Javier Morales (jueves, 05 junio 2014 12:57)

    Me ha encantado este artículo-reseña. En efecto, lo que necesita nuestro tiempo es tanto el amor a la verdad, sin pretender monopolizarla, como la libertad para acceder a ella.

    Si haber leído aún el libro de Ordine, por la detallada sinopsis de Ramiro Rosón, la obra me parece un fuerte estímulo para buscar lo verdaderamente importante, que pocas veces coincide con lo útil y --mucho menos-- con lo urgente.

    Por otro lado, sospecho que en esta obra se le echa toda la culpa a la revolución industrial propiciada por el capitalismo. Ahora bien: ¿el desprecio de lo "inútil" se gesta a partir del siglo XIX o hay una serie de causas muy anteriores que llevan al desprecio por la verdad "teórica"? Creo que buscar esas causas anteriores es una tarea indispensable para salir de esta cultura utilitaria, que es, cuando menos, sumamente aburrida.

  • #2

    Dr. Laurence (martes, 16 diciembre 2014 14:48)

    EL ESTADO DEL ARTE DE LA ENSEÑANZA O LA UTOPÍA DE ENSEÑAR
    En el derecho connatural de enseñar se esconde sutilmente la trama del 50/50. El sujeto que quiere, intenta o tiene la delegación reglada de enseñar, pudiera estar haciendo y/o cumpliendo sólo su 50% de la tarea. Lo terrible es que en esa propia tarea, surge todo un paradigma de pseudo satisfacción por creer que al enseñar de modo automático el sujeto está aprendiendo y no es así. Existen dos fenómenos conjuntos e interactivos, como también independientes entre sí. La mecánica intuitiva y/o aprendida de enseñar, que consiste en sistematizar un cúmulo de técnicas y metodologías para acopiar, organizar, planificar, contenidos, información, datos y materias, con el objetivo de poder trasmitirla a otras personas que lo necesitan.

    La enseñanza se concreta una vez que las personas, independiente de la edad, aprenden; de lo contrario, se convierte en un mero eufemismo denominado “de la trasmisión informativa de datos, contenidos y mecanismos” tendientes a ser retenidos, memorizados y repetidos, no como aprendizaje, sino como símbolo externo captado oral, visual o auditivamente. Definitivamente ni en una aula, colegio, escuela, facultad, instituto, etc. hay ni se produce enseñanza, puesto que dicho fenómeno no aparece automáticamente, sin antes haber sido introyectada una serie de impulsos que se trasladan desde un sujeto presuntamente enseñante a otros presuntamente receptivos y discentes. Es más viable que se produzca algún tipo de enseñanza al interior del hogar o en una iglesia, que en una escuela o universidad. Platón decía “Lo poco que sé se lo debo a mi ignorancia".

    El problema que no nos damos cuenta de los errores técnicos incluso cuando trasmitimos información, confundiéndola con la enseñanza y repetimos “yo enseño y yo cuando enseño mis alumnos aprenden, etc. etc.” A parte de ignorar el fenómeno de la enseñanza, estamos codeando el yoismo a cada rato. Es tan inconscientemente escandaloso en los instructores universitarios que se hacen pasar por Profesores y el colectivo lo acepta, como la denominación de Doctor a los médicos cirujanos y dentistas. Pero ese es otro tema. Si hablamos de la enseñanza informal, es dable que esté sujeta a todo ser humano, incluso al reino animal, en donde los más adultos aleccionan a los cachorros. También es un tipo de enseñanza-instructiva. En cambio, es total y absolutamente inadmisible e inaceptable que “alguien” pretenda enseñar regladamente dentro de una institución que le pague, sin saber si más tarde se producirá verdaderamente aprendizaje. Porque el aprendizaje nunca es instantáneo ni efervescente.